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Bohemios y poco apasionados

La soprano guipuzcoana Ainhoa Arteta, que encarna a Mimì en el primer elenco de la producción.
Pablo J. Vayón

10 de diciembre 2010 - 05:00

Ópera en cuatro actos de Giacomo Puccini. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, Coro de la A. A. del Teatro de la Maestranza y Escolanía de Los Palacios. Producción: Royal Opera House Covent Garden de Londres. Dirección de escena: John Copley. Reposición de la dirección de escena: Richard Gerard Jones. Vestuario y Escenografía: Julia Trevelyan. Iluminación: John Charlton. Dirección musical: Pedro Halffter. Intérpretes: Ainhoa Arteta (Mimì, soprano), Massimo Giordano (Rodolfo, tenor), Juan Jesús Rodríguez (Marcello, barítono), Beatriz Díaz (Musetta, soprano), Marco Vinco (Colline, bajo), Manel Esteve (Schaunard, barítono), Matteo Peirone (Benoît/Alcindoro, bajo), Francisco Escala (Parpignol, tenor), Jorge de la Rosa (Sargento de Aduana, barítono), David Jiménez (Aduanero, barítono). Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Jueves 9 de diciembre. Aforo: Lleno.

La producción de John Copley para el Covent Garden recoge el espíritu naturalista del ambiente de la bohemia parisina con acierto, pero se trata de un trabajo de 1973, que ha envejecido mal, acaso porque su repositor en Sevilla pasó de puntillas por la muy necearia adaptación que requería el original, dejando abandonados a cantantes y figurantes a su suerte. Aunque en las escenas intimistas faltó en general calor, equilibrio y una más detallista dirección de actores, fue en el coral acto II donde el naufragio de la propuesta se hizo más evidente. Nos dijeron que el escenario del Maestranza se había ampliado, pero no lo parecía por el apiñamiento del coro en la parte izquierda de la escena, hasta el punto de que la retreta a punto estuvo de tener que usar los codos para abrise paso. Acto confuso y mal planificado que pareció aclararse algo con la entrada de Parpignol, si bien gracias a un primario recurso de la iluminación, aquejada toda la noche de una absoluta falta de sutileza, incluido ese foco que sigue la acción de los protagonistas. Producción que en esta forma resulta antigua, desangelada y carente de poesía.

Musicalmente, la cosa tuvo más altibajos. Halftter aprovechó la tornasolada orquesta de Puccini para explotar la riqueza de colores, pero abusó de las dinámicas en forte, lo que perjudicó a algunsos cantantes, sobre todo en las escenas corales, donde hasta Arteta, muy bien de emisión y de volumen, tuvo que recurrir por momentos al grito. Peor le fue a Massimo Giordano, que, acaso asustado por la batuta, empezó empujando y usando la gola y ya no dejó de hacerlo durante toda la noche. Rodolfo exige un tenor lírico con capacidad para frasear con exquisitez, y Giordano no lo fue en absoluto: cantó permanentemente en forte, hizo del portamento su más fiel compañero y resultó de una sosería considerable, sin vuelo lírico alguno en los dúos, donde su partenaire se lo merendó sin contemplaciones de ningún tipo.

A su lado, se engrandeció la Mimì de Arteta, que parece haber ensanchado su registro de lírica, y mostró no sólo una estupenda comprensión del personaje en su versión más típica (la mujer entregada y sumisa, siempre un poco cursi), sino matices de magnífica cantante, dosificando los reguladores, apianando con buen gusto y alcanzando la más apasionada exaltación en las escenas de amor. Halffter la acompañó además con especial unción, rubateando lo necesario para dejarla respirar expresivamente y alargar las frases a su gusto.

Espléndido el Marcello del onubense Juan Jesús Rodríguez, que mostró una voz homogénea, firme, clara y versátil, capaz de sacar el registro cómico cuando convenía con absoluta solvencia. No le faltó chispa en el fraseo ni brillo en los agudos a la asturiana Beatriz Díaz como la Musetta descarada y frívola de los actos centrales. Su transformación al final resultó incluso más creíble que lo que resulta habitual con cantantes más experimentadas. Estupendos Vinco y Esteve en sus caracterizaciones de los otros dos bohemios y muy correctos el coro y la Escolanía de los Palacios. Faltó en último término sugestión dramática y, lo peor, emoción.

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