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Vivo en Suecia. Antología poética. Sonja Åkesson. Trad. y prólogo de Francisco J. Uriz. Vaso Roto Poesía, Madrid. 341 páginas. 24 euros.
Sonja Åkesson pasó toda su vida en Suecia. El paraíso civilizado de los derechos sociales, las libertades personales, de la democracia perfecta y los ciudadanos felices. Podría haber sido una de esas rubias rutilantes que se paseaban muy ligeras de ropa por las playas de la Costa del Sol durante los años 60 encandilando a nuestros desprevenidos machos ibéricos y demostrando que otro mundo de desinhibición era posible, aunque se encontrase a muchos kilómetros de aquí y en él hiciese un frío de muerte.
Siguiendo con los tópicos. Åkesson, sin embargo, se parecía más a una de las mujeres atormentadas, y también rubias, que aparecían en las películas de su compatriota Ingmar Bergman. Una especie de paradigmática Liv Ullmann. Aunque pensándolo mejor, quizás recordase más a la protagonista de una de esas películas en las que Woody Allen homenajea, al borde del plagio, a su maestro y mentor sueco.
Pero nada de esto. Sonja Åkesson era una mujer real que vivía en un país real, es decir, lleno de contradicciones. Para empezar nació en 1926 en un pueblo pequeño en una isla pequeña. Fue al colegio durante muy pocos años, que es casi decir que no tuvo estudios. Lo que sí tuvo siempre fue un arrojo y una pasión desbordantes por la vida, y, sobre todo, por vivir la vida a su manera, aunque esto le costó literalmente una enfermedad que la llevó a la muerte con 51 años: alcohólica y depresiva.
Fue una poeta conocida y admirada que participó de la renovación que la poesía sueca vivió durante los años 60 bajo el título de nyenkelhet (la nueva sencillez). Vaso Roto acaba de publicar una antología bilingüe de su obra, traducida y prologada por Francisco J. Uriz, que ha visto la luz bajo el título Vivo en Suecia, que es también el nombre de una de sus obras más conocidas.
En el prólogo, Uriz asevera que Akesson "no nació poeta, sino que se hizo poeta". Su primer contacto con la escritura fue en 1954, cuando siguió un ciclo de estudios sobre poesía moderna y otro de escritura libre al año siguiente. Sin embargo, cuando nos adentramos en su obra tenemos la impresión de encontrarnos ante alguien que ha sido poeta toda su vida, por más que hasta esa fecha no hubiese escrito un verso. Su visión poética y desgarradora del mundo está presente desde muy temprano en su vida. Por eso, posteriormente, cuando se siente preparada, más bien cuando se atreve a tomar lápiz y papel, sus recuerdos cobran una intensidad desbordante. Lo vemos en uno de sus poemas más conocidos, Una carta, incluido en su libro Vivo en Suecia, en el que rememora su relación con un joven campesino de 17 años con el que perdió la virginidad cuando ella era tan sólo una niña de 11: "A veces te emborrachabas un poco. / Entonces ponías en el manillar / ramilletes de jazmín / o ramitas de peral en flor".
Pero Åkesson es sobre todo la poeta de lo cotidiano. Ama de casa, casada en varias ocasiones, madre desbordada por sus obligaciones, por el despotismo de sus parejas, por la ingratitud de una sociedad que la relegaba a un segundo plano y en la que se sentía tratada como parte del mobiliario de un hogar en el que sobrevivía desesperada. Åkesson escribe para conjurar el tedio, para huir de las desgastadas relaciones de pareja, para sentirse persona, individuo pensante, para decidir sobre su destino, porque no podía hacer otra cosa. Y sus poemas son una bocanada de humo ante los ojos del lector, hieren y atropellan. Son un puñetazo de realidad, de burda, deslumbrante y crítica realidad: "Si ustedes también están solos / no se les nota, / al menos no de la misma manera, / así tan claramente, caramba" (Hilos, de Fuera brilla el sol).
Nos encontramos ante una escritora compulsiva que nos habla directamente, que escupe cotidianidad y que se ríe y sufre sin ocultar su decepción, su pereza, sus ganas de abandonar, como expresa lacónicamente en estos delicados versos de su poema Estoy tan cansada, incluido en su libro Veranda de cristal: "La noche no desea nada de mí / excepto silencio".
También ante una mujer de una sensibilidad exacerbada capaz de expresar sus emociones sin sensiblería: "Ligera capa de nieve polvo / sobre el cuero cabelludo marrón del suelo, / sobre los ralos cabellos de la tierra" (Una vida soportable, de El ojo del caballo).
La obra de Åkesson es todo eso, pero sobre todo es un desgarrador ajuste de cuenta con la hiriente realidad. Y no se deja nada en el tintero. Porque la poesía sirve también para eso, para esgrimirla como un mazo en alto: "Y claro que recuerdo aquella fiesta de la empresa / a la que tenías que asistir / y cómo llegaste a casa un poco achispado / caliente y alegre / y quisiste acostarte conmigo / y yo te escupí / cuando ibas a follarme. / Sí, claro. / Claro que me acuerdo" (Claro que me acuerdo, de Vivo en Suecia).
Y así lo hizo esta mujer que conoció el éxito cuando ya era demasiado tarde para disfrutarlo, para sentirse segura del valor de su trabajo. Porque para Sonja Åkesson siempre fue demasiado tarde.
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