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Novela

Pascal Quignard, galardonado este año con el premio Formentor, vuelve a las librerías con esta novela de músicos ambientada en la Europa del siglo XVII, sumida en las guerras de religión

Pascal Quignard (Verneuil-sur-Avre, 1948).
César De Bordons

14 de mayo 2023 - 06:00

Ficha

'El amor el mar'. Pascal Quignard. Traducción de Ignacio Vidal-Folch. Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2023. 272 páginas. 21,50 euros.

"Tengo una confianza loca en la lectura", decía hace poco en una entrevista radiofónica Pascal Quignard (Verneuil-sur-Avre, 1948), a propósito de su último libro, El amor el mar, que publica en España Galaxia Gutenberg en traducción de Ignacio Vidal-Folch. Hace tiempo que Quignard figura en la recámara francesa del premio Nobel, y su obra es de aquellas que –como no siempre ha pasado con sus compatriotas premiados o no– no ha parado de crecer y desarrollarse desde que en 1994 decidiera dedicarse a ella exclusivamente. Ese año, Quignard lo abandonó todo, quizás guiado por una confianza loca en la escritura. La decisión resulta fascinante en quien era fundador y director por orden directa de Mitterrand del Festival de Ópera Barroca de Versalles, además de uno de los cerebros de la mítica editorial Gallimard. Como antiguo estudiante de Filosofía en Nanterre en 1968, alumno o compañero de los recordados protagonistas de aquella revolución, el peligro de caer en la autocomplacencia o en la reacción es, digamos, alto. Pero Quignard tomó en su momento un camino libre y nuevo, de verdad independiente, de entrega a la creación. Quién sabe si la torre de marfil consiste precisamente en saber sobrevivir a su tiempo. En cualquier caso, queda como un modelo incluso para quien no disfrute de su estilo, de sus temas habituales, de una prosa construida en obediencia a su profundo amor a la música, de una inteligencia terrestre y celestial de pintor flamenco.

El amor el mar está ambientada en la Europa del siglo XVII, sumida en las guerras de religión. En un mundo arrasado por el fanatismo y la violencia en que desembocó el gran temblor de tierra de la Reforma, viven y viajan los músicos protagonistas: el compositor sin obra Hatten y la violista Thullyn. El viejo sueño europeo de viajar sin pasaporte tiene su precedente en aquellos artistas, que pertenecían todos en verdad a una misma nación, y que atravesaban guerras y pandemias valiéndose de un idioma común y chapurreando muchos. Ese es el caso de Hatten y Thullyn, y de sus maestros y compañeros. A través de una intermitente historia de amor, el lector va conociendo a algunos de los personajes reales que habitaron aquel universo desmesurado, brillante y cruel del Barroco. Tal vez el más importante de ellos sea Johann Jacob Froberger, gran organista, clavecinista y compositor en quien Bach reconocería después a un maestro. La vida fabulosa de Froberger, en que se entrecruzan los episodios amorosos de los protagonistas, sirve al escritor para dibujar el paisaje de un tiempo exquisito y salvaje, lleno de grandes celebraciones y muertes absurdas, de actos de amor desinteresado y castigos terribles. Ahogados en la resaca de un mundo que se acaba, los personajes de Quignard son generosos y libres.

Pascal Quignard, galardonado este año con el premio Formentor, despliega en El amor el mar los dos grandes temas que han marcado su obra tanto ensayística como narrativa: el sexo y la muerte. La editorial Funambulista publicó en 2014 La noche sexual, un personalísimo ensayo en que, siempre guiado por la pintura, rastrea la fuerza misteriosa de los tres grandes momentos de oscuridad, las tres noches: la noche anterior al nacimiento, la noche del encuentro sexual y la noche de la muerte. Los personajes de Quignard navegan en el silencio nocturno, en ese silencio que comparte el sexo con la música, que lo necesita en el instante casi sagrado en que los músicos se han preparado para atacar la melodía, en que todo se ha detenido y está a la espera. La noche sexual de El amor el mar está inevitablemente unida al agua, concretamente al mar del Norte, a las arenas y a los puertos de Flandes, pero también al juego, al azar de las cartas que entretienen y determinan la existencia de los hombres. El lector puede sentir esa carnalidad en la escritura, y cede a la invitación al juego.

Toda la historia se presenta en fragmentos –algunos brevísimos, de dos o tres líneas– que permiten intensificar la acción, buscar las escenas de mayor densidad emocional para mezclarlas con otras ligeras, casi de paso. De este modo, el tiempo pierde su orientador poder de valor seguro; se expande poderosamente ante la vista de Amberes, o se concentra en una alcoba oscura, en un paseo a caballo. El tiempo, factor imprescindible de cualquier juego, se convierte casi en otro jugador, que se presta a alianzas temporales, que hace trampas y maneja a su gusto sus cartas. Todo invita a entregarse, a entrar en el agua misteriosa de la oscuridad, a participar en la fiesta del fin de una época.

Pascal Quignard es, en efecto, de los grandes jugadores: quiere divertirse, no da lecciones, pero exige atención y quiere que lo sigan. Y es también de aquellos escritores capaces de imponer sus propias reglas del juego. Quien las acepte disfrutará como un niño.

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