La Bienal busca modelo, equipo y director
Política cultural municipal
Sevilla arranca 2021 con un festival que arrastra problemas endémicos como la falta de un modelo independiente, un proyecto coherente y un equipo de trabajo multidisciplinar y estable
El Ayuntamiento sondea al sector para impulsar la cita
La Bienal de Flamenco celebró su pasada edición como un espejismo que hizo que el sector recuperara la confianza en la cita como motor cultural y comprobara cómo con compromiso y profesionalidad se puede sacar adelante un proyecto de esta envergadura a pesar de las circunstancias difíciles que marcó la pandemia. De hecho, desde que se decretó el estado de alarma, prácticamente todos los encuentros jondos fueron anunciando su cancelación, salvo el Flamenco On Fire de Pamplona, que presentó in extremis su programación para la última semana de agosto, y la cita sevillana, que mostró desde el inicio su intención de seguir adelante sea como fuere "por el bien de la ciudad y de los artistas".
Sin embargo, tras este mes de euforia en el que programadores, directores, distribuidores y productores de todo el mundo volvieron a poner el foco en el casi medio centenar de propuestas que pasaron estos días por los escenarios sevillanos, el 2020 acabó de nuevo con una Sevilla huérfana de flamenco y una Bienal de Flamenco a la deriva. La salida de su director, Antonio Zoido, cuyo mandato expiró tras la finalización del evento, y el nombramiento por parte del Instituto de la Cultura y las Artes de Sevilla (ICAS) de Carlos Forteza como director del Teatro Lope de Vega (que completa los puestos de alta dirección permitidos en el actual organigrama del Consistorio) han puesto de manifiesto una vez más los problemas endémicos que arrastra la cita: la falta de un modelo propio e independiente, de un proyecto coherente y ambicioso y de un equipo de trabajo multidisciplinar y estable.
Sólo hay que recordar que la elección de Zoido llegó para el Ayuntamiento de Sevilla como una solución de urgencia tras la fallida y fugaz contratación de José Luis Ortiz Nuevo, que dimitió tras dos meses en el cargo, y la retirada de su candidatura del gestor cultural, director de escena y dramaturgo cordobés, Paco López, cuyo nombre también se barajó para el puesto. Y que todos sus directores han manifestado en reiteradas ocasiones "la fragilidad de este acontecimiento que cuatro décadas después de su creación sigue sin gozar de una personalidad jurídica y un presupuesto propio", tal y como lamentó el filósofo e historiador extremeño en una entrevista a este diario.
Frente a este desafío, que ha vuelto a suscitar las críticas de la oposición, el Ayuntamiento busca fórmulas con las que resolver un embrollo enquistado, que reaparece cada equis como dardo político y sobre el que nadie parece tener una respuesta conciliadora y efectiva. De esta forma, según ha podido saber este diario, el delegado de Hábitat Urbano, Cultura y Turismo, Antonio Muñoz, está manteniendo reuniones con distintos profesionales del área para recoger ideas y sugerencias que permitan desbloquear la caótica situación y dar solidez al que debería ser, sin duda, uno de los grandes proyectos culturales de la ciudad.
En esta línea, se barajan varios modelos que irían desde la creación de un consejo asesor plural compuesto por expertos, órgano que ya se creó con carácter consultivo en la etapa de Cristóbal Ortega y con María del Mar Sánchez Estrella como delegada; el planteamiento de una dirección bicéfala con separación del apartado técnico y artístico, o incluso la convocatoria de una licitación para la dirección, programación y ejecución de la Bienal que valorara el proyecto presentado. Opciones todas que precisan también encontrar nuevas soluciones administrativas. Es decir, lo que parecen tener claro desde el área de Cultura es que es el momento de iniciar un proceso de renovación que permita darle un nuevo impulso a la cita, como ha pedido Adelante Sevilla, y que, en ese horizonte debe estar la idea de "hacer una Bienal diaria" que se expanda más allá de la fecha habitual, como declaró hace unos días su directora, Isabel Ojeda.
Claro que para cumplir con esta entelequia de una Sevilla que se erija como escaparate permanente de lo jondo, algo que reclaman desde hace años los artistas, profesionales, aficionados y turistas, se requiere compromiso e inversión. Por eso, sin un modelo conciliador y autónomo, un proyecto con una filosofía coherente, unos objetivos claros y, por supuesto, un equipo de profesionales independientes que desarrolle y ejecute dicho plan, la Bienal, lejos de crecer y asumir retos, seguirá sucumbiendo a los apaños, las decisiones improvisadas y las meteduras de pata a las que venimos asistiendo. Y sin la consideración y el respeto hacia la riqueza de este arte se continuará reduciendo la imagen del "mayor acontecimiento flamenco del mundo" a la de una guitarra y una azafata -ni siquiera bailaora- vestida con traje de gitana como se hizo en 2018 en Fitur, desatándose la indignación en decenas de memes que circularon por las redes sociales.
En otras palabras, y más de cara a una efeméride como la del centenario del Concurso de Cante Jondo de Granada, la Bienal pide a gritos sensatez, esfuerzo y creatividad para llevar a cabo iniciativas concretas que sirvan de revulsivo para el sector, que contribuyan a promover, divulgar y dignificar el flamenco dentro y fuera de nuestras fronteras y que fomenten la identificación de los sevillanos y sevillanas con el evento.
En lo artístico, por ejemplo, resulta llamativo que no se aproveche el hecho de que la mayoría de los artistas residen o frecuentan la ciudad, algo que no ocurre en ningún otro festival jondo del mundo -salvo en Jerez- y que debería servir para generar proyectos propios y crear comunidad. Sobre todo, porque estar en la Bienal (una aspiración que aún evidencia la trascendencia del evento) acarrea un coste inasumible para muchos creadores a los que se les exige traer propuestas ex profeso, pero no se les facilita ningún tipo de recurso, con lo que se terminan imponiendo dinámicas desiguales entre aquellas compañías consolidadas a nivel internacional -que, por otro lado, optan cada vez más por estrenar en otros circuitos donde se les ofrecen más facilidades- y nombres menos reconocidos pero imprescindibles para entender el lenguaje flamenco.
En cualquier caso, la excelencia creativa que se da en este arte y el incuestionable talento de la cantera defiende sobradamente cada cartel. Por eso cuesta entender por qué cada vez que la Bienal entra en declive se pone el foco en la dirección artística, cuando se sabe además que el cargo no permite resolver las carencias estructurales y se ha puesto de manifiesto la dificultad de encontrar un perfil que aglutine conocimiento, arraigo local y mirada internacional, reconocimiento en el sector y experiencia en la producción artística y en la gestión, con la inestabilidad y la exposición que acarrea el puesto.
Por tanto, cartel al margen, la Bienal tiene como reto trabajar sobre un programa paralelo de actividades de dinamización, participación y colaboración, con las que la cita se cuele en otros circuitos y promueva sinergias, colabore con otros colectivos y plantee acciones innovadoras que permitan acercar al flamenco a otros públicos. Una Bienal proactiva que salga a la calle, dialogue con los sevillanos, integre a las corrientes más vanguardistas y a las más tradicionales, renueve y amplíe sus formatos y se posicione como un evento con sello propio. También, claro, una Bienal que trascienda a los intereses partidistas y particulares y sea capaz de evaluarse cada año, mejorando cada vez las apuestas más fallidas y manteniendo las mejor recibidas.
En definitiva, una Bienal que celebre orgullosa aquello que surge, se mueve y se remueve en lo jondo, no como un contenedor de de propuestas más o menos caducas sino como un motor reactivo que proponga y cuestione. Una Bienal que llegue como la culminación de un proyecto de ciudad y muestre lo que significa el flamenco para Sevilla y Sevilla para el flamenco.
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