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Beethoven y el metrónomo

Riccardo Chailly registra para Decca una integral sinfónica de Beethoven marcada por la rapidez de los 'tempi' elegidos.

La Orquesta de la Gewandhaus con Riccardo Chailly al frente en su sede de Leipzig.
Pablo J. Vayón

19 de noviembre 2011 - 05:00

Beethoven: Sinfonías. Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig. Riccardo Chailly. Decca (5 CD) (Universal)

El 17 de diciembre de 1817, Beethoven publicó en un periódico musical de Leipzig indicaciones metronómicas para sus primeras ocho sinfonías. El metrónomo acababa de ser patentado aquel mismo año por Johann Nepomuk Mälzel, y Beethoven, que había colaborado con el inventor, lo recibió con entusiasmo. La consulta de estas indicaciones revela cómo a lo largo del siglo XIX los directores fueron ralentizando los tempi hasta crear una tradición absolutamente alejada de las ideas originales del músico.

A menudo, la cuestión de las indicaciones metronómicas de Beethoven ha salido a la luz, considerándose imposibles de cumplir. La esperada integral sinfónica de Riccardo Chailly para Decca vuelve a ponerla de actualidad, pues el maestro italiano confiesa haberlas tenido muy en cuenta. El resultado: si mis datos no me engañan, la más rápida integral de la historia de la fonografía, con un total de 317 minutos y 34 segundos empleados (frente a los, por ejemplo, 333'57'' de Van Immerseel).

En el dilema eterno entre Clasicismo y Romanticismo aplicado a la música del de Bonn, Chailly podría considerarse casi un hiperclásico. Al frente de la Gewandhaus de Leipzig, una de las orquestas con mayor tradición beethoveniana de la historia (ya en 1826 ofreció una primera integral de las sinfonías), el director milanés limpia las obras de prácticamente todas las adherencias románticas que tienen que ver con el exceso de pathos, y curiosamente no lo hace a partir de la edición Urtext de Jonathan del Mar, sino recurriendo a la antigua de Peters, que él mismo ha retocado.

El resultado no es apto para los amantes del Beethoven centroeuropeo más tradicional, el Beethoven denso, épico y trágico de un Karajan, un Masur o un Barenboim. Pese a manejar una orquesta amplia, Chailly evita las brumas y el exceso de peso con unas articulaciones nítidas y afiladas y un equilibrio instrumental que, aun sin privilegiar las maderas como hacen los historicistas con contingentes de cuerdas más reducidos, deriva en una paleta de colores que llega hasta lo deslumbrante (Pastoral, ). Eliminar el énfasis sobre la épica no supone para Chailly falta de dramatismo, que apoya en grandes contrastes dinámicos, contundencia en los ataques y un trabajo intenso para destacar determinados aspectos rítmicos (el principio de la Eroica resulta aquí especialmente sincopado). En cualquier caso, la elección de tempi es la que marca el sentido de unas interpretaciones que se hacen por momentos fulgurantes. Curiosamente y , las más clásicas, parecen algo prosaicas, pero a partir de la la batuta va imponiendo un impulso de avance permanente, desbrozando el camino de sentimentalidad y solemnidad excesivas (Marcha fúnebre de la mucho más lírica que trágica), trazando filigranas en los finales (, , pura danza, …), y ello sin eludir por supuesto el contenido retórico que explota en la . Las ocho oberturas de complemento son un pletórico estallido de luz y energía liberadora. Dará que hablar.

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