Un violín errático en la noche

LA ACADEMIA DE LOS NOCTURNOS | CRÍTICA

La Academia de los Nocturnos en la noche del Alcázar
La Academia de los Nocturnos en la noche del Alcázar / ACTIDEA
Andrés Moreno Mengíbar

22 de julio 2023 - 12:55

La ficha

**Noches en los Jardines del Alcázar. Programa: Sonatas para violín y bajo de G. Brunetti y J. Herrando. Violín barroco: David Alonso Molina. Violonchelo barroco: Carlos Leal Cardín. Lugar: Jardines del Alcázar. Fecha: Viernes, 21 de julio. Aforo. Casi lleno.

En los últimos años se ha ampliado tanto el conocimiento sobre la música en la España del siglo XVIII, especialmente en el terreno de la música instrumental, que la imagen tradicional de un país atrasado y a remolque de tendencias extranjeras se ha venido abajo definitivamente. El panorama actual es mucho más rico y apasionante, pues nos muestra una sociedad que consume música con fruición y que, por ello, favorece la creación más allá de las capillas catedralicias. Teatros, palacios aristocráticos, casas burguesas, tertulias y sociedades, por no hablar de la Corte, vivían el día a día con la irrenunciable presencia de la música de cámara y orquestal.

Los dos compositores que conformaron el programa de La Academia de los Nocturnos se imbrican perfectamente en este panorama. Herrando trabajó para la casa de Alba y dedicó a uno de sus integrantes su colección de doce sonatas (de las que han sobrevivido ocho) para violín y bajo. Brunetti también compuso para los Alba, aunque su dedicación casi en exclusiva fue para el Príncipe de Asturias y posterior monarca Carlos IV, melómano empedernido y violinista aficionado. Obras, pues, para el consumo doméstico. Una pena que estas composiciones pasasen sin pena ni gloria por el ciclo del Alcázar debido a la aburrida interpretación de David Alonso. Con un sonido metálico y chirriante (derivado de la escasa presión del arco), afinación dudosa, sin cambios de colores y con una articulación siempre igual, plana, sin el menor atisbo de vibrato (una cosa es abusar de este recurso y otra prescindir de él en su totalidad) en pasajes que lo hubieran agradecido, su fraseo fue de una monotonía aburrida, sin un matiz, un acento, una inflexión dinámica. Al tiempo de marcha del Adagio de la sonata de Herrando, por ejemplo, le faltó precisamente marcar el ritmo con algo de incisividad. En el breve pasaje que abría la segunda sonata de Brunetti se pudo degustar el sonido más redondo y bello del chelo de Carlos Leal.

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