Encuentro de la Fundación Cajasol
Las Jornadas Cervantinas acercan el lado más desconocido de Cervantes en Castro del Río (Córdoba)
De Libros
Emmy Hennings. Trad. Fernando González Viñas. El Paseo. Sevilla, 2018. 192 páginas. 19 euros
El reciente centenario de Dadá ha servido para rescatar a una autora, Emmy Hennings, que fue fundamental en el nacimiento de la primera vanguardia europea y había quedado orillada –o peor aún, confinada a la ambigua categoría de musa– entre los pioneros de la generación que abanderó los ismos. Su nombre era obligadamente citado junto al de su compañero Hugo Ball como cofundadora del legendario Cabaret Voltaire de Zúrich, donde en plena Gran Guerra coincidieron Tristan Tzara, Hans Arp y el resto de los protagonistas del movimiento, pero ni el itinerario artístico de Hennings comenzó entonces –llevaba años formando parte activa de la escena expresionista– ni su contribución puede ser reducida a la de mera comparsa. No es que su fascinante figura, dotada de un carisma excepcional, no sirviera de inspiración a muchos otros, que la retrataron o la convirtieron en personaje o la citaron y celebraron en su correspondencia, pero ella misma brilló como creadora y supo alumbrar, en la efervescencia de aquellos años inaugurales, un universo propio. Parte de su obra, la que llevó a cabo como cantante, bailarina o actriz, se perdió en el presente de las actuaciones y ha quedado documentada en algunas instantáneas que la muestran como lo que hoy llamaríamos una artista performativa, pero Hennings también fue, entre tantas otras cosas, narradora y poeta.
No es casual que sea Fernando González Viñas, autor de una biografía gráfica de Emmy Hennings –El ángel Dadá, dibujada por José Lázaro y también publicada por El Paseo–, quien presente por primera vez en castellano la faceta literaria de la artista. Excelente conocedor de la compleja trayectoria de Hugo Ball, de quien ha traducido la maravillosa novela Flametti o el dandismo de los pobres –donde se recrean las peripecias de la pareja en la compañía de variedades para la que trabajaron en vísperas de la eclosión del dadaísmo– y los inclasificables ensayos reunidos en Dios tras Dadá y Cristianismo bizantino, ya posteriores a la deserción de un autor que ejemplificó, como otros apóstoles del nuevo arte, la aparente contradicción entre el discurso rupturista de la modernidad y un genuino interés por el mundo antiguo, González Viñas lleva años dedicado a iluminar las poco convencionales figuras de dos personajes que se resisten a ser etiquetados. Pudimos seguir los pasos de Hennings en la mencionada biografía, plena de momentos estelares, y ahora lo hacemos a través de sus propias palabras dado que tanto la novela Cárcel (1919), inspirada en los dos meses que pasó recluida, como la breve antología reunida en Estrofas del éter, que recoge su primer libro de poemas (La última alegría, 1913) y otros publicados en las revistas Die Aktion (1915) y Cabaret Voltaire (1916), remiten a la misma vida extremosa, ambulante y desarreglada de una artista sin ataduras.
Son los años de la primera etapa en la que Hennings viaja de un lado para otro, actúa en teatrillos o tabernas, encadena los amantes y ejerce la prostitución ocasional. Acusada de robar a un cliente que ni siquiera está obligado a personarse en el juicio, es condenada y ahí arranca la experiencia que relata en Cárcel, una novela testimonio que mereció el elogio de sus contemporáneos –fue comparada a obras de Hamsun o Dostoievski– y llamó la atención por la forma desapasionada, aunque a veces torrencial y no exenta de énfasis, en que relataba el cautiverio. En prisión la narradora –"la criatura más indefensa, una muchacha de la calle"– conoce a otras desdichadas que se expresan en el dialecto del sur y cuyos delitos han sido no resignarse a la invisibilidad póstuma de las relaciones no sancionadas o encubrir el hurto de cincuenta céntimos de chocolate o no renovar el carnet de vendedora ambulante. La conciencia de la injusticia, que se ceba de modo especial con los más débiles, le lleva a denunciar un sistema diabólico donde "cualquier inclinación a la libertad es arrancada de raíz". En los poemas, también dolientes, Hennings deja traslucir su adicción al éter o la morfina y la misma sensación de abandono u orfandad, compartida por sus hermanas de la noche que yacen "en el hospital" o vuelven a casa "tras el cabaret", en la alta madrugada. Es el suyo un expresionismo de sabor decadentista, pero la autora sabe evitar los elementos decorativos y los tonos patéticos a la hora de describir –ya se había convertido al catolicismo– el "camino de espinas". Hay en ella, en su pureza inversa, un último esplendor de la santa bohemia.
Tras la efímera aventura del Cabaret Voltaire, Hugo Ball y Emmy Hennings se establecieron cerca de Ascona, en el cantón suizo de Tesino, como parte de la extravagante comunidad de Monte Verità, formada por "fugitivos de la civilización" que han sido con razón considerados los más claros precursores del hippismo y la contracultura de los años 60. En un refugio de la montaña fue donde Hennings escribió Cárcel mientras Ball trabajaba en un breviario sobre Bakunin, que precisamente había pasado sus últimos años no lejos de allí, en Locarno, y describió la zona, desde antiguo asociada a irradiaciones telúricas, como un paraíso.
Otro reciente y muy recomendable libro de El Paseo, también traducido por González Viñas, Contra la vida establecida de Ulrike Voswinckel, cuenta la pintoresca historia de una colonia donde confluyeron decenas de artistas, intelectuales y nómadas centroeuropeos, muchos de ellos procedentes del barrio muniqués de Schwabing, que rechazaban las convenciones burguesas y defendieron o pusieron en práctica ideas alternativas. Influidos por los teóricos del anarquismo y por escritores afines como Tolstói o Thoreau, los habitantes del Monte de la Verdad practicaron los hábitos vegetarianos, el naturismo o el llamado amor libre. No reconocían la autoridad del Estado ni de las iglesias, abogaban por una existencia sencilla, apegada a la naturaleza, y abrazaron el pacifismo, la pedagogía libertaria y distintas corrientes espirituales. Grandes autores como Rilke, Franziska zu Reventlow o Herman Hesse tuvieron contacto con la comunidad o residieron en sus inmediaciones. Los mismos Ball y Hennings llegaron a ser muy amigos de Hesse –de quien el primero escribió una biografía– aunque no lo siguieron en su fascinación por la India y el pensamiento oriental, pues su evolución, basada en una "religiosidad de la renuncia", los llevó a un cristianismo heterodoxo –de ahí la definición de Ball como socialista, esteta y monje– que se inspiraba en la tradición primitiva.
También te puede interesar
Encuentro de la Fundación Cajasol
Las Jornadas Cervantinas acercan el lado más desconocido de Cervantes en Castro del Río (Córdoba)
Marco Socías | Crítica
Guitarra elegante y elocuente
Lo último