El amor es cosa de tres
ORQUESTA BÉTICA DE CÁMARA | CRÍTICA
La ficha
*** Orquesta Bética de Cámara. Programa: Obertura y Scherzo op. 52, de R. Schumann; Concierto para piano y orquesta en La mayor, op. 7, de C. Wieck-Schumann; Sinfonía de cámara en Sol mayor, de J. Brahms/M. Thomas. Piano: Isabel Pérez Dobarro. Director: Michael Thomas. Fecha: Sábado, 11 de junio. Lugar: Espacio Turina. Aforo: 60 personas.
A la espera de afrontar tras el verano la temporada de celebración de su centenario, la Orquesta Bética de Cámara puso fin a su actual ciclo de conciertos con un programa muy sugerente montado sobre la base de la relación artística y sentimental que se estableció entre Robert Schumann, su esposa Clara Wieck y Johannes Brahms. Una bella historia de admiración artística, respeto personal y amor callado que, por otra parte, propició la creación de una maravillosa serie de composiciones musicales.
De los tiempos en que Clara y Robert por fin pudieron formalizar ante los hombres su amor procede la Obertura y Scherzo de Schumann, que arrancó con sonido dubitativo en las cuerdas pero que una vez hace su aparición el tema rápido fue subiendo en calidad el empaste orquestal. Thomas supo establecer un coherente y bien planteado plan de progresiones dinámicas, a la vez que mantuvo un justo equilibrio entre las secciones instrumentales. En el Scherzo sobresalió la labor de encaje de los staccati de cuerdas y vientos en alternancia.
Para el concierto de una adolescente Clara, todo efusividad y brillantez en su escritura pianística, se tuvo la fortuna de contar con Isabel Pérez Dobarro. Desde el inicio se identificó con el espíritu un poco exhibicionista de la obra, así como con sus líneas expansivas. El muy exigente papel del solista fue desgranado con soltura y brillantez por la pianista, sin problemas en la resolución de las peliagudas cuestiones técnicas, pero con la sensibilidad precisa para desgranar con el justo rubato la belleza de la línea melódica de la Romanze, en la que disfrutamos de un delicioso diálogo entre el piano y el poético chelo de Ana Sánchez Barrueco. Y una nueva demostración de control técnico y de agilidad en la digitación en el Finale.
Tal y como hiciese Manuel de Falla hace casi un siglo, también Michael Thomas va desde hace años colaborando en dotar a la Bética de un repertorio propio a base de orquestaciones y arreglos pensados para la plantilla de esta orquesta. Ayer presentaba su orquestación del quinteto para cuerdas op. 111 de un ya otoñal Brahms, una obra notablemente efusiva y alegre en aquellos años en que Brahms estaba instalado en la dulce contemplación de la vida desde la melancolía y la añoranza. Thomas desgrana las líneas originales e inserta numerosos pasajes para las secciones de viento. No se lo pone fácil a las trompas, por ejemplo, que tienen que asumir a menudo la enunciación de los motivos principales. La orquestación exige un notable grado de virtuosismo en la orquesta para poder encajar la filigrama de cantos y frases que se van solapando y ensamblando en una labor de taracea sonora muy compleja. Nada que la Bética no pudiese conseguir con holgada solvencia.
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