Alba Molina | crítica
No lo es ni pretende serlo
Cumplidos los 75 años, Alfred Brendel (Wiesenberg, Moravia, 1931) decidió poner fin a su carrera pianística, una de las más sólidas del último medio siglo. Le costó aún casi dos años despedirse de todos los escenarios que deseaban programarlo por última vez, pero finalmente, en diciembre de 2008 y después de 60 años de actividad musical ininterrumpida, lo dejó. Desde entonces se dedica a escribir poemas, relatos y ensayos, a ver cine, visitar museos, ofrecer conferencias...
Llega ahora a España su última publicación, que es un breve glosario en el que resume con agudeza y sencillez su visión del universo que le dio fama, el del piano. Para Brendel, el pianista debe convertirse en un retórico capaz de ser fiel al texto de la partitura, pero sin caer esclavo de su literalidad. Esas y otras ideas las desgrana por 84 entradas en las que se filtran la pasión del enamorado, la erudición del estudioso, el humanismo del intelectual y el pragmatismo del técnico, todo ello a través de una prosa en la que se combinan un fino sentido del humor con una profundidad que hace que algunas frases se queden rondando por la cabeza del lector mucho tiempo después de haberlas leído, como esta que cierra su reflexión sobre Virtuosimo: "Físicamente es mucho menos esforzado tocar con rapidez que acostumbrarse a controlar la punta de cada dedo", o esta categórica definición del Silencio: "Es el fundamento de la música". Intérprete especialmente reconocido en el gran repertorio del Clasicismo vienés, de Haydn a Schubert, el control y el justo medio forman parte no sólo de su legado como intérprete, sino también de sus ideas respecto a la música: "¡Cultívense los espacios intermedios!", exclama en el centro mismo de una diatriba contra los extremistas. En la profundidad y equilibrio que exige del sonido, en la valoración de las voces medias en los acordes, en la aspiración a la combinación de forma y psicología para una correcta ejecución musical o en la creencia de que todo intérprete debería transmitir emociones a partir de las suyas propias pero sin perder jamás el control, asoma en efecto la visión de un artista de talante clásico que, alejado ya de las teclas, no se resigna al silencio.
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