La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Bicentenario 1819-2019
Madrid/"Cuando desde lejos se piensa en el Prado, este no se presenta nunca como un museo, sino como una especie de patria". Ramón Gaya, pintor y autor de El sentimiento de la pintura, escribió desde el exilio en su Roca española (1953) esta frase que enmarca el espíritu celebratorio del primer Bicentenario. El Prado como la casa de todos, como depositario de un legado artístico y vital del que estar especialmente orgullosos.
La efeméride del museo se festeja desde este lunes, cuando cumplió exactamente 199 años, con exposiciones, jornadas de puertas abiertas (la próxima será este fin de semana) y numerosas actividades con las que se propone alcanzar a todos los públicos y provincias. Así ocurre con el proyecto De gira por España, que llevará una docena de piezas seleccionadas de Tiziano, el Greco, Velázquez, Murillo, Zurbarán, Goya y Sorolla por dieciocho comunidades autónomas (excepto Madrid). En Andalucía la institución elegida es el museo de Almería. Pero además un centenar de actividades aproximarán el festejo a otras treinta ciudades y en Madrid, el sábado, La Fura dels Baus ofrecerá tres pases de teatro aéreo y la voz en off de Juan Echanove le contará la historia del museo a quienes sigan el videomapping que se proyectará sobre la fachada de Velázquez.
La primera muestra de la efeméride, apadrinada por los Reyes de España y el presidente del Real Patronato, José Pedro Pérez-Llorca, puede visitarse hasta el 10 de marzo: Museo del Prado (1819-2019). Un lugar de memoria. La ha comisariado Javier Portús, el responsable de pintura española hasta 1700 de la pinacoteca. En ella cuenta la historia del Prado y su relación con la evolución de la sociedad española a través de una relectura de sus fondos artísticos y documentales (168 obras, 34 de otras instituciones nacionales e internacionales).
Es un autorretrato inédito del museo, como ocurriera con su celebrado proyecto MetapinturaMetapintura, que emociona e instruye y que, además, sirve de reconocimiento al trabajo interno, a menudo invisible, que realizan todos sus departamentos, trabajadores a los que el lunes se incluyó en el retrato oficial de la efeméride. "Es un día para sentirnos orgullosos como españoles y como trabajadores de esta casa", elogia uno de los conservadores ante la pared que reúne obras de Sandro Botticelli, Rogier van der Weyden, Hans Memling y la pequeña tabla de Fra Angelico que donó en 2016 al Prado el actual duque de Alba.
Al director de la pinacoteca, Miguel Falomir, le gusta pensar que "todos los españoles se van a reconocer en este Bicentenario porque pocas instituciones están entreveradas de un modo tan importante como el Museo del Prado con la historia de España".
Para él, Un lugar de memoria tiene muchas características: "Es una exposición importante y ofrece una imagen del Museo del Prado necesaria porque nunca antes habíamos contado nuestra propia historia; es visualmente atractiva y sobre todo, al menos para mí, es una exposición emocionante. Es muy difícil atravesar las salas y llegar a la última [donde dialogan el Cristo muerto sostenido por un ángel de Antonello da Messina y la Madre con niño muerto de Picasso, un estudio para el Guernica que cede el Reina Sofía] y no hacerlo con un nudo en la garganta".
La muestra explica, por una parte, el Museo del Prado desde una perspectiva doméstica y nacional. "Mostramos que sin el Prado no se puede entender España y viceversa", prosigue Falomir ante una serie de cuadros que ilustran el origen de la pinacoteca en las colecciones reales, la política patrimonial de la Ilustración, la incorporación en 1872 de un millar de obras del Museo de la Trinidad procedentes de la Desamortización de Mendizábal, la nacionalización del Prado, la Primera República y las Misiones Pedagógicas, lo que supuso la guerra civil y la evacuación de obras a Valencia y Ginebra, el franquismo y la vuelta de la democracia.
La muestra, dedicada a la memoria del profesor y exdirector de la pinacoteca Francisco Calvo Serraller, fallecido la semana pasada, también tiende puentes con los grandes mecenas del Prado, como Frances Cambó, Plácido Arango, Fernández Durán o la familia Várez Fisa.
El primer diálogo que asombra al espectador enfrenta el Cristo crucificado de Velázquez, la primera pintura que se donó al museo, con La visión de san Pedro Nolasco de Francisco de Zurbarán, que el deán sevillano López Cepero regaló a Fernando VII. Les contempla, en la siguiente sala, la Inmaculada de los Venerables de Murillo, que fue expoliada de Sevilla por Soult, adquirida luego por el Louvre y devuelta en un trueque de obras a Franco, que la depositó en el Prado.
Pero el museo también tiene desde sus inicios una dimensión internacional y ha sido un museo fundamental para el desarrollo de la pintura occidental. Por eso, continua Falomir, Un lugar de memoria ilustra cómo la visita al Prado de todos los artistas de vanguardia, comenzando por los impresionistas franceses (grande es la huella sobre Manet y Renoir), no sólo cambió su pintura sino también el devenir de la pintura occidental y la forma que nosotros tenemos hoy de entenderla.
"La exposición recorre sobre todo nuestros fondos pero hay una treintena de obras procedentes del extranjero que muestran el impacto de la pintura española en muchos sentidos. Por ejemplo, abordamos el descubrimiento de la escuela española de pintura, primero en Francia y luego, por el efecto multiplicador que tenía París, en el resto de Europa", detalla Falomir sobre las obras que recrean la galería de Luis Felipe de Orleans y las primeras salas de pintura española en el Hermitage, Budapest y en el mismo Louvre, como la Vista del Salón Carré del Museo del Louvre pintada hacia 1861 por Giuseppe Castiglione y donde se distingue la Inmaculada de Murillo.
"En la segunda mitad del XIX se generó una idea, un susurro en toda Europa, y era que si querías ver algo que cambiara tu percepción de la pintura tenías que venir al Prado", añade Falomir ante la Amazona de frente que cede el Thyssen-Bornemisza y la Angelina del Museo de Orsay, ambas firmadas por Édouard Manet tras su paso por esta "meca de la pintura".
Momentos estelares del conjunto son los encuentros entre la obra de Whistler y Sorolla, el diálogo anacrónico entre Ribera y Fortuny a propósito de la iconografía de San Andrés, las interpretaciones que hizo Picasso en los años 50 de las Meninas y las posteriores de Equipo Crónica... Y muchas obras de Goya como la Maja desnuda, que exhibe su belleza junto al Desnudo recostado de Picasso.
Para el recordado Eduardo Arroyo, el Prado representaba de modo superlativo el parnaso de los pintores. Como él, Oteiza, Hamilton, Pollock, De Kooning y Francis Bacon, que murió en el Ritz, que está enfrente, se dejaron seducir por una fascinación que dura ya dos siglos y cuya memoria, que es también la de quien las recorre, se narra en estas salas.
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