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ORQUESTA DEL WEST-EASTER DIVAN | CRÍTICA
**** Programa: Concierto para violín y orquesta en Re mayor op. 61; Sinfonía nº 7 en La mayor op. 92, de L. van Beethoven. Violín: Michael Barenboim. Orquesta del West-Eastern Diván. Director: Daniel Barenboim. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Domingo, 30 de junio. Aforo: Lleno.
Ha venido a coincidir la anual visita de Daniel Barenboim y la West-Eastern Divan con la grave crisis que ha afectado (y sigue afectando, se diga lo que se diga desde ayuntamientos y Junta) a las orquestas andaluzas. A la vista de los problemas de financiación de las mismas, cabría preguntarse por la pertinencia de seguir costeando desde el gobierno andaluz este proyecto personal del director argentino y si no sería mucho mejor dedicar ese esfuerzo a fortalecer definitivamente a los conjuntos sinfónicos regionales y a mejorar la enseñanza musical de calidad en los conservatorios y por medio de la Orquesta Joven de Andalucía, necesitada de mayor visibilidad de forma escandalosa.
Dicho lo cual, hay ahora que hablar del gran concierto ofrecido anoche por esta orquesta juvenil bajo el mandato de uno de los mejores directores de la actualidad. Sabido es que Barenboim se ha convertido en la actualidad en una especie de último heredero de la tradición germánica de la dirección orquestal. Ello se evidenció en su manera de concebir el discurso sonoro en el concierto para violín y orquesta de Beethoven mediante un fraseo ampuloso, de largas frases y tempos morosos, llevando la agógica al límite de la sostenibilidad e incluso superando dicho límite en momentos del Larghetto. Desde dicho paradigma, el sentido dialógico y dramático que tiene el contraste entre los dos temas de la forma sonata clásica se difumina en un trascurrir continuo y sin contrastes. A cambio, el fraseo gana en claridad y en sutileza en la manera de dotar de relieve y presencia a cada frase instrumental, como las breves líneas de las violas al inicio del Allegro ma non troppo y que casi siempre pasan desapercibidas o la forma tan delicada y minuciosa con la que cinceló la primera frase de las maderas. Además, la disposición clásica de la orquesta con los violines enfrentados y las cuerdas graves en el centro favoreció el empaste espectacular de la orquesta a todo lo largo del concierto.
Michael Barenboim hizo cantar a su violín con un sonido de suma brillantez y de gran riqueza de armónicos, especialmente en los pasajes con dobles cuerdas en los que las dos líneas sonoras eran perfectamente identificables. Con absoluto dominio técnico pudo lucir unos magníficos trinos en pianissimo y todo un despliegue de virtuosismo en las cadencias.
Barenboim se sacudió la morosidad con la sinfonía, concebida aquí como un despliegue de energía y de acentuaciones rítmicas milimétricamente medidas, con impresionantes progresiones dinámicas. Pero lo más impresionante fue la forma de ordenar y regular las frases, con claridad en las texturas, del Allegretto.
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