Bernarda de Utrera, la niña rebelde del flamenco, fallece a los 82 años
La hermana de Fernanda se hizo popular por sus bulerías, pero era también una gran intérprete de seguiriyas
La cantaora Bernarda Jiménez Peña, Bernarda de Utrera, falleció ayer, a los 82 años, tras padecer una larga enfermedad que durante los últimos años la había tenido prácticamente recluida en su vivienda.
Bernarda de Utrera, hermana de Fernanda, era la más libertaria de las dos, la más rebelde. Es probable que, sin esta rebeldía suya, tampoco Fernanda hubiese llegado a cantar en Duende y misterio del flamenco (1952), la película de Edgar Neville que dio a conocer a las hermanas, las niñas de Utrera, a la afición. Y es que el padre se oponía a la profesionalización de ambas, conocedor de que la vida de artista marca una forma de estar en el mundo, esa "extraña forma de vida" que diría Amalia Rodrigues. Permanecerá su cante, y también su cuerpo y sus opiniones, en el capítulo que le dedicara la serie de TVE Rito y geografía del cante, a principios de los 70. Menuda, dicharachera, nerviosa, con un lenguaje atropellado y vital que no dejaba títere con cabeza, ni siquiera la suya propia: "Aunque a la gente le gusta más mi cante que el de mi hermana, la gente está equivocada. Fernanda es más pura". Eso era en los 60 y 70, cuando Bernarda se hizo enormemente popular con esa forma suya de decir el cuplé y el bolero suramericano, sobre todo el bolero, por bulerías. Esa extraña forma de vida que daba lugar a los amores arrebatados, desgarradores, del bolero gitano. Por eso Almodóvar la eligió para cantar Se nos rompió el amor al ritmo mecido de la fiesta utrerana en uno de sus filmes.
Pero, a la larga, la soleá de Fernanda la relegó a un cierto segundo plano en el que no se encontraba nada incómoda. La suya era una extraña forma de vida, como revelaba su bolero. Y ella era una mujer de carácter, de opiniones contundentes. Por eso le vino bien este segundo lugar que lo alejaba de la impudicia. Por eso no cantó la soleá en público hasta que enfermó Fernanda. Los que dicen que era una mera festera no perciben la tremenda tragedia que late en sus cuplés. Por eso, no hace falta escucharla por seguiriyas para desmentirlos. Y sí, hace falta, porque es una de las grandes seguiriyeras de nuestro tiempo. Es así, no les quepa duda. Su forma de decir el cante es heterodoxa, pero su quejío es carne viva de la pena. De la rabia. Hace unos años, a raíz de la enfermedad de su hermana, sintió un repentino deseo de volver a cantar en público. Y, así, volvió de su retiro, con su hermana muy enferma, con dos discos impresionantes en solitario y en mejores condiciones vocales que cuando se había retirado, años antes. Tenían que subirla al escenario y situarla frente al público, pues su enfermedad le había causado una ceguera casi total. Pero seguía emocionando, como siempre. La última vez que la vi fue en el velatorio de su hermana. Estaba risueña, vital, como siempre. Categórica, como siempre. Su actitud era toda una lección vital frente al luto de compromiso que dominaba aquella tarde el Ayuntamiento de su ciudad natal. ¿Quién podía estar más dolorida sino ella, que había sido casi siamesa de Fernanda?
En 1964 fueron a la Feria Mundial de Nueva York. Cuentan que asomada a la Estatua de la Libertad, con el ancho mar enfrente, le preguntó a su acompañante, "¿Por dónde queda Utrera, primo?".
Bernarda (Bernarda Jiménez Peña, Utrera, 1927) fue premiada en 1967 en el Concurso Nacional de Córdoba y posee distinciones como la Medalla de Oro de Andalucía o Hija Predilecta de Utrera. En su pueblo tiene una calle con su nombre y el de su hermana. Festera genial, Bernarda era además depositaria de algunos de los estilos característicos del área utrero-lebrijana en su condición de nieta del Pinini. Así las cantiñas atribuidas a su abuelo o los fandangos a ritmo de soleá. Ha muerto Bernarda de Utrera, una de las grandes.
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