La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El rey brilla al defender lo obvio
Escala obligatoria de las flotas que atravesaban el Atlántico, punto clave de las rutas de esclavos, lugar predilecto de la burguesía de las colonias, centro de experimentación científica y técnica tras la Revolución Industrial inglesa, escenario de la mayoría de los movimientos culturales, sociales y políticos más importantes de los siglos XVIII y XIX en su continente, punta de lanza en la zona del desarrollo industrial, comercial y cultural en los primeros años del XX, motivo de acalorado debate tras la Revolución castrista, y antes de todo eso, en los comienzos, puente hacia las tierras descubiertas, Cuba es una isla pequeña tan sólo en su extensión, un pedazo de tierra que no deja indiferente a nadie.
De todo ello trata La Habana. Puerta de las Américas, un ameno repaso de la historia de la ciudad desde su fundación, un libro que se apoya en documentos de diverso tipo. Amir Valle, cubano del 67 y autor del libro de investigación Jineteras y de novelas como Santuario de sombras o Largas noches con Flavia, emplea reflexiones propias, fragmentos de crónicas periodísticas, retratos literarios e historiografía clásica para dar cuenta de la fascinación que La Habana ha ejercido siempre. Albert Einstein la llamaba "la ciudad de los asombros", para Elvis era la "capital musical del Nuevo Mundo", a Picasso le parecía "la ciudad donde los colores hablan", Óscar Niemeyer la adora por ser la "meca de la arquitectura latinoamericana".
Valle recuerda los orígenes de la ciudad, los que establecen los historiadores y los que soñaron otros y acabaron convirtiéndose en leyendas que el autor repasa con curiosidad; se detiene también el libro en la etapa colonial, en las huellas que perviven aún de su etapa de esplendor como "escombros de guerra"; narra la aparición de las primeras señales de tensión entre la isla y la metrópoli, hacia finales del XVIII, los inaugurales "estallidos de conciencia nacional"; explica cómo Cuba se convirtió en un "polvorín" sometido a la presión de España, incapaz de controlar ya en el siglo XIX "la vida social del país", y de Estados Unidos, que desde su nacimiento como nación ambicionó tener el dominio sobre esa pequeña isla tan valiosa desde el punto de vista geoestratégico.
Una parte muy importante del libro es la dedicada a la edad contemporánea, que ocupa una cantidad destacable de páginas. Se recuerda aquí la figura de Fulgencio Batista, longevo gobernante de Cuba (unas veces legitimado por las urnas, otras veces avalado únicamente por sus golpes militares) y fiel aliado de Washington -"nuestro hombre en La Habana", lo llamaba Roosevelt- y de la mafia de Estados Unidos -"querido presidente vitalicio invisible", así lo saludó una vez Lucky Luciano-.
También los prolegómenos y las consecuencias de la Revolución castrista constituyen un apartado fundamental del volumen, que se ilustra con fotografías de personajes ligados de una manera u otra a Cuba (desde la actriz Sarah Bernhardt al legendario gangster judío Meyer Lansky, pasando por Nat King Cole o, inevitablemente, Ernest Hemingway) e imágenes de lugares y edificios emblemáticos de La Habana.
"Es sorprendente que una isla tan chiquita tenga tantos escritores y artistas de nivel mundial", dice en otro momento Gabriel García Márquez en una conversación con Valle incluida en el libro. La Habana... también refleja el enorme peso de esta ciudad en el imaginario colectivo y de qué manera inspiró a creadores de todas las disciplinas. El poeta-emblema José Martí, el fotógrafo Korda (autor del ubicuo retrato del Che), Alejo Carpentier o Guillermo Cabrera Infante, y autores actuales como Abilio Estévez, Leonardo Padura o José Antonio Ponte aparecen en estas páginas, donde se incluye una jugosa definición de la habanidad, obra del escritor y periodista Luis Aguilar León.
"Dicen que no creen en nadie, y creen en todo (...) No discutáis jamás con ellos. Los cubanos nacen con sabiduría inmanente. No necesitan leer, lo saben todo. No necesitan viajar, todo lo han visto. Los cubanos son el pueblo elegido... de ellos mismos". Así retrata el Profeta -el personaje en cuya boca pone estas palabras Aguilar León- a sus compatriotas, gentes "hiperbólicas y desmesuradas", que no te llevan "al mejor restaurante del barrio, sino al mejor lugar del mundo".
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