Apuesta segura por los jóvenes

ORQUESTA DE LA FUNDACIÓN BARENBOIM-SAID | CRÍTICA

Pablo Heras-Casado.
Pablo Heras-Casado. / D.S.
Andrés Moreno Mengíbar

28 de diciembre 2021 - 23:12

La ficha

****Programa: Concierto para violín y orquesta en Re mayor, op. 35, de P. I. Chaikovski; Sinfonía nº 8 en Sol mayor, op. 88, de A. Dvorák. Violín: Amaury Coeytaux. Director: Pablo Heras-Casado. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Martes, 28 de diciembre. Aforo: Casi lleno

Aquí somos así. Nos cargamos la enseñanza de la música en colegios e institutos y mantenemos unos conservatorios decimonónicos, pero creamos una fundación precisamente para ofrecer esa enseñanza. Creamos un modelo de formación de jóvenes en orquesta, pero luego lo ninguneamos, lo mandamos al limbo informativo y le superponemos la dichosa fundación de marras para que haga lo mismo, pero con más presupuesto y bombo mediático. ¿Y para qué? Para la dichosa foto (¡ay la foto, cuanto daño le hace a la Cultura!) y ad maiorem Barenboim gloriam.

La orquesta de la Fundación Barenboim-Said (que nada tiene ya que ver en la práctica con el director argentino) ha ofrecido, al margen de las cuestiones políticas, un concierto espléndido, si bien no mejor que los que ofrece la OJA sin que nos enteremos de ello. La calidad de todas y cada una de sus secciones es extraordinaria y el empaste, el sonido de conjunto, está cuidado al detalle gracias al trabajo que ha realizado Heras-Casado durante el tiempo de trabajo con los jóvenes. Estas cualidades se pudieron apreciar mucho mejor en la sinfonía de Dvorák, en la que el director estableció un fraseo lleno de energía y de claras acentuaciones, con total control de los recursos orquestales y con una transparencia y claridad que permitía apreciar todas las frases, como ese contracanto de las violas a los chelos al inicio del Allegro non troppo. La flexibilidad en la respuesta de los músicos a las indicaciones de Heras se puso de manifiesto enn el pasaje con los ritmos cruzados del tercer tiempo. En el segundo hay que alabar su forma de sostener el tempo sin caídas de tensión, así como la poesía con la hizo desenvolverse la melodía de los violines.

Antes, con el concierto, Heras contuvo a la orquesta para dejar lucirse a un Coeytaux brillantísimo, de un virtuosismo espectacular y un fraseo cargado de pasionalidad. Su sonido sedoso, brillante y carnoso a la vez, se plegó tanto a la energía demandada en el primer tiempo como a la delicadeza del segundo, en el que estuvo arropado con gran poesía por las cuerdas con sordina. En el tercer movimiento dio una soberana lección de articulación con todo un muestrario de las diversas intensidades de rebotes de arco y de ataques a dobles y triples cuerdas.

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