“Antonio Domínguez Ortiz aportó ecuanimidad al tema de los judíos”
Joseph Pérez. Catedrático de Historia de la Universidad de Burdeos
Experto en la España del XVI y el XVII, el hispanista francés, de orígenes valencianos, participó en el homenaje al historiador sevillano en el centenario de su nacimiento
Catedrático de Historia de la Universidad de Burdeos, donde ha forjado durante décadas su reputación de maestro en los estudios sobre el nacimiento y la formación del Estado español moderno, el hispanista Joseph Pérez (1931, Ariège, Francia) participó el jueves pasado en la segunda y última jornada de conferencias organizadas por la Fundación Lara para conmemorar el centenario del nacimiento del historiador sevillano Antonio Domínguez Ortiz.
–Su discurso se ha centrado en las aportaciones de este historiador a los estudios sobre los marginados. ¿Cuál fue la más importante?
–Se ocupó de toda clase de marginados: extranjeros, cautivos, presos, gitanos... Pero hay dos categorías que sobresalen: moriscos y judíos. Cuando él escribió de los moriscos, no era un tema digamos silenciado. El campo de los judeoconversos, en cambio, era nuevo. Lo empezaron a tratar, por las mismas fechas pero sin saberlo el uno del otro, Américo Castro y él. Por motivos que no he podido aclarar, la publicación del libro de Domínguez Ortiz se retrasó unos cuantos años, de modo que cuando por fin estuvo a disposición del público ya el de Castro había suscitado mucho interés y mucha polémica. Así que lo de Domínguez Ortiz dio la impresión de no ser tan nuevo como realmente era. Plantean el tema de manera completamente distinta. Para Castro no hay clases, sino castas, encerradas en sí mismas. En este esquema, los cristianos tenían el poder político y religioso; los moros eran quienes hacían el trabajo, los artesanos, etcétera; y los judíos se dedican a actividades económicas, financieras, profesiones liberales como la medicina, la ciencia, la intelectualidad; y al rechazar estas dos castas, España se automutila y se condena a la decadencia. Cuando uno lee el libro de Domínguez Ortiz la impresión es totalmente distinta. Para empezar, él no habla de castas, sino de clase social. Es un panorama no tan angustiado. Si uno lee a Castro, se tiene la impresión de que había una especie de chapa de plomo que se abatía sobre España y que infundía terror a todo aquél que no era cristiano viejo. Domínguez Ortiz no niega la existencia de estas discriminaciones, pero relativiza, le quita gran parte de los aspectos polémicos que tenía la tesis de Castro, aporta ecuanimidad. Y por supuesto, no se puede decir [habla de la polémica del sevillano con el historiador Benzion Netanyahu, padre del actual primer ministro de Israel] que la persecución de los judíos en España es asimilable a la de la Alemania de Hitler. En España, si un judío se convertía al catolicismo, ya no era judío; en cambio, algunos antisemitas, si un judío se convertía, decían: un católico más, pero no un judío menos. Es decir, era ya una cuestión biológica.
–La diáspora sefardí que se produce tras la expulsión y en los 150 años siguientes toma dos grandes caminos: hacia Europa occidental, por un lado, y hacia el Mediterráneo, por el otro. ¿En qué variaron esos recorridos?
–Las trayectorias a partir de 1492 fueron muy distintas. En un primer momento, lo pasaron peor quienes se fueron a Italia, Holanda, Inglaterra, Francia. Durante algún tiempo, fueron discriminados. En cambio, los que optaron por ir al Imperio Otomano en el XVI tuvieron la impresión de encontrarse en una tierra donde se les dio toda clase de facilidades para instalarse, practicar su religión, hablar su idioma. Pero las cosas evolucionaron en un sentido que no era fácil de imaginar. Los que se quedaron en Europa se asimilaron a la sociedad contemporánea: acabaron haciéndose franceses, holandeses, lo que sea. Uno de los mejores ejemplos es Spinoza, en el siglo XVII. Él no fue educado en el catolicismo, nació judío en una familia de origen portugués que se fue a Holanda. Durante más de un siglo, los judíos que fueron al Imperio Otomano tuvieron la impresión de vivir bien, pero a la larga acabaron viviendo en una especie de gueto de donde no podían salir. Y su problema fue cómo integrarse en el mundo moderno. Un judío que vivía en... Inglaterra, si decidía irse a Alemania, a Holanda, bueno, no pasaba nada, era un mundo que le resultaba familiar. Uno de Salónica, dónde iba: todo lo que veía cuando salía de allí le era extraño.
–Volviendo a Domínguez Ortiz, ¿qué hueco llenó en el mundo intelectual de la España de posguerra?
–Hay dos fundamentales, aparte de la cuestión de los marginados. Pocos antes se habían interesado por la Historia Social y la Historia Económica. Él fue uno de los primeros en interesarse por ese tema, diría incluso más que un hombre al que se cita siempre para hablar de esto, que es Vicens Vives. Pero yo creo que la aportación de Domínguez Ortiz tuvo mayor importancia, mayor profundidad.
–¿En qué trabaja usted ahora?
–He acabado un ensayo breve sobre la leyenda negra antiespañola [La légende noire de l’Espagne]. La la traducción española ya está hecha, según me dicen, así que espero que salga para mediados o finales de noviembre.
–¿Y cuáles son sus conclusiones?
–Corresponde a cierta realidad. Lo mismo que ahora existe en la opinión pública de muchos países un antiamericanismo bastante fuerte. Desde la segunda mitad del XVI y durante el XVII, el poderío de España era inmenso y su prestigio intelectual y artístico, también. Fue la contrapartida de todo esto.
–Apabullaba...
–Se admiraba pero al mismo tiempo era percibido como una imposición. Hay aspectos que efectivamente expresan la intención política de los Austria en general, de Felipe II en particular, de imponer su punto de vista en Europa, lo que hoy llamamos imperialismo. Aunque no fue un imperialismo de España, sino más bien de la dinastía.
También te puede interesar
Lo último