Alba Molina | crítica
No lo es ni pretende serlo
La belleza y el horror del mundo del ballet inauguraron hoy la 67 edición de la Mostra de Venecia en la desconcertante Black Swan, una arriesgada pirueta de un director imprevisible como el estadounidense Darren Aronofsky, quien se apoya en la ductilidad de Natalie Portman para mantener un difícil equilibrio. Aronofsky, ganador del León de Oro hace dos años por El luchador, regresó con honores al Lido veneciano con una suerte de respuesta a aquella cinta: si entonces escarbó en la bestia para hallar belleza, ahora explora la exquisitez de una bailarina para descubrir tras ella a un violento animal. "El mundo del ballet y el de la lucha están muy relacionados. Son cuerpos sometidos a una intensidad física muy grande, aunque cada historia tiene, desde luego, su propio estilo", explicó el cineasta, quien se ha inspirado en El lago de los cisnes de Tchaikovsky, para tejer su enfermizo nuevo filme.
Black Swan, aprovechando la dualidad del ballet del compositor ruso entre el cisne negro y el cisne blanco, está confeccionada con extremos que se tocan: disciplina y descontrol, pasividad y agresividad, realidad e imaginación, virginidad y pecado, dolor y placer. "Es una exploración del ego artístico. Ese narcisismo que crea atracción y rechazo por uno mismo", aseguró Portman, quien incluso tiene una escena de sexo con su otro yo en el filme y conoce de primera mano el doble filo de ser superdotada desde bien pequeña, cuando deslumbró con trece años en León (El profesional). "El cisne blanco representa a alguien que actúa buscando corresponder a lo que los demás esperan de ella. El negro piensa en satisfacerse a sí misma", resumió. Y ella consigue dar la dimensión justa a toda la gama que va entre los dos colores hasta transmitir el verdadero terror de un personaje tan atrapado en la técnica que no conoce la pasión. "Supongo que tengo una herencia de la concepción rusa del drama, puesto que mi abuela era ruso-rumana", aseguró quien, para preparar el papel, entrenó durante más de un año -el proyecto comenzó a gestarse en 2002- y, en los últimos seis meses, dedicó a su forma física una media de cinco horas al día.
Con Barbara Hersey como madre castradora, Winona Ryder como bailarina en decadencia y Vincent Cassel como magnético director de la compañía de danza, Aronofsky forma las piezas de un puzzle opresivo y angustioso en el que sólo hay una meta: la absoluta perfección del espectáculo. Juntar un arte tan exigente con el horror psicológico emparenta esta cinta con títulos como, por ejemplo, La pianista, de Michael Haneke. Pero Aronofsky, si bien mueve su cámara con elegancia, apuesta por un lenguaje más explícito. "El mundo del ballet es extremadamente cerrado. Así como para otros proyectos sólo encuentras facilidades, cuando quisimos profundizar en él no nos devolvían las llamadas", aseguró.
Y, a pesar de que Black Swan es una cinta al límite, el coreógrafo de la cinta, Benjamin Millepied, aseguró que "todo lo que se ve en la película sucede de verdad en el mundo del ballet". Pero para el reducto de ficción, Aronofsky busca también la fatalidad de su protagonista. Si el luchador interpretado por Mickey Rourke en The Wrestler acababa condenado por su sino de perdedor, el personaje de Portman estará lejos de encontrar el equilibrio hasta desembocar en la psicosis más absoluta. La película acaba siendo, justamente, una víctima más de ese descontrol: Aronofsky, acostumbrado a salir airoso de lo kafkiano en Pi o de lo psicotrópico en Réquiem por un sueño, da un paso en falso al bailar con el terror, que "posee" y desmelena el tercio final de Black Swan.
Por eso, al terminar la proyección, la prensa también se encontró atrapada entre dos extremos, el del aplauso y el abucheo, ante un filme igualmente esquizofrénico, al que seguirán 23 títulos más -uno de ellos todavía por desvelar- a la caza del León de Oro. Mañana, el polifacético artista Julian Schnabel, con Miral, y el japonés Tran Anh Hung, con su mirada al libro Norwegian Wood, compondrán la jornada competitiva junto con la italiana La pecora nera, de Ascano Celentino.
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