Bevilacqua contra su pasado
Lorenzo Silva pone a su pareja de guardias civiles a investigar un crimen que derivará en una trama de corrupción, un caso con el que el autor ha obtenido el premio Planeta.
La marca del meridiano. Lorenzo Silva. Editorial Planeta. Barcelona. 2012. 400 páginas. 21 euros. Premio Planeta.
Decía Petros Markaris en una reciente visita a Sevilla que una de las principales diferencias entre la novela negra mediterránea y la nórdica radica en que los crímenes de la primera son mucho más suaves. Los autores españoles, italianos y griegos son menos retorcidos. En sus países no hace ese frío perpetuo que les obliga a pasar tanto tiempo recluidos en casa escribiendo páginas y páginas sin parar y dándole vueltas al coco para idear una nueva tortura que supere todo lo descrito antes para sus pobres víctimas.
Lorenzo Silva es un escritor inclasificable dentro del género negro. Su brigada Bevilacqua encajaría de sobra en la corriente mediterránea. Y no sólo por geografía, sino porque tiene una retranca que en nada envidia a los Carvalho, Montalbano y Jaritos, porque se toma las cosas con sentido del humor y porque, sobre todo en esta última novela, se abre bastante a su vida personal.
Sin embargo, los crímenes que se dedica a investigar bien podrían haber salido de la pluma de algún sueco inspirado. Porque un hombre colgando de un puente y al que antes de morir le han pasado una plancha -sí, de las de la ropa- por todo el cuerpo lo mismo podría haber aparecido en una carretera secundaria de La Rioja, como es el caso, que en algún sórdido sótano de la calle Lundagatan.
Si además la víctima es un guardia civil retirado que compartió tres años de profesión con el que se va a encargar de investigar su muerte, la mente del lector se va de inmediato al otro lado del Atlántico, a esa corriente policíaca americana en la que el detective suele verse implicado personalmente en las historias en las que trata de meter las narices.
Con todo esto, con los crímenes que les lleva leyendo durante décadas a europeos y americanos, y con los paseos que ha debido darse por las dependencias de la Guardia Civil, Lorenzo Silva ha construido una novela redonda, posiblemente la mejor de la serie y que le ha valido para conquistar el premio Planeta.
La marca del meridiano es la sexta entrega de la saga protagonizada por el brigada Rubén Bevilacqua y la sargento Virginia Chamorro, dos guardias civiles de la Unidad Central Operativa que llevan catorce años dedicándose a investigar asesinatos por toda España. La pareja protagonista debutó en 1998, cuando él aún era sargento y ella guardia rasa, con El lejano país de los estanques, pero adquirió verdadero renombre dos años después con la publicación de El alquimista impaciente.
Desde entonces han pasado un libro de relatos (Nadie vale más que otro) y otras tres novelas (La niebla y la doncella, La reina sin espejo y La estrategia del agua), algunas más brillantes que otras pero todas con algún punto de interés para cualquier aficionado al género. Como en toda buena serie, la evolución de los personajes es una de las claves del éxito. En el anterior trabajo, Silva había dejado a un protagonista deprimido, enfadado con el mundo por una mala experiencia con algún juez y, hasta cierto punto, insoportable.
Ahora lo retoma con las pilas cargadas, con un caso que le toca sus fibras más íntimas, que le remueve su pasado profesional y personal y pone a prueba su inquebrantable vocación. Bevilacqua se topa con una trama de corrupción dentro de la Guardia Civil y tiene que trabajar de la mano del grupo de asuntos internos, esos tipos de los que sus propios compañeros recelan pero que deben estar siempre ahí para velar por la limpieza del cuerpo.
El libro está cargado de detalles que pueden pasar imperceptibles para el lector común, pero que lo cargan de veracidad ante cualquier persona que haya tenido cierta relación con la Guardia Civil o con la vida en alguna casa cuartel. Sonreirá, por ejemplo, cuando lea cómo se organiza la asignación de coches intervenidos dándoles a los mandos los vehículos más macarras para destinar los discretos a la vigilancia. O entenderá perfectamente los quiebros que a veces hay que dar para que la investigación llegue a buen puerto sin saltarse la rígida cadena de mando.
Lorenso Silva no es guardia civil ni, que se sepa, tiene familia en el cuerpo. Aún así, escribió recientemente una historia del cuerpo llamada Sereno en el peligro. Interior ha debido darse cuenta de que la pareja de picoletos que protagoniza sus novelas puede ser un reclamo publicitario mucho mayor que cualquier campaña de imagen y le ha abierto las puertas de Guzmán el Bueno.
Y eso se nota. Silva describe con cariño desde los cafés de cantina hasta a algunos de los guardias corruptos, por mucho que se alejen de la senda marcada por el duque de Ahumada, cuyos principios están más presentes que nunca en la mente de Bevilacqua.
La novela es muy actual. Contiene referencias a la crisis, a la cuestión catalana y a la cultura popular. Bevilacqua ve con su hijo Breaking Bad, aprovecha los tiempos muertos para leer a Houllebecq y charla con una agente de asuntos internos -a cara cubierta, eso sí- sobre Homicidio, el libro en el que el periodista David Simon relata cómo fue el año que pasó empotrado en la brigada de Homicidios de Baltimore. A pesar de todo, hay momentos en los que el protagonista parece cansado y casi que se va intuyendo ya su pase a la reserva en un futuro no tan lejano. Si llega el caso, la sargento Chamorro y el joven Arnau han demostrado estar preparados.
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