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Transformaciones urbanas

Architecture Effects | Crítica

La arquitectura va mucho más allá de la construcción que protege y aloja, y esto es lo que demuestra 'Architecture Effects', la exposición que acoge el Museo Guggenheim de Bilbao

'Un hogar no es un agujero', obra de Didier Faustino. / D. S.
Juan Bosco Díaz-Urmeneta

12 de febrero 2019 - 06:00

La ficha

'Architecture Effects'. Museo Guggenheim de Bilbao. Hasta el 28 de abril

La arquitectura va mucho más allá de la construcción que protege y aloja. Desde sus inicios proporcionó, además, comunicación con el medio. Relación siempre tensa porque el medio natural –decía Alberti– es a veces destructivo y el medio urbano –lo supieron ciertos monarcas ilustrados–, con frecuencia, insalubre. Pero la relación con el medio no es sólo física sino también social, participativa, y la ciudad es una catalizadora –si no forjadora– de cultura. Lo fue en sus inicios, especialmente en la ciudad moderna: por apartados y aislados que estuvieran los barrios populares, y por vigiladas que estuvieran las plazas (ideadas para gloria de la ciudad más que para la convivencia ciudadana) fueron, unos y otras, espacios de rebeldía compartida.

Pero esto quizá pertenece al pasado. No porque se haya perdido rebeldía o ganado en igualdad, sino porque el peso de la industria ya no es decisivo en la división del trabajo –cambiando hondamente las ciudades– y los procesos de comunicación han alterado los espacios materiales compartidos. Ciudades antes ufanas de su identidad industrial (y otras que intentaban sin éxito alcanzarla) se enorgullecen ahora de su skyline y de una oferta de servicios sofisticados, mientras que la red informática releva al callejeo en pos del comercio más solvente en calidad y precio.

Estas transformaciones no restringen el alcance de la arquitectura, más bien lo amplían y lo hacen a la vez más sutil. Porque tales mutaciones no son sino otras formas de construcción, otros modos de relación con el medio, otras maneras de compartir la vida, otras vías para propiciar la cultura. A esto, creo, apuntan Manuel Cirauqui y Troy C. Therrien en la exposición Architecture Effects que acoge el Museo Guggenheim de Bilbao.

Bilbao es sin duda una ciudad-referencia de estos cambios.

Lo sugieren las fotos de Mikel Eskauriaza en el prólogo de la exposición, que se inicia en 1997 con la inauguración del propio Museo Guggenheim: junto a las fotos, el proyecto de Frank Gehry y fragmentos de noticiarios de ese mismo año. Es quizá una ingenuidad de la muestra: nadie duda del impacto del museo en la ciudad pero Bilbao inició años antes su reconversión, que exigió esfuerzos, luchas y negociaciones, y acumuló incertidumbres y sufrimientos.

'Cuatro columnas de helio', del estudio MAIO Architects. / D. S.

Estos cambios no son fáciles. Lo sugiere la excelente obra de Frida Escobedo: grandes cristales que proceden de aquellos edificios, orgullo del movimiento moderno, que con su transparencia intentaban romper la frontera entre lo privado y lo público. Las piezas de cristal, objetos encontrados, llevan la marca del tiempo, de la caducidad, no sé si del edificio o de la idea que lo impulsó. Junto a Escobedo, Lynn Hershman Leeson, veterana del arte multimedia, piensa también la caducidad con imágenes hoy en la red y mañana quizá desaparecidas. Les añade un texto sutil: en peligro de extinción.

A destacar dos obras de Oliver Laric que, como la de Escobedo, subrayan la debilidad del humanismo con más ironía que nostalgia: esculturas de perros que emulan el gesto de la pietà y una animación que presenta la evolución de las especies con una combinatoria de trazos: somos, pues, hijos del azar.

Otra obra de Didier Faustino, una silla diseñada con sorna y llamada 'Esfúmate'. / D. S.

La arquitectura como construcción de un recipiente aparece con rotundidad en la obra de los hermanos Christopher y Dominic Leong, Tanque de flotación, una gran escultura de acero que compite con el luminoso trabajo de Didier Faustino, elaborado expresamente para la muestra: Un hogar no es un agujero. Lo componen dos pirámides truncadas de altura desigual, unidas por la base, hechas con troncos de eucalipto desbastados y chapados con abedul, diversos tejidos y luz fluorescente. Del mismo autor, una silla tan impracticable como cargada de sorna, llamada Esfúmate. El estudio barcelonés MAIO Architects contribuye con cuatro columnas flotantes. Su escala recuerda a los templos neoclásicos pero no son de piedra, sino de helio.

He relacionado antes arquitectura y comunicación, y esto algo tiene que ver con el lenguaje. Leibniz soñó con hacer un lenguaje universal. Algún surrealista opuso palabra y comunicación con discursos en una lengua, más que inventada, aleatoria. Jenna Sutela vuelve sobre el tema pero con una lengua construida mediante informática. Nina Canell, por su parte, muestra la materia de lo virtual: restos de la fibra óptica, que nos permite viajar por la red. Dispersos en el suelo, son hitos de la malla en la que vivimos sin ser conscientes de ella. Finalmente, MOS Architects, Nueva York, presenta un espacio de recogimiento. Construyen una tienda, memoria del nómada, sobre signos arcaicos, la cruz y el círculo, y la cubren con una tela capaz de impedir la llegada de cualquier señal electromagnética. Un reducto de silencio en la aldea global. Otro quehacer, quizá necesario, de la arquitectura.

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