“Los libros buenos llaman a otros libros”
Antonio Rivero Taravillo
El polivalente y prolífico autor cuenta en 'Un hogar en el libro' sus años como director de la primera Casa del Libro de Sevilla
Sevilla/En lo libresco, al escritor y traductor Antonio Rivero Taravillo (Melilla, 1963) tan sólo le queda ser personaje de una célebre obra. Por lo demás todo lo ha conocido: ha cultivado casi todos los géneros -en una trayectoria que ha recibido numerosos premios-, ha sido editor y ha trabajado en librerías. El autor acaba de publicar Un hogar en el libro (Newcastle ediciones), sus memorias como librero y director de la primera Casa del Libro en Sevilla. Rivero Taravillo presentará su obra el 14 de diciembre en la Biblioteca Infanta Elena acompañado por Fernando Iwasaki.
-Una persona decide abrir una librería. ¿Qué consejos le das?
-Que se lo piense mucho, que no se deje guiar por el impulso romántico, que haga estudios de mercado y un análisis de si tiene capacidad de sobrevivir más allá de unos tres años. Este margen de tiempo es el periodo crítico en el cual es posible que no pueda continuar.
-Los primeros años de la librería Casa del Libro fueron un éxito. Cuenta en el libro que Lara lo elogió públicamente.
-La librería de Sevilla tuvo un crecimiento, no diría que inesperado, pero sí absolutamente sorprendente. Empezó muy bien, pero es que se disparó y tuvo un crecimiento muy superior a otras ciudades. Sevilla, proverbialmente, es una ciudad muy mala para los libros, pero en este caso se demostró que no era así, que con una buena oferta -tanto bibliográfica, de fondos, como de actividades- eso se podía remontar. La librería, sí, fue un éxito, y supuso un antes y un después en la historia de las librerías de la ciudad.
-Pero, a pesar del éxito, las relaciones con Planeta se truncan. ¿Cómo llegamos hasta ahí?
-Con Planeta realmente no pasó nada. Ni con la Fundación Lara. Fue más bien con la dirección de Casa del Libro. Esta dirección con la que yo comencé fue despedida, aproximadamente a los dos o tres años, porque la cúpula de Espasa Calpe decide cambiar el modelo con el que había ido hasta ese momento. Empezaron a salir personas, con un perfil librero, muy bien colocadas en la organización, y en su sustitución comenzaron a entrar directivos de otros sectores del comercio, pero sin experiencia con los libros. Este cambio supuso un lastre muy importante para Casa del Libro, pues nos vimos guiados por gente que realmente sabría de ventas de otro tipo de productos, pero no de libros.
Yo traté, como profesional, de llevar a cabo muchas políticas nuevas que la dirección, también nueva, imponía. Pero a partir de cierto momento dejó de haber química porque hablábamos idiomas absolutamente distintos. Ya habían despedido a varios directores, como digo, pero en mi caso se agravó el asunto porque empecé a dirigir la revista ‘Mercurio’. La idea también era que asumiera responsabilidades de actividades culturales en la Fundación Lara. Esto, la dirección de Casa del Libro lo entiende como un doble juego desleal. Pero no fue tal deslealtad por mi parte. Porque yo tenía el compromiso de alguien que estaba al habla con la dirección de Planeta. De algún modo, esta persona era quien tenía la última palabra, por encima de la propia Espasa Calpe. Pero hubo un suceso dramático, que afectó a esta persona, y todo se desbarató.
-Usted nos relata que Carmen Calvó acudió a la inauguración de Casa del Libro, y que celebró la llegada de la librería a Sevilla, pues así, declaró la política, “los andaluces ya no tendrían que acudir a Madrid en AVE para proveerse de los libros que aquí no encontraban”.
-Yo creo que tuvo un exceso de euforia y de querer alabar una librería sin medir que el elogio iba en detrimento de las muy buenas librerías de la ciudad. La frase que pronunció sentó mal, levantó ampollas. En parte era verdad, en el sentido de que la librería de Gran Vía de Madrid era reconocida como la mejor librería del ámbito español; pero es cierto que en Sevilla las librerías tenían muy buen nivel en aquel momento.
-De Carmen Calvo a Mario Vargas Llosa. ¿Quiénes más pasaron por Casa del Libro durante aquella etapa?
-Centenares de escritores. Unos de mayor proyección, otros no tan conocidos. Tuvimos a un premio Nobel, el escritor chino Gao Xingjian. No querría incurrir en agravios comparativos. Prácticamente todos los escritores importantes de la España de aquel momento pasaron por la librería.
-¿Y recuerda anécdotas de estas personalidades?
-Pues lo pasé mal con Terenci Moix, que pensaba que se iba a morir, porque me pidió, literalmente, siete cafés solos en el tiempo en el que estuvo en la librería. Y claro, uno, dos, tres cafés… pero con más pensé que se iba a derrumbar de un infarto.
Una anécdota bonita, que cuento en el libro, es la sorpresa repetida, año tras año, cuando se presentaban los libros de Harry Potter. Ver a los niños, y no tan niños, entusiasmados… fue realmente emotivo.
-¿Qué le aportó, en lo personal y en lo profesional, ser librero y director de Casa del Libro en Sevilla?
-Yo había sido librero durante once años anteriores, aproximadamente. Pero me había limitado a la labor comercial. Casa del Libro me permitió acceder a muchos contactos, acceder a muchos autores y poner en prácticas cosas que había visto en librerías del extranjero. Por ejemplo, talleres de escritura, que no había en ninguna librería de Sevilla, ciclos de diferentes actividades… y dotar al espacio de lo que en realidad es el alma del libro. El libro, más allá de la mercadería, es un objeto de trasmisión de conocimiento.
-¿Se arrepiente de alguna decisión tomada en ese periodo en el que fue director de la librería?
-Sí. Siempre uno se arrepiente si mira para atrás. Pero probablemente hubiese hecho todo igual. Si me arrepiento de algo sería de lo personal y, en ese sentido, de no haber hecho más por ciertas personas en ciertas ocasiones. Por lo que respecta a la administración del negocio no tengo nada de lo que arrepentirme.
-Si solo pudiera leer tres libros en toda una vida, ¿cuáles me recomienda?
-Eso es quimérico, porque los libros buenos llaman a otros libros. Pero si nos ceñimos a tres -de ser posible-: el teatro completo de Shakespeare -al menos en inglés está en un solo tomo-, el ‘Quijote’ y, luego, yendo a algo más extravagante, los cuentos completos de Borges.
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