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Crítica 'Ben-Hur'
BEN-HUR. Drama / Aventuras, EEUU, 2016, 124 min. Dirección: Timur Bekmambetov. Intérpretes: Jack Huston, Nazanin Boniadi, Haluk Bilginer, Pilou Asbaek, Rodrigo Santoro, Moisés Arias y Morgan Freeman. Fotografía: Oliver Wood. Música: Marco Beltrami.
¿Quién es Jack Huston? Un mediocre intérprete de pésimas películas como Orgullo + Prejuicio + Zombies. ¿Quién es Timur Bekmambetov? Un pésimo director ruso afincado en Hollywood al que se deben joyas como Abraham Lincoln: cazador de vampiros. ¿Quién es Keith R. Clarke? Un pésimo guionista televisivo autor de un solo largometraje: el mamarracho Camino a la libertad. Pues el primero es la estrella, el segundo el director y el tercero el guionista de esta cuarta versión del clásico de Lew Wallace Ben-Hur, publicado en 1880 y llevado cuatro veces al cine: dos con resultados olvidados o desastrosos (una versión de 1907 y esta) y dos memorables (la de Niblo en 1925 y la de Wyler en 1959).
La corta versión de 1907 se basaba en el inmenso éxito de la adaptación teatral de 1899 y estaba interpretada por los mismos actores -Edward Morgan y William S. Hart, que después fue la primera estrella del western- que la estrenaron en Broadway. La Metro compró los derechos por 600.000 dólares y estrenó en 1925 la magnífica versión de Niblo interpretada por Ramón Novarro como Ben-Hur y Francis X. Bushman como Messala. Fue un inmenso éxito.
En 1957 una Metro agonizante en el Hollywood del hundimiento de los estudios resucitó el proyecto. Desde el éxito que el estudio tuvo en 1951 con Quo Vadis? las películas históricas en gran formato y color se habían revelado como un buen medio de luchar contra el imparable éxito de la televisión. Aun así la aventura parecía dudosa. Sin embargo la dedicación obsesiva del productor Sam Zimbalist -que le costó la vida: murió de un infarto en Roma, durante el rodaje, a los 54 años-, el genio de William Wyler y la calidad del guión, los actores, el diseño de producción, la partitura de Miklós Rózsa, la dirección fotográfica de Robert Surtees, los decorados de Edward C. Carfagno y William A. Horning y la secuencia de la carrera de cuadrigas rodada por Andrew Marton la convirtieron, a la vez, en un clásico, un récord en la obtención de Oscar y un taquillazo.
Evocar las versiones de Niblo y Wyler en la crítica de esta nada con pobretona apariencia de telefilme cutre de sobremesa es un absurdo. Lo hago para entretenerles e informales, en parte, y para que se planteen conmigo una pregunta sin respuesta: ¿por qué se han metido los productores en el desafío de rodar una nueva versión de Ben-Hur con tan malos intérpretes, guionistas y director? ¿Para ganar dinero? Pues lo están perdiendo a espuertas: es el mayor fracaso de 2016. ¿Para hacer una gran obra que asuma riesgos por su audacia? Pues, además de ser una cascarria convencional, la crítica la ha masacrado.
Pobre en todos los sentidos -diseño de producción, fotografía, música-, con un guión que pretende justificarse apelando a la fidelidad a la novela (que además traiciona buscando un estúpido final reconciliador, pacifista y políticamente correcto), una superficial representación de un Cristo entre hippy y gibsoniano, una carencia o mala utilización de medios que le dan una apariencia cutre, una patética incapacidad para crear drama y espectáculo (ni los efectos digitales logran realzar los míseros diez minutos de la carrera), unas interpretaciones penosas hasta del gran Morgan Freeman y un final -la cabalgada con canción pop- que puede contarse entre los más estúpidos vistos en mucho tiempo, esta cosa será justamente olvidada tan pronto salga de cartelera.
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