Una armónica tras la tempestad

Antonio Serrano & Constanza Lechner | Crítica

Antonio Serrano y Constanza Lechner en el Alcázar
Antonio Serrano y Constanza Lechner en el Alcázar / Actidea

La ficha

SERRANO & LECHNER

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XX Noches en los Jardines del Real Alcázar. Antonio Serrano, armónica; Constanza Lechner, piano.

Programa: ‘Clásicos españoles y argentinos’

Francisco Tárrega (1852-1909): Recuerdos de la Alhambra

Enrique Granados (1867-1916): Danza Española nº5 AndaluzaPablo Sarasate (1844-1908): Zapateado / Playera

Manuel de Falla (1876-1946): Danza ritual del fuego de El amor brujo / Danza española nº1 de La vida breve

Carlos Guastavino (1912-2000): Encantamiento / En los surcos del amor / Se equivocó la paloma

Astor Piazzolla (1921-1992): Adiós Nonino / Oblivion / Libertango

Lugar: Jardines del Alcázar. Fecha: Sábado, 7 de septiembre. Aforo: Casi lleno.

Después de la tormenta, quedó una noche ideal para la música. Y en el Alcázar había un acontecimiento muy especial: Antonio Serrano y Constanza Lechner presentaban su reciente grabación de Clásicos españoles y argentinos. Música muy célebre de compositores muy conocidos. Lo extraordinario fueron los medios empleados en su interpretación, pues Antonio Serrano toca la armónica. Vinculada sobre todo al mundo del blues y del folk americano en general, es casi imposible escuchar una armónica en un contexto de música clásica, aunque algunos compositores –de Malcolm Arnold a Heitor Villa-Lobos o Darius Milhaud– escribieron tras la Segunda Guerra Mundial conciertos para el instrumento.

En este caso, se trataba de algo más simple: la apropiación por parte de la armónica de algunas piezas muy célebres del ámbito clásico español y argentino. Y hasta las obras de Astor Piazzolla que cerraban el programa, el guion se cumplió sin sobresaltos. Serrano dio muestras de un virtuosismo extraordinario y una impecable musicalidad en transcripciones de notable exactitud, que arrancó acompañándose él mismo con la mano izquierda en el piano en los Recuerdos de la Alhambra de Tárrega. El músico madrileño rozó lo inverosímil en su versión del Zapateado de Sarasate, obra virtuosística para el violín, que recreó en una mímesis casi milagrosa.

Constanza Lechner fue acompañante fiel y pulcra, y su intervención ganó protagonismo en las danzas de Falla. Serrano, que había contrastado dinámicas con amplitud y mostrado muchos de los recursos clásicos del instrumento (como los distintos tipos de vibrato), derrochó exquisito lirismo en las canciones de Guastavino. Pero en Piazzolla algo cambió: una introducción del piano de Lechner al Adiós Nonino hizo girar el concierto al ámbito del jazz. La armónica enseñó nuevos colores y la interpretación se hizo más libre, con mayor aporte personal de los solistas, que interactuaron como un auténtico dúo, intenso y emotivo Oblivion mediante, hasta el delirio del Libertango.

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