Estampas y fantasías del sur

José Luis Bernaldo de Quirós | Crítica

José Luis Bernaldo de Quirós en el Alcázar.
José Luis Bernaldo de Quirós en el Alcázar. / Actidea

La ficha

JOSÉ LUIS BERNALDO DE QUIRÓS

*** XXIV Noches en los Jardines del Real Alcázar. José Luis Bernaldo de Quirós, piano.

Programa: Rincones sevillanos

Joaquín Turina (1882-1949): Rincones sevillanos Op.5 [1911]

Antonio José (1902-1936): Danza burgalesa nº3 [1923]

Manuel de Falla (1876-1946): Fantasia Bætica [1919]

Isaac Albéniz (1860-1909): Rondeña / El Albaicín / Lavapiés / Triana [1907-08]

Lugar: Jardines del Alcázar. Fecha: Viernes, 15 de septiembre. Aforo: Casi lleno.

Uno de esos recitales que el ciclo del Alcázar ha dedicado a los 100 años de la muerte de Sorolla, tan vinculado a este espacio. Lo hizo el madrileño José Luis Bernaldo de Quirós, quien mostró su carácter de pianista volcánico, agitado, un punto nervioso, con un programa verdaderamente desafiante por el virtuosismo extremo de algunas piezas. El arranque fue casi a modo de trampantojo: la serenidad impresionista de los compases iniciales de “Noche de verano en la azotea” de los Rincones sevillanos de Turina, que rápidamente se dan al arabesco folclorista. En las gamas dinámicas más leves el sonido es un poco duro, pero el pianista muestra un extraordinario control rítmico y varía con flexible instinto pictórico las articulaciones. Bernaldo de Quirós es uno de los pianistas que mejor conoce y más ha profundizado en la obra de Antonio José, lo que demostró en una Danza burgalesa de soberbia claridad y equilibrio entre voces.

La complejidad diabólica de la Fantasía Bætica de Falla admite talantes interpretativos diversos y en Bernaldo de Quirós sale el alma guerrera, que parece enfatizar en todo momento los choques entre notas, su abigarramiento, lo que a menudo deja en segundo lugar la claridad textural, pero el ritmo se rige siempre en guía para mantener la coherencia en una interpretación a un tempo que por momentos se hace delirante.

El ritmo siguió ejerciendo de guía en Albéniz, desde una una Rondeña también fulgurante, que empezó cantando con levedad en su ritmo de guajira, hasta una Triana graciosa, sonriente, aunque un tanto monocroma. Entre medias, hubo un notable contraste entre un Albaicín refinado y un Lavapiés de arranque algo confuso pero que se afianzó en las variaciones sobre ese villancico andaluz que parece desmentir su inspiración madrileña.

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