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Aristócratas de las tinieblas

La editorial T&B publica monografías dedicadas a Christopher Lee y Peter Cushing, dos intérpretes muy conocidos entre los aficionados al terror.

José Abad

09 de julio 2013 - 18:36

Christopher Lee. Más allá del cine de terror / Peter Cushing. El barón de la interpretación. Juan Manuel Corral. T&B. Madrid, 2013. 312/304 páginas. 22 euros.

Para el cinéfilo, los nombres de Christopher Lee y Peter Cushing están indefectiblemente unidos entre sí y al cine de terror de los años 60, 70 y 80. Colaboraron en una veintena de títulos, y los dos primeros en concreto, dirigidos por Terence Fisher, están grabados con letras doradas y góticas en la Historia del Cine. En su primer trabajo conjunto, La maldición de Frankenstein (1957), Cushing incorporó al perverso barón Frankenstein y Lee a la criatura confeccionada a partir de retales humanos. Al año siguiente, en Drácula (1958), cambiaron las tornas y Lee se hizo cargo del aristócrata tenebroso -en este caso, conde-, en tanto Cushing se ocupaba del doctor que habría de darle caza (aunque ciertas exégesis muy atendibles consideran a Van Helsing un representante de un orden represor tan brutal como el del vampiro). En el recuerdo del aficionado al género, Peter Cushing será el barón Frankenstein y Christopher Lee el conde Drácula por siempre jamás.

Los actores han vuelto a unir su suerte en las librerías. Con escasas semanas de diferencia, el sello T & B ha lanzado sendas monografías firmadas por Juan Manuel Corral: Christopher Lee. Mas allá del cine de terror y Peter Cushing. El barón de la interpretación; dos volúmenes no complementarios, sino intercambiables, en vista de la ingente cantidad de páginas que comparten. Por desgracia, los resultados no están a la altura de tamaño esfuerzo. La edición es impecable, pero a Juan Manuel Corral le habría pedido mayor temple crítico y exigido, cómo mínimo, mayor propiedad de lenguaje; las patadas al diccionario son cuantiosas y, en algún punto, dolorosas (a un buen puñado de escribidores, y entre ellos a Corral, les aconsejaría la lectura de No es lo mismo ostentoso que ostentóreo, un iluminador ensayo de José Antonio Pascual, publicado por Espasa). Pero vamos a lo que íbamos -hagamos la vista gorda, si es preciso- y aprovechemos la ocasión para secundar este merecido homenaje a estos dos actores especializados (y encasillados) en el cine de terror; dos intérpretes entrañables, de caché accesible, que trabajaron a destajo durante decenios.

Según la leyenda, Peter Cushing y Christopher Lee coincidieron en Hamlet (1948), la soberbia adaptación de la tragedia shakesperiana llevada a cabo por Laurence Olivier: Cushing interpretó un pequeño papel, el de Osric, en tanto que Lee habría enfundado la armadura de un anónimo guardia de palacio, si bien -como afirma Corral- es imposible identificarlo "en el coro armado que, con una antorcha en la mano, grita al unísono "¡luces, luces, luces!". Los actores compartieron cartel y aplauso por primera vez en La maldición de Frankenstein, sabrosa relectura de la obra de Mary Shelley, que devolvió al barón el protagonismo perdido en versiones anteriores. Peter Cushing traspasó al personaje sus elegantes y enérgicas maneras; lo hizo suyo, lo hizo él. Su preparación fue concienzuda: "visitó a unos analistas químicos de Wigmore Street para que lo asesoraran en cuestiones de anatomía", recuerda Corral. El actor lo incorporaría en cinco ocasiones más en el seno de Hammer Films. Juan Manuel Corral recuerda que "un crítico de la época [sostuvo] que para la Hammer, Cushing era la estrella, y Lee, sólo el monstruo". No estoy de acuerdo. En La maldición de Frankenstein, el auténtico monstruo es el científico, no el engendro resultante de sus experimentos. Y en su siguiente colaboración, aunque Lee encarne al conde transilvano, Cushing viste los ropajes de un cazavamprios que, como dije al principio, acaba siendo tanto o más peligroso que su presa.

La caracterización de Christopher Lee como Drácula creó escuela. A modo de guiño -explica Corral-, el actor "luce durante la película un anillo propiedad de Bela Lugosi, que recibió del coleccionista Forrest J. Ackerman". Respecto al Drácula de Lugosi, el de Lee es más sigiloso, más físico; su Drácula exhibe unos modales exquisitos al presentarse como un noble que vive lejos del mundanal ruido en un castillo en Los Cárpatos; no obstante, cuando deja caer la máscara, se transforma en una fiera sanguinaria. Christopher Lee, temeroso de que un personaje de tal peso pudiera aplastarlo como actor, participó en una temprana parodia, Agárrame ese vampiro (1959), que es mejor olvidar. No sirvió de nada. El vampiro vampirizó implacablemente al intérprete: en los años sucesivos, muchos de sus papeles se cortaron según el patrón del Rey de los Vampiros, al que volvería a dar vida en nueve películas más, entre ellas una obra maestra como Drácula, príncipe de las tinieblas (1966) de Terence Fisher y un tostón soporífero como El conde Drácula (1969) del recientemente fallecido Jesús Franco.

Peter Cushing y Christopher Lee, vistoso reclamo del cine de género británico, no tardaron en dar el salto a la escena internacional. Ambos actores aceptaron cometidos de escaso fuste, cuando no puramente decorativos, en producciones que algunos dirán "que no estaban a su altura", olvidando que estas películas de segunda división fueron precisamente el ámbito en donde forjaron su carrera (Lee, todavía en activo, se ha convertido en un secundario de lujo en superproducciones contemporáneas como El señor de los anillos, Star Wars o El Hobbit). La impresión es que uno y otro, en no pocas ocasiones, no dudaron en venderse al mejor postor con tal de tener la agenda al completo. En consecuencia, tanto Cushing como Lee abordaron con manifiesta apatía algunos encargos que requerían sólo su presencia física, no sus dotes interpretativas. Hicieron muchas películas, muchísimas, algunas muy malas, bochornosas incluso, pero también varias obras maestras y, al final, esto es lo que cuenta.

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