Almodóvar, grado cero

Crítica 'Julieta'

Emma Suárez, en una escena de 'Julieta', el último filme de Pedro Almodóvar.
Emma Suárez, en una escena de 'Julieta', el último filme de Pedro Almodóvar.
Manuel J. Lombardo

10 de abril 2016 - 05:00

JULIETA. Drama, España, 2016, 96 min. Dirección y guión: Pedro Almodóvar. Fotografía: Jean-Claude Larrieu. Música: Alberto Iglesias. Intérpretes: Emma Suárez, Adriana Ugarte, Darío Grandinetti, Daniel Grao, Inma Cuesta, Rossy de Palma, Michelle Jenner, Pilar Castro, Nathalie Poza.

Treinta y seis años y veinte películas contemplan ya la trayectoria de Pedro Almodóvar como figura esencial de nuestro cine, una carrera con destellos y altibajos, más y mejor reconocida fuera que dentro de España, donde es sistemáticamente sometida a un escrutinio público que apunta más a filias y fobias personales o políticas que a una verdadera apreciación de su cine más allá de su prolongado éxito popular.

Expuesto por tanto a constante vigilancia y a juicios sumarísimos, cada nuevo almodóvar parece competir consigo mismo, dictando de paso las pautas de interpretación y las mutaciones que ha ido practicando su cine a lo largo de más de tres décadas.

Tras el desenfreno festivo, menor, nostálgico y satírico de Los amantes pasajeros, Almodóvar se repliega ahora con Julieta, en lo que bien pudiera ser el inicio de una nueva etapa, hacia los territorios más clásicos y depurados del melodrama, totalmente a contracorriente, sin la red de seguridad del humor y las digresiones, yendo al hueso mismo del arte de la narración cinematográfica a través de un prodigioso mecanismo, posiblemente el más engrasado de los suyos, en una estructura de ecos, desdoblamientos y repliegues que fluyen a través de fascinantes transiciones.

A partir de tres relatos de Alice Munro, Julieta se despliega poderosa, elíptica y eficaz en un relato sobre el dolor, la ausencia y la pérdida (femeninas) en dos tiempos que anudan precisamente aquellos años 80 de los orígenes con el presente. Sin embargo, los detalles de época y el contexto histórico ya no tienen apenas importancia aquí, unificados bajo las formas, puentes y estrategias del melodrama que insufla la materia misma de las emociones a través de una huida del naturalismo y la estabilización de un tono que todos sus cómplices, desde Emma Suárez y Adriana Ugarte a Alberto Iglesias, parecen haber leído a la perfección en una misma clave.

Julieta camina así firme y segura por el sendero de espacios, trayectos y gestos que inscriben y anticipan el agujero negro que atraviesa y da fuerza motriz al relato; espacios, trayectos y gestos que regresarán para cobrar forma y carne trágicas en un nuevo tiempo que los anuda para clausurar enigmas y secretos.

Así, ese majestuoso ciervo que corre junto al tren en una de las imágenes más hermosas y alucinadas del filme, ese hombre extraño que se sienta en el vagón junto a Julieta, la visita a un parque donde juegan los niños o ese cruce de calle suicida entre los coches se convertirán más adelante en piezas que completan un puzle de resonancias y motivos que, como un cuadro de El Bosco, hay que mirar siempre más de una vez.

Se ha dicho que Julieta es su película más despojada, seca y sencilla, la más austera y esencial de las suyas. No del todo. Puede que sea depurada respecto a esos apartes, generalmente cómicos, que siempre aparecen en su cine; puede que también respecto a otras estructuras más complejas, misteriosas, alambicadas y escapistas o a un mayor grado de barroquismo en la densidad de la imagen.

A mí se me antoja que esta aparente esencialidad esconde empero uno de los trabajos narrativos más complejos del manchego, incluso cuando, en el aspecto formal, no sea ésta la más elegante o elocuente de sus películas.

Y en esta destilación general, Julieta ha de verse también como un compendio almodovariano de temas y figuras primordiales podadas hasta el tronco: la relación umbilical entre madres e hijas, el pueblo (el Sur) como punto de partida y ancla emocional frente al Norte borrascoso y turbulento, la gran ciudad como territorio de aislamiento y búsqueda de la identidad, el viaje como experiencia de cambio... Figuras y tropos que se incardinan aquí camino de uno de los finales más hermosos rodados por Almodóvar al son de Chavela Vargas.

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