Belmondo, un actor en dos mundos

Obituario

Inmortal por Godard y 'Al final de la escapada', popular por de Broca y Verneuil, el rostro emblema de la Nouvelle Vague fallece a los 88 años

Jean-Paul Belmondo y Jean Seberg, en 'Al final de la escapada' (1959) de Jean-Luc Godard.
Jean-Paul Belmondo y Jean Seberg, en 'Al final de la escapada' (1959) de Jean-Luc Godard. / D. S.
Carlos Colón

06 de septiembre 2021 - 21:12

Sevilla/El hijo del escultor Paul Belmondo, juzgado en 1945 por su colaboración con los nazis y posteriormente rehabilitado, fue el rostro emblema de la Nouvelle Vague por su interpretación en la transgresora película estandarte Al final de la escapada de Godard que glorificaba un cierto anarquismo de bulevar. No hay contradicción: Belmondo adoraba a su padre y reprochó airadamente a Jack Lang –entonces ministro de Cultura– que no asistiera a su funeral cuando falleció en 1982, de la misma forma que se movía con soltura entre el cine de autor más radical y el comercial más popular, mostrándose siempre ante la cámara con una pasmosa naturalidad. Queda para la historia del cine como el rostro emblema de la Nouvelle Vague por Al final de la escapada, su película estandarte pese a estrenarse un año después que Los 400 golpes de Truffaut, pero para la memoria del gran público francés será el divertido y descarado Bébel de comedias de acción y películas policíacas.

Joven burgués mal estudiante, apasionado de los deportes y sobre todo del boxeo (muy en torero dijo: “A los 15 años solo tenía una idea, ser boxeador, pero para triunfar había que tener hambre y sentir rabia, y no era mi caso”), al cumplir 18, en 1950, decidió ser actor. Pero hubo de luchar con los fracasos y el rechazo de los más prestigiosos centros de arte dramático. Y además parecía gafado. En 1953 logró un papel en una obra teatral del triunfador Anouilh... Pero fue el primer fracaso del autor. En 1957 logró su primer papel en una película –Les copains du dimanche de Aisner, producida por la Confederación General de Trabajadores... Pero sólo se estrenó en la Alemania del Este.

Sobrevivía con pequeños papeles teatrales y actuaciones en cabarets hasta que en 1958 llegaron Les tricheurs de Carné y Sois belle et tais-toi –en la que coincidió con otro joven debutante, Alain Delon– y Un drole de dimanche, ambas de Allegret. En ello estuvo su suerte porque Godard, entonces crítico de Cahiers du Cinéma, puso como los trapos la última película, pero elogió la interpretación de Belmondo –a quien llamó el Michel Simon del futuro– y lo escogió para interpretar su cortometraje Charlotte et son Jules y su primer largometraje, la mítica Al final de la escapada. Llegaba el estrellato y Belmondo dejaba claro que no se comprometía con una única línea cinematográfica: ese mismo año 1960 interpretaba el film noir comercial A todo riesgo de Sautet y una versión televisiva de Los tres mosqueteros.

A partir de ahí será uno de los rostros esenciales de la Nouvelle Vague y del cine de autor francés a la vez que el más popular –junto a su amigo Delon– del más taquillero. Está de una parte –por centrarnos sólo en la primera década de su carrera– el Belmondo de Une femme est une femme y Pierrot le fou de Godard (1961 y 1965), de Leon Morin prêtre, Le Doulos y L'ainé des Ferchaux de Melville (1961, 1962 y 1963), de Le voleur de Malle (1967) y de La sirène du Mississippi de Truffaut (1969); y de otra parte el Belmondo de las popularísimas Cartouche, El hombre de Río y Las tribulaciones de un chino en China de Phillippe de Broca (1962, 1963, 1964) y de Un mono en invierno, Cien mil dólares al sol y Fin de semana en Dunkerque de Verneuil (1962, 1963 y 1964).

Desde la década de los 70 se decantó por el cine popular comercial, interpretando sólo dos obras de autor (Stavisky con Resnais en el 74 y Les cent e une nuits de Simon Cinéma de Varda en el 95), conociendo grandes éxitos de taquilla –por citar solo los más conocidos– con Lelouch (Del amor y la infidelidad), Enrico (Ho!), Deray (Borsalino, junto a su amigo Delon), Giovanni (El clan de los marselleses), Lautner (El profesional) o Labro (El heredero); y siempre con sus fieles cómplices de Broca con un tono más jocoso (El magnífico, El incorregible) y Verneuil con un tono más film noir (Pánico en la ciudad, El cuerpo de mi enemigo).

Quedará, como su mayor aportación tanto al cine de autor como al comercial, su absoluta naturalidad ante la cámara. Por tenerlo todo, en los años 90 logró triunfar en el teatro –su gran ambición– interpretando obras de Rostand, Feydau y Schmitt.

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