Joven Bienal
Bienal de Flamenco | Balance
El magno festival sevillano echa el telón después de tres semanas con excelentes resultados artísticos, algunas quejas por la ausencia de propuestas de corte clásico y no pocos problemas técnicos
Como en la mayoría de las ediciones del Festival, el baile ha sido lo dominante en este 2022. No sólo por la cantidad de espectáculos, también por disponer para su puesta en escena de los espacios de privilegio como son el Maestranza, Cartuja Center, el Lope o el Central. Así como por los presupuestos que mueven. Y, como viene siendo también norma en las últimas ediciones, las compañías capitaneadas por bailaoras han sido mayoría. Hemos visto así las diferentes tendencias de la danza jonda actual sobre los escenarios de Sevilla. Con un claro predominio de lo que hace unos años llamamos la neovanguardia, para diferenciarla de las vanguardias históricas. Los grandes representantes de esta tendencia presentaron obras nuevas: Israel Galván y Rocío Molina. También se sumaron al movimiento, en algunos casos desde hace décadas, y también en esta Bienal, Eva Yerbabuena, Vargas y Brûlé, Andrés Marín, Ana Morales, Pastora Galván, Patricia Guerrero, Paula Comitre, María Moreno, etc. con estrenos que, en muchos casos, acudían al lenguaje dominante hoy día en la escena contemporánea. Con resultados desiguales porque muchos están en la búsqueda todavía de una integración natural de ambos lenguajes, el flamenco y el contemporáneo. Esto hizo que muchos aficionados echaran de menos el baile flamenco clásico que, no obstante, aunque tardó, apareció en las propuestas dancísticas más interesantes que hemos visto en esta Bienal: Alfonso Losa, Mercedes de Córdoba y Lucía la Piñona. Hay que decir, no obstante, que la fisonomía actual de lo que se llama baile flamenco clásico es muy reciente, de los años 60 y 70 del siglo XX, y que es una tradición tan reciente, o más, que la vanguardia. El ballet flamenco solo estuvo representado en dos propuestas muy distintas y complementarias, de un enorme interés. Ha sido una presencia minoritaria en esta Bienal, toda vez que las grandes compañías institucionales no han hecho acto de presencia. Y ya sabemos lo caro que es el ballet flamenco, de ahí que resulte difícil de asumir por parte de las compañías privadas. Pero Estévez y Paños y Rafaela Carrasco se atrevieron en dos propuestas que, como decía, de alguna manera se complementan: La Confluencia, de los primeros, es una obra protagonizada por ocho hombres y Nocturna. La arquitectura del insomnio, de la segunda, por diez mujeres. Parece el símbolo de los tiempos, hombres y mujeres cada uno por su lado. ¿Será posible el diálogo, la integración, la confluencia, el amor heterosexual? Por cierto que hemos echado de menos, con la sola excepción de Manuela Carrasco, la presencia de las generaciones anteriores de bailaores y bailaoras en esta edición de la Bienal en la que la norma no escrita parecía ser la de los nacidos a partir de 1970. Y respecto a las temáticas, como viene ocurriendo en los últimos años, lejos de propuestas sociales, antropológicas, filosóficas, mitológicas, etc, estas tienden a la instrospección: yo, yo mismo, mis cosas, mi vida, mis sueños, mi falta de sueño, mi boda, mi viaje al interior de mí mismo, mi forma de ser, sentir, etc.
En el cante ellas fueron también las protagonistas, con un reestreno de campanillas como fue el de La Tremendita en el Maestranza, aunando, con riesgo y mucho amor, los sonidos clásicos y los actuales o algo más actuales. En fin, ya hemos hecho arriba la reflexión sobre lo clásico en el flamenco. Añadir que contemporáneo es todo aquello que está ocurriendo ahora y el flamenco con guitarra de palo ocurre en este momento, también. No fue, con todo, capaz de llenar el Maestranza como tampoco lo logró Marina Heredia con una obra que reivindica los estilos y el pasado del Sacromonte granadino. Israel Fernández llevó a cabo un recital clásico ideal, muy fresco, demostrando lo contemporáneo que puede ser el flamenco tradicional. David Lagos hizo memoria histórica y en San Luis de los Franceses pudimos disfrutar del cante jerezano de mujer sin amplificación eléctrica. También echamos de menos aquí a los clásicos: Villar, Tomasa, Panseco, Pele, etc.
Quizá la idea más feliz de esta Bienal ha sido la del ciclo Guitarra desnuda en la que hemos visto a algunos de los grandes intérpretes jóvenes y algo menos de las últimas décadas en un formato, el puro concertismo jondo, que resulta moderno de tan clásico, previo a la revolución de Paco de Lucía, a la que se sumó todo el planeta. Flanqueado, aquí sí, por dos clásicos de peso como Vicente Amigo, al comienzo del festival, y Rafael Riqueni al final.
Ha sido también la Bienal de los problemas técnicos. Al que se planteó al principio de la misma, la cancelación del edificio icónico del festival como uno de los enclaves de la programación debido a una avería de la bomba y los conductos de aire acondicionado del inmueble, que obligó a buscar en tiempo record un espacio alternativo, se sumaron luego luces a destiempo, micros que fallan, golpes de sonido, retrasos continuados, etc, en una espiral que llegó a su máxima expresión cuando el telón del Central hubo de caer en mitad de una actuación, y a suspender la misma durante dos minutos, debido a la necesidad de solucionar unos "problemas técnicos".
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