Alba Molina | crítica
No lo es ni pretende serlo
Exposiciones
El artista colombiano Bernardo Ortiz (Bogotá, 1972) anduvo el pasado año de beca en Siena. En la ciudad de la Toscana –con su reminiscencia del medievo- investigó acerca de una técnica tradicional, el dibujo con punta de plata, y también acerca de lo epigráfico. Estos estudios están presentes en la exposición El pánico de los animales pequeños, que podemos visitar hasta el próximo día 1 de febrero en la galería Alarcón Criado, ubicada en el barrio del Arenal (Calle Velarde, 9).
Es costumbre en esta galería establecer una nómina de artistas a los que acompañan en sus trayectorias. Siguiendo su proceso creativo y sus propuestas. Así lo explica el galerista Julio Criado: “A Bernardo Ortiz lo conocemos a través de la participación de diferentes ferias latinoamericanas -ferias en las que participamos desde 2015-. Esta es la cuarta exposición que hacemos con él. Esta recurrencia es una seña de identidad de la galería: cada dos o tres años planteamos un proyecto de un artista. Solemos acompañarlos en su carrera. La galería tiene que ser un exploratorio para desarrollar líneas de investigación y desde el que se depure obra coleccionable”. En El pánico de los animales pequeños hallamos mucho de experimentación.
Todo en esta exposición sugiere una lectura múltiple, o abierta a interpretaciones. Poco es lo que parece a simple vista. La ausencia de un título para cada obra expuesta contribuye a esta visión de la muestra, en la que cada trabajo funciona como un caleidoscopio. “El artista quiere dejar el campo abierto para que nadie haga una lectura preconcebida”, señala Julio Criado. Son otras las particularidades que contiene la exposición. Por ejemplo “los elementos técnicos” –hablábamos del dibujo con punta de plata- y “los soportes” que, explica el galerista, “tenemos el honor de presentar”.
Bernardo Ortiz maneja un lenguaje artístico repleto de sutilezas, las cuales nos llevan a lo inesperado. Así en la primera obra que nos encontramos nada más cruzar la puerta de la galería. Se trata de una estructura elaborada en madera con una serie de rectángulos hechos en papel, pintados, que se disponen de forma escalonada uno tras otro. Hasta ahí la primera impresión. Pero el galerista Julio Criado nos descubre más, pues nos detalla que el ángulo de las esquinas que aguantan cada rectángulo de papel lo decide un programa, no el artista. Con este criterio, Bernardo Ortiz renuncia, en palabras de Criado, a conceptos como “el gusto” o la propia decisión del artista. Porque lo preconcebido estorba la naturaleza de la creación. “Hay sutilezas y elementos que el espectador no conoce pero que son decisivos”, aclara el galerista.
“Bernardo Ortiz renuncia a tomar la decisión sobre cómo combinar colores, capas o ángulos. Él tiene unos programitas pequeños que hace e introduce una serie de elementos y medidas. Entonces, es el programa es quien ejecuta los colores o las medidas de cada obra”, desarrolla brevemente Julio Criado, quien califica de “poesía” este criterio acerca del arte y el papel del artista. Esta estética en la que la apariencia, la expresión superficial, en nada se asemeja al contenido. Siempre sorprendente e insospechado.
Pero el artista colombiano no se limita a lo conceptual. Al arte por el arte. En su exposición observamos problemas que afectan a su país natal –por ejemplo, la violencia o las desigualdades-. “El discurso de Bernardo Ortiz no es un discurso meramente formal. La fragilidad que vemos en los soportes de sus obras puede aludir a la fragilidad de la sociedad colombiana. Por tanto se habla, a través de las estructuras y de los materiales elegidos –madera, papel-, de una sensibilidad y de una sociedad”, reflexiona el galerista. Por otra parte, el propio título de esta exposición remite a aquellos que son débiles, insignificantes, vulnerables.
“Todo en esta exposición está muy medido y muy estudiado”, declara Julio Criado. En efecto: en El pánico de los animales pequeños ningún elemento queda al azar. Cada obra se construye sobre una reflexión o un estudio, una investigación o un propósito deliberado. Esto se puede comprobar en los dibujos de Bernardo Ortiz, donde leemos una serie de frases, repetidas, que no ocupan la totalidad del papel. Significa este juego que el arte es una conversación infinita, sostenida a lo largo de los siglos, cerrada y a su vez siempre abierta. “El lenguaje más característico de estas obras son los cuadros del final: el modo de Bernardo de entender el dibujo. Realizados estos con diferentes técnicas: papel, oleo, perforados. Obras con veinte años en las que se incorporan frases, las cuales nunca terminan, como el propio arte”.
Los edificios monumentales de Siena sirvieron de inspiración para el artista colombiano. En concreto, las inscripciones –de tono grandilocuente- que indican el año de construcción de una iglesia o quién había sido el benefactor del monumento. Bernardo Ortiz reformula esta constante en la historia del arte para, con la técnica del dibujo con punta de plata, homenajear “a los animales pequeños” en una piedra de granito que recuerda a la piedra de Rosetta o a la escritura cuneiforme del Código de Hammurabi. Aunque en esta ocasión los protagonistas del discurso no sean leyes ni dioses, sino aquellos que la historia olvida.
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