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El lirismo arrebatado de Thomas Wolfe, que brilla hasta el exceso en las dos espléndidas y voluminosas novelas que publicó en vida, caracteriza de igual modo sus incursiones en la distancia media, como prueban las recientes ediciones de Periférica. Frente a Una puerta que nunca encontré (1933) o El niño perdido (1937), esta otra que los editores presentan con el nombre de Especulación -Boom Town (1934)- es acaso menos conmovedora, pero trasciende el marco de sus obsesiones personales para ofrecer -sin dejar de remitir a ellas- un retrato sorprendentemente actual de las fiebres cíclicas que llevan a las sociedades a autodestruirse en tiempos de prosperidad engañosa. La obra de Wolfe nace del desarraigo y de una incurable melancolía por la pérdida de las raíces, los seres queridos o los escenarios de la infancia: en Especulación todo ello se vincula a la nostalgia de los entornos incontaminados y del ciclo de las estaciones que marcaba la vida de las pequeñas ciudades, cuando aún no habían sido arrasadas por la "fealdad de la industria" y los equívocos avances del progreso.
Situada en la época inmediatamente anterior a la Gran Depresión, julio de 1929, la novella cuenta el regreso de un profesor universitario al pueblo del que procede, donde contempla entre indignado y perplejo los devastadores efectos de una carrera desenfrenada por la compraventa de inmuebles que ha alterado para siempre la fisonomía de las calles y el equilibrio con la naturaleza, como consecuencia de un vértigo especulativo que afecta a su propia familia. Todos han perdido la cabeza y Wolfe muestra su desvarío con impactante crudeza, de un modo que no puede calificarse de visionario respecto de la realidad americana de los años 30, cuando estaban a la vista las consecuencias del crecimiento desaforado, pero sí de circunstancias parecidas -por no decir idénticas- en lugares y tiempos otros. Entre los promotores de la ciudad del boom, descritos como sanguijuelas desquiciadas, destaca la figura inquietante de un verdadero "demonio" -medio loco y destrozado por las adicciones, pero tenido por infalible- al que sus convecinos veneran irracionalmente, perfecto emblema de la descomposición que lleva a poblaciones enteras a endeudarse y perderlo todo. El resultado -bien lo sabemos, aunque hay quien sigue sin enterarse- no puede ser otro que la ruina.
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