Alba Molina | crítica
No lo es ni pretende serlo
Música de hielo | Crítica
Música de hielo. Manuel Lombardo Duro. Piedra Papel Libros. Jaén, 2022. 75 páginas. 6 €
Música de hielo es último poemario de Manuel Lombardo Duro, seleccionado por los editores de entre su obra inédita, y prologado por el novelista Joaquín Fabrellas. El lector atento ya sabrá de la resuelta imparidad de este poeta jienense. Una imparidad, no obstante, que debe explicarse con cierta detención (así lo hace Fabrellas), para que se entiendan la ambición y el alcance de su requisitoria poética. En tal sentido, cabría decir que Lombardo Duro es un poeta metafísico a la manera de Blake. Esto es, que participa de una poesía visionaria y final, donde se advierte de las vanidades del mundo, pero con una sustancial diferencia: lo que en Blake era soberano y radical vislumbre del ultramundo, en Lombardo Duro es un sencillo nuncio de la nada.
Digamos, entonces, que Lombardo Duro ha seguido el camino inverso al arte del Renacimiento, cuando adapta vigorosamente la imaginería pagana a las necesidades expresivas del cristianismo. En Lombardo Duro hay la urgencia y la aridez expresiva del anacoreta, la violenta reprensión de un Juan de Patmos, la perpleja incertidumbre y la realidad vibrátil que acució a Teresa Cepeda o Luis de León; pero todo esto se da, insistimos, aplicado a desventrar o rigorizar la nada. Y en suma, dedicado a la dramática insignificancia de lo humano. También, y en igual modo, a ese parpadeo del mundo que parece decir más de lo que acaso diga, y en que el poeta abunda en la misma medida que naufraga. De ahí su frecuente recurso a dos manifestaciones altamente conceptuales, que parecen no agotar su contenido: la pintura abstracta y la física de partículas.
Si hubiera que buscar una figura que resuma la ejecutoria de Lombardo Duro quizá tendríamos que acudir a Jean Paul y a su Discurso del Cristo muerto, el cual, desde lo alto del edificio del mundo, proclama que Dios no existe. No había acabado el siglo XVIII cuando el señorito Richter ya había acuñado esta imagen aterradora del nihilismo. En esta punta del XXI, Lombardo esquiva exitosamente aquella solemnidad impostada del Setecientos y atisba una vía de escape. Existe un ultrapasar del hombre, existe una posibilidad, un indicio, una promesa de trascendencia, que quizá more en el amor o en la música, y siempre bajo el signo promisorio, habitado, serpentino, libérrimo, del silencio.
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