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Historia de una tienda | Crítica
'Historia de una tienda'. Amy Levy. Trad. Gonzalo Gómez Montoro. Chamán Ediciones. Albacete, 2019. 205 páginas. 15 euros
Gonzalo Gómez Montoro traduce por primera vez al español una novela de Amy Levy (Clapham, 1861- Londres, 1889): Historia de una tienda, una obra central en la breve trayectoria literaria de esta poeta y narradora feminista que Oscar Wilde definió como "deslumbrante e inteligente" y Eleanor Marx como una autora "capaz de reflejar en sus narraciones los caracteres psicológicos más desarrollados de la New Woman". En esta última apreciación radica el principal interés de esta narración amable y evocadora que nos traslada al ambiente artístico del Londres de finales del XIX.
Levy perfila un excelente retrato de la sociedad de su tiempo a través de la ajetreada vida de las hermanas Lorimer, quienes tras quedar huérfanas se enfrentan a su destino con decisión y alejándose de los cánones impuestos por una sociedad que relegaba a la mujer joven al matrimonio y a la mujer madura no casada a marchitarse entre las cuatro paredes de su casa, ya fuera una mansión aristocrática o una casucha de suburbio.
Las cuatro hermanas Lorimer, que, como comenta Gómez Montoro en el acertado prólogo que precede a la obra, recuerdan a las hermanas de Mujercitas de Louisa May AlcottMujercitas, deciden apostar por ser dueñas de su destino por más que se opongan con ello al criterio de sus parientes y amigos. La salida para ellas es inaugurar un negocio con lo que hasta entonces había sido una afición para dos de las hermanas –la inteligente Gertrude, verdadera protagonista de la novela, y la decidida Lucy–: la fotografía.
Unidas en el valiente empeñio que las acercará a una nueva vida como mujeres modernas e independientes, las Lorimer simbolizan a esa nueva mujer que se abría paso a duras penas en la Inglaterra de finales del XIX. Mujeres que allanaron el camino con su decisión y su arrojo a otras muchas que vinieron después.
En Historia de una tienda la emancipación de las protagonistas es física, pero no del todo psicológica. El peso de la tradición les va a jugar más de una mala pasada y aún necesitan la ayuda y la aprobación de un viejo amigo que las asesora a la hora de montar el negocio. La diferencia con otras heroínas es que ellas únicamente aceptan la opinión de hombres a los que respetan y, con la fuerza que se dan mutuamente, son capaces de torear los temporales morales a los que se enfrentan.
Levy habla de su propia experiencia. Ella prefirió estudiar, de hecho fue una de las primeras mujeres en ser aceptada el Newnham College de la Universidad de Cambridge, en vez de casarse y tener hijos como la mayoría de las mujeres de su época. Escribió y viajó. También se enamoró de otra mujer y no fue correspondida. Finalmente se suicidó cuando tenía 28 años. En su corta vida optó por hacer lo que en conciencia creía necesario y esto se refleja en el perfil de las hermanas Lorimer, incluso en el de la hermosa y enfermiza Phyllis –coqueta y seductora–, o en el de la mayor de todas, Fanny, que, pese a representar a la mujer tradicional, es capaz de sumarse al torbellino de novedades impuesto por las demás.
A través del personaje de Fanny, Levy evidencia el papel reservado para las mujeres en la estricta sociedad de su época: "Fanny rizaba el meñique, inclinaba la cabeza, sonreía displicente y decía las mayores estupideces sin inmutarse, de la forma más femenina posible; en resumen, disfrutaba la máximo su estancia en el paraíso de las mujeres, donde cualquier tontería se considera encantadora, como decía George Eliot".
Con negocio propio, habitaciones propias y gracias a la fotografía, las Lorimer consiguen que el mundo se abra ante ellas "de múltiples formas" y gracias a su oficio conocen a "personas más interesantes que sus antiguas amistades, con las que les unía un trato frecuente más que una verdadera afinidad".
Las hermanas fotógrafas nos acercan, además, al mundo de un arte en ciernes que se abría camino poco a poco como invento utilitario. Las vemos recorrer Londres con su cámara para fotografiar bodegones en estudios de artistas y también para sacar instantáneas de difuntos, una moda en boga en la época. Juntas se enfrentan, en los escasos dos años en los que se centra la novela, a no pocas penalidades, que superan gracias a su decisión y fortaleza. "Tenían trabajo y dolor, que son los dos componentes principales de la vida, y los aceptaban valientemente, aunque también con resignación".
Pese a que son mujeres modernas y avanzadas –aunque siempre hay alguna que lo es más, como esa profesora a la que ven desde la ventana estrafalariamente vestida–, las Lorimer evitan sacar los pies del tiesto y, contradicciones humanas, todas sucumben al amor. Por eso la última parte de la novela pierde algo de fuerza y la narración se cierra de forma bastante convencional: tres de las hermanas Lorimer se casan y son felices como madres y esposas. A la cuarta, la pequeña y débil Phyllis, la vida le depara un final clásico de heroína decimonónica.
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