Carlos Navarro Antolín
La pascua de los idiotas
La biografía ilustrada de Chiquito de la Calzada
Sevilla/Pocas figuras populares de la historia reciente comprendieron tan bien –y con toda seguridad sin haberse parado a pensar sesudamente en ello– que más importante es el cómo que el qué. El camino, si nos ponemos estupendos, que la meta. Lo que queremos decir –creemos– es que la gracia de Chiquito de la Calzada nunca estuvo en sus chistes, viejos y malísimos la mayoría de ellos, sino en su juego libérrimo, digresivo, delirante y onomatopéyico con el lenguaje, que llevó a los modernos –con los teóricos del post-humor a la cabeza– a arrimarse al Fistro Mayor reivindicando y deconstruyendo su humor –maniobra en el fondo imposible– en clave de vanguardia salvaje o involuntaria.
Don Gregorio Sánchez, malagueño del 32, puso de acuerdo a niños, españolitos currantes de la generación de la posguerra e intelectuales de los de nota abundante a pie de página y guiño ineludible a Deleuze. Hazaña que logró no con un puñado de chistes con materiales de derribo, evidentemente, sino con su carisma, esa cosa que, como el Tiempo para San Agustín, no se puede explicar, pero que este hombrecillo de sonrisa pícara, camisas imposibles y pataítas eléctricas tenía de sobra, como para alicatar siete cuartos de baño, para decirlo a su manera. De Chiquito lo que imantaba era él mismo, a la vez marciano y popular.
Más allá de toda chanza e ironía, la vida de Chiquito no dejó de ser un correlato bastante preciso (con algún tramo desaforado, ciertamente) de la sociología española del siglo XX, desde la experiencia de la miseria y el hambre en la devastadora posguerra hasta la notable mejora material a golpe, eso sí, de sudor, pluriempleo y emigración, para llegar al clímax: el pelotazo de rigor en los años 90.
Este recorrido es el que realiza ahora el pintor e historietista Sergio Mora, que debuta además como narrador en Las legendarias aventuras de Chiquito (Planeta), una biografía ilustrada sin pretensión de exhaustividad (el propio autor confiesa al final del libro que su fuente principal fue la Wikipedia, además de algunas entrevistas a Chiquito publicadas en periódicos y revistas) y cuyo encanto radica, más bien, en la divertida, colorida y entrañable relectura visual de la figura de Chiquito por parte del autor. El cual se sirve del recurso –al principio simpático y prometedor y luego ya no tanto– de emplear un narrador (ficticio) llamado Arito Katana, un japonés que conoció a Chiquito en Tokio, le voló la cabeza, se unió a su cuadro flamenco como palmero y, finalmente, se mudó a España para acabar regentando uno de esos bares japo-cañís de barrio.
Alternando hechos factuales con fugas de fantasía y episodios apócrifos que corresponden a la vida que le inventa a Chiquito su evangelista flipado, el volumen comienza con un Gregorio de 8 años que abandona el colegio y se sube a los escenarios para cantar con el grupo Los Capullitos de Málaga, con el que recorrerá los pueblos de la provincia por mera supervivencia, para dejar de pasar más hambre que el sastre de Tarzán, no "con sensación de estar haciendo algo artístico", como él mismo evocaría mucho después, en el otro extremo de su vida.
Los años 60 en el Torremolinos yeyé de turistas y alfredolandas soñando con conquistar media Suecia en topless, en el que sin embargo –como siempre hay gente no invitada a las fiestas– Chiquito conoció mayormente "mucha hambre y mucho granuja"; más tarde Marbella, de nuevo pasando las de Caín por los empresarios, pecadores de la pradera que le "sacaban el corazón"; las largas estancias lost in translation en Japón a partir de los 70, donde todo le parecía raro, para empezar que se comiera allí "pescado crudo y hasta perro pecador", pero donde al menos le pagaban bien y sin rechistar... En el libro se suceden las van sucediendo las distintas estaciones de su larga y esforzada etapa como cantaor anónimo.
Hasta que llegó el productor y director televisivo Tomás Summers, lo vio en uno de los cientos de espectáculos de variedades que venía haciendo desde los 80, en los que solía contar chistes entre número y número para que el público no se aburriera, y tuvo claro que ese señor disparatado de más de 60 años que derrochaba gracia y energía tenía que ir al programa de televisión que estaba montando: Genio y figura. A partir de entonces, lo que sabemos todos. Locura. Galas sin fin. Familias y amigos hablándose raro con la mano en los riñones y dando pasitos saltarines. Chiquito ampliando el diccionario sentimental de millones de españoles, protagonizando películas simpáticas y espantosas (Aquí llega Condemor, Brácula, Papá Piquillo...), convirtiéndose en un enorme icono generacional.
Falta Pepita, claro. Su mujer, a la que conoció cuando trabajaba como bailarina del circo chino de Manolita Chen, y con la que estuvo siempre desde entonces, más de 50 años. Su muerte en 2012 lo dejó devastado, y el libro, con respeto y de pasada, recuerda esa etapa de oscuridad y abandono hasta su fallecimiento el 11 de noviembre de 2017. Viendo a ese Chiquito roto y en sombras en su bar de siempre, junto a una copita de vino, no pudimos evitar acordarnos de aquella bellísima carta de Raymond Chandler a su editor hablando de su esposa tras pasar por el mismo trance: "Todo lo que hice en la vida fue trabajar para lograr un fuego con el que ella se calentara las manos".
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