Alba Molina | crítica
No lo es ni pretende serlo
DÚO ALMACLARA | CRÍTICA
*** Noches en los Jardines del Alcázar. Programa: Obras de C. Schumann, F. Mendelssohn, P. Viardot y A. Beach. Violonchelo: Beatriz González Calderón. Piano: Marta Policinska. Fecha: Viernes, 25 de agosto. Lugar: Jardines del Alcázar. Aforo: Lleno.
Por su timbre y por la extensión de su rango sonoro, el violonchelo es uno de los instrumentos musicales que más se puede acercar a la voz humana cantada. Puede susurrar una confidencia al oído, puede expandirse en una efusión de felicidad, puede descender a las regiones del llanto y de la pena, puede saltar y danzar al compás de la dicha. Y siempre con esos tonos de terciopelo, irisados, como una luz del crepúsculo. Se explica, pues, que Almaclara quisiera llevar el universo afectivo y expresivo del lied de cuatro extraordinarias compositoras románticas al terreno del violonchelo. Claro que, para ello, la violonchelista ha tenido que prescindir de muchas de las posibilidades sonoras del instrumento, que aquí se limita a entonar las melodías de la voz sobre una sola nota a la vez, renunciando a explotar todo el campo sonoro del violonchelo. Y ello pudo redundar en cierta sensación de monotonía sonora tras la escucha de las veintiún (más otro de propina) canciones del programa.
A cambio, todos ganamos en disfrutar de la cantabilidad del violonchelo. Aquí Beatriz González estuvo espléndida a la hora de desplegar un legato y una línea cantabile exquisita, apoyada sobre una técnica que hacía imperceptibles los cambios de arco, de manera que de sus manos salía un inacabable canto, con todas su inflexiones y acentos. El fraseo es el principal fuerte de esta intérprete siempre atenta al sentido de cada frase musical y al peso que en ellas tienen determinadas notas. No se apoyó sobre un excesivo vibrato ni abusó de los portamentos que se suelen asociar a este repertorio, evitando así el amaneramiento y la desvirtuación de estos pequeños poemas cantados. Destacaría especialmente la delicadeza de sus ataques y la suavidad con los que iniciaba las frases, como en El caminante nocturno de Viardot; o cómo supo regular el sonido al final de En abril. Para La novia del soldado recurrió a pequeños rebotes del arco para subrayar el efecto de la marcha militar.
Marta Policinska estuvo más allá del papel de acompañante y dialogó de tú a tú con el canto. La delicadeza de su pulsación en los momentos más recogidos salió a relucir en, por ejemplo, el final de Ich hab’ in Deinem Augen de Schumann, mientras que su maestría en la regulación dinámica y de la matización afloró en la variedad que imprimió a la repetidas escalas de Gondellied de Mendelssohn.
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