Artistas bajo la carpa del circo: perplejos pero resistiendo
Circada entusiasmó al público en su sexta edición
La Circada despidió su sexta edición en la capital -aún quedan algunos espectáculos programados en La Rinconada y Alcalá de Guadaíra- con otra gala que reunió algunos de los mejores espectáculos vistos durante una semana de teatro y circo en la que el público ha respondido masivamente (otro asunto es que a los organizadores les haya funcionado el arriesgado pay after show -el espectador deja la voluntad a la salida de los recintos- con el que intentaban paliar los recortes y disminuciones de apoyos).
Al igual que ocurriera en la inauguración, entonces fue El Gran Dimitri (Antonio J. Gómez) el encargado de amenizar arranque, pausas y desenlace con su humor esquizoide y transgresor, fue otro clown en estado de gracia -el ovetense José Luis Redondo Martínez, en esta ocasión dando vida a uno de sus más famosos heterónimos, el inefable profesor de tenis Ricky- quien suturó los vacíos y, sobre todo, provocó esa risa canalla que se siente tan necesaria a la hora de obtener el equilibrio tonal y rítmico del conjunto, habida cuenta del despliegue de excelencia corporal y rítmica de unos números de circo y cabaret que, si bien divertidos y sorprendentes, no dejaban de transmitir cierta melancolía: Ricky, pijo impertinente y vacilón, hizo las veces de descreído y lenguaraz maestro de ceremonias, rellenando los tiempos muertos con gags crudos que provocaron las carcajadas de grandes y pequeños. Y así fueron pasando los protagonistas de la noche, por un lado los detentadores de sobresalientes habilidades físicas -las maravillosas temeridades de Jeremías Faganel (mástil), Manel Roses (verticales) o el joven Guillermo Aranzana (en la espectacular rueda cyr)-, por otro, y desde la Sección Off del festival, los que a la ostentación de reflejos, destreza y capacidades añadieron gracia y socarronería: el caso de los sevillanos del cuarteto Maravillas -aquí con un estupendo sketch de bocinas que ya vimos el verano pasado formando parte de su espectáculo Lapsus- y de la entente entre el equilibrista Mini y los músicos de La Banda de Otro, quienes depararon un híbrido de ragtime y circo que llevó al primero a coronar un antológico y titubeante castillo de sillas.
Con el público en pie y entusiasmado, se despidió la VI edición de la Circada, sobreviviendo por ahora y reinventándose con imaginación y voluntad. Si a alguna autoridad competente le cupieron o caben dudas de la aceptación del proyecto, sólo tenía que haberse pasado por los aledaños del Teatro Alameda para comprobar que "las cabriolas" (Ricky dixit) les siguen interesando a un considerable número de ciudadanos.
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