La conciencia también posee belleza
Exposiciones
Ángel Pantoja reúne en Weber-Lutgen sus 'Visiones de un futuro distópico', un conjunto de obras con las que el creador imagina "dónde llegaríamos si siguiéramos con este individualismo feroz"
La ficha
'Visiones de un futuro distópico'. En la galería Weber-Lutgen (Fray Diego de Cádiz, 9). Hasta el día 24. Mañanas: martes, jueves y viernes, de 11:00 a 14:00. Tardes de martes a viernes de 17:30 a 20:30
En la imaginación de Ángel Pantoja, la Tate Modern ya no es un espacio que permite ser visitado. Está sepultado bajo toneladas de desechos, montones de basura que han tomado también el Támesis, y aquel templo de la cultura que fue un día pertenece ahora a un mal sueño por el que asoman excavadoras y toboganes imposibles, un doloroso maremágnum que revela que el hombre no ha sabido frenar la espiral de consumo y el individualismo feroz en los que se había embarcado.
La imagen forma parte de Visions of a Dystopian Future (Visiones de un futuro distópico), la muestra que acoge hasta el día 24 la galería Weber-Lutgen, y en la que el creador alerta a través de un conjunto de obras del desastre al que se ve abocado el planeta si esa sociedad "donde todo se consume y se tira" no corrige el rumbo que ha tomado. "Imagino dónde llegaríamos si el hombre y el sistema capitalista siguen devorando todo lo que tiene a mano. Es una exageración, pero una exageración necesaria", dice el autor.
Con composiciones digitales e hiperrealistas, Pantoja reflexiona sobre cómo el proyecto ilustrado y humanista de la vieja Europa se ha desbaratado. La elección de la Tate Modern o el Atomium de Bruselas no son casuales: con ellos, el sevillano defiende la importancia del arte y de la ciencia, aunque también Pantoja ha elegido esos monumentos por su valor sentimental, "porque los adoro y me resultaría terribles verlos así".
En la aglomeración de elementos que dispone el artista, herencia inequívoca de su educación en una ciudad barroca como Sevilla, desfilan hombres de negocios que caminan con zancos y no se manchan, cerdos con los que Pantoja denuncia la "avidez" del mercado del arte. "Son obras que tienen muchísimas lecturas, pero yo quiero que los espectadores saquen sus conclusiones, que cada uno vea lo que quiera", asegura sobre piezas que destilan "una violencia azucarada. La gente huye de lo feo, hace zapping cuando algo les incomoda, pero yo les propongo un debate desde una intención estética", expone, consciente de la dualidad del mundo, de que "el horror también encierra belleza", continúa. "Esos cielos tormentosos, esos rosas ácidos, este apocalipsis, te atrapan cuando los miras".
Pantoja se inspira en los pintores románticos, especialmente en Caspar David Friedrich, del que adapta su cuadro El mar de hielo, también en maestros de otras épocas como Valdés Leal o Dalí, para retratar "todo el detritus que la sociedad contemporánea produce" y explorar qué relatos se desprenden de esos desechos. "Yo veo basuras y digo: la de historias que hay ahí. Si lo sabes mirar, es un material potentísimo dentro de su insignificancia", comparte.
El artista, que prolonga con estas piezas una preocupación por el planeta que ya desarrollaba en otras series, parece haber captado el espíritu de un tiempo. "Yo creo que soy una persona vitalista, pero ahora no me sale hacer cosas bonitas y complacientes. Y, es curioso, pero ese apocalipsis del que hablo está en una cantidad increíble de películas, de series de televisión... Es una inquietud que está en el aire, como si nos preparáramos para lo que va a ocurrir", sostiene.
En Visiones de un futuro distópico, Pantoja despliega una extraña y subyugante poesía en otras escenas que concibe, en las que la humanidad se ha extinguido pero perdura la belleza tras la debacle. Ocurre en la propuesta Perdices y Thermomix, donde adapta al siglo XXI la sofisticación de "los bodegones de caza ingleses" y sitúa a unas aves que anidan y dejan sus huevos en robots de cocina abandonados. "A mí esa imagen, la de la Thermomix sin dueño, me sugiere la extinción de la clase media", afirma.
Otra serie, Hojarasca, incide en la desaparición del hombre en un paisaje devastado en el que no obstante los pájaros alzan el vuelo. Aparecen en el conjunto restos de la civilización, como pelotas de golf, "que me parece un elemento muy teatral, que indica que el hombre vivía en una especie de escenario y no en la realidad", analiza.
Pantoja recurre para esta muestra también a sus bellísimas bolsas de plástico, que parecen bailar entre ellas en escenas que titula como minuetos o arias. Tras el esteticismo irrumpe, de nuevo, la denuncia. "En el sitio más limpio del planeta, donde supuestamente están las aguas más puras, que el hombre ha tocado menos, han hecho análisis y han descubierto partículas de microplásticos", lamenta el creador, que para su exposición ha utilizado "lonas ecológicas, biodegradables, que si se destruyen no van a contaminar más". Una manera de ser fiel a sus principios. "Pienso que un artista es como un soldado, tiene que trabajar por hacer mejor su entorno. Una obra que sea visual pero que no diga nada, en mi opinión, no es suficiente".
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