La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Ocho de septiembre. Día de la Natividad de la Virgen. Como es preceptivo en la jornada y en la tradición, salen procesiones por diferentes pueblos de la provincia de Sevilla. En Mairena la más original, pues aquí salió en procesión la cantante catalana Bad Gyal, que desde luego tiene algo tiene de diosa, reina o mito. Sin ir más lejos, hubo grupis -¿se sigue usando esta palabra?- que recitaron aquello de “y guapa, y guapa, y guapa, y reina, y reina, reina, reina”. Este culto -profano- se celebró en el Centro Hípico del municipio, en el Cabaret Festival, en una noche de septiembre que tomó los tonos cálidos del trap, el reguetón y la música urbana. Adolescentes con estética de película futurista de los años ochenta se reunían en una explanada adyacente al lugar del concierto. Similar el ambiente en el interior.
A las diez en punto se encendieron las luces del escenario y un estruendo se escuchó desde el público. Miles de pantallas de móviles apuntando a la artista: aparecía Bad Gyal semejante a la Venus de Botticelli. Idéntica sensualidad, idéntico magnetismo. Sonó Slim Thick, que levantó a los últimos tímidos que aún no estaban perreando en la pista del Centro Hípico. Otro tema que entusiasmó a la juventud de la generación Z fue Su payita: “Sabes que desde ese día a mí me hipnotizaste. / Cómo lo hacíamos, mi cuerpo descodificaste. / Ahora quiero repetirlo, verte aparte. / Dice que su amigo no puede enterarse”.
Cualquier gesto -desde bailar al ritmo de la música hasta quitarse las gafas de sol- era motivo para hacer enloquecer, para hacer vibrar a los seguidores. Estos, rendidos, absolutamente entregados. Bad Gyal, carisma, poderío, iba desarrollando un concierto que no cesaba en su impulso, en su pasión. Igual que esas chispas y fuegos que ascendían desde el escenario. Llegó el turno de interpretar Tú eres un Bom Bom y, sin pausa, su último éxito, Chulo. “Dice que quiere tenerme a su lado. / Yo con ganas de verlo vaciado. / Pa’ dejarlo asfixiado y decirle “chao, chao”. / Un chulo como tú, así es como me gusta. / Una mala como yo, eso es lo que tú buscas”.
La actitud de la artista, la sensación que transmitía, era la de un seísmo que edifica. Una especie de fractura que construye. Atracción hipnótica en los movimientos, en la mirada, en el gesto, en el baile. Una insólita capacidad para llevar el escenario allá donde Bad Gyal estuviera. Donde ella se ubicara, y sólo ahí, estaba el lugar -el lugar exacto-. Astro en femenino. Así podríamos definir a la cantante, cuyo micro iba adornado con el brilli-brilli.
Muy coreado el estribillo de 44: “Él me dice: “Mami, yo te quiero pa’ mí” / Si me ve con otro, le saca la 44 de los Calvin”. Idéntico ocurrió con Aprendiendo el sexo. En este instante Bad Gyal sola sobre el escenario, agachada, tumbada, con ojos desafiantes. De nuevo lo sexual, el tributo a los instantes más salvajes, más primitivos. Media hora de concierto llevábamos y, con tal energía, con tal puesta de escena, la cosa parecía dilatarse en los relojes. Qué cascada de ritmos, de músicas, de canciones una detrás de otra. Bad Gyal no daba respiro. No daba tregua. Allá en las gradas del auditorio los adolescentes se besaban. Lo de siempre, pero siempre nuevo. Lo que todos conocimos. Esos recuerdos personales que en algún momento tendrán dimensión de acontecimiento en nuestra memoria.
Un remix del mítico Gimme the Light. Y enlace con Kármika. Una paradita breve -apenas unos minutos- y un cañón de luz iluminó el recinto. En coordinación con el flash y con las luces que emanaban del escenario. Color rojo. Llamas de fuego en la pantalla. A estas alturas del
espectáculo -esta cita no se puede calificar de otra manera- todo, desde luego, ardía. Todo prendía en esta noche de septiembre en Mairena del Aljarafe.
Flow 2000 fue otra de las canciones que interpretó Bad Gyal. Cada movimiento de su cuerpo en consonancia con las músicas y con las bases, con las percusiones. Los bailarines al unísono igualmente. Nada fuera de lugar. Nada sin su precisión. El show, más que ensayado, parecía programado. Pero en directo. A los cincuenta minutos de este carrusel, tocó el descanso.
Zorra -otro tema popular de la cantante- inauguró este segundo tiempo. “El otro día tú me llamabas. / Decías que extrañabas cómo te tocaba. / Tú querías que me pasara por tu casa / y yo ya no puedo dormir en tu almohada. / Tú eres un mierda, no vales na’ / y eso todas lo saben”. Terminó la letra y la ovación se escuchó, seguro, en buena parte del Aljarafe sevillano y acaso en los primeros pueblos del Condado de Huelva. Bad Gyal se fijó en los carteles caseros que el público mostraba desde la explanada. “Esto no forma parte del show, pero lo voy a hacer”, y la artista detuvo el concierto para leer las pancartas que emergían entre las cabezas. “Venís fuerte en Sevilla, eh”, concluyó Bad Gyal.
Una hora de concierto y la noche, como en el poema de San Juan de la Cruz, oscura. Sin embargo, sonó El sol me da. Y Qué rico y Real G y La prendo. Contoneo de las caderas de la artista. Sinuosa cadencia, que era el lenguaje pausado de aquello que evoca lo prohibido. Ahora es el turno para el lucimiento de los bailarines, que iban ocupando las pantallas, con sus coreografías. “De Barcelona a Nueva York, / la que vende todo”. Éxtasis entre el público, entre esta representación de la generación Z. Vídeos para Instagram. Letras de TikTok. Muy poco Facebook y Twitter por aquí.
Cuando Bad Gyal parecía despedirse, Alocao -con cierre apoteósico-. Y el himno de una época, una oración generacional: Fiebre. De nuevo la artista al escenario para culminar este concierto en el que se encontraron, en la luz de la noche, todos los dioses de la posmodernidad: lo ostentación material, el placer, el hedonismo, el cuerpo.
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