Alma y memoria de Hélène Berr
Anagrama publica el 'Diario' de una joven judía en el París ocupado, un libro estremecedor y hasta ahora desconocido que ha causado conmoción en Francia
Ha sido comparada con Ana Frank, y es verdad que sus destinos presentan trágicas similitudes. Ambas eran muchachas jóvenes que escribieron estremecedores diarios antes de ser deportadas por los ejecutores del terror nazi. Ambas murieron en el campo de concentración de Bergen-Belsen, unos días antes de la liberación por las tropas aliadas, víctimas del tifus y de las terribles condiciones de vida que diezmaron a la población reclusa, judíos procedentes de los países ocupados del oeste a los que se habían sumado otros venidos, como ellas mismas, de Auschwitz, en la llamada "marcha de la muerte". Pero Hélène Berr, ocho años mayor, no era tan niña como la holandesa. Vivida a plena luz del día, su experiencia previa al confinamiento fue a la vez parecida y distinta. Su relato, igualmente valioso por lo que tiene de testimonio directo e inmediato de las bárbaras medidas y las vergonzosas complicidades que condujeron a la "solución final", es más maduro y reflexivo, como debido a una joven formada que leía sin descanso y procesó los hechos con asombrosa lucidez, tanto los referidos a su vida íntima como los relativos al creciente acoso de la población judía.
Publicado en Francia el año pasado, el Diario de Hélène Berr fue conservado por la cocinera de la familia, Andrée Bardiau, que lo entregó a su destinatario, Jean Morawiecki -el novio de la chica-, una vez que se conoció su muerte. Hasta entonces el original, actualmente custodiado en el Memorial del Holocausto de París, sólo había circulado en copias privadas. La edición española mantiene el prefacio de Patrick Modiano, que se diría extraído de una de sus novelas, por ejemplo de la recién reeditada Dora Bruder, donde se cuenta la historia de otra muchacha judía, víctima de la depuración racial, en el París ocupado. Estamos, como se ha dicho, ante un extraordinario documento, pero la calidad literaria de estas páginas trasciende su valor testimonial para revelarnos el talento de una escritora en ciernes cuya trayectoria quedó truncada cuando apenas contaba 24 años. Es un autorretrato impresionante, que revela una personalidad noble, sensible, vitalista aun en medio de la adversidad. "Los seres como Hélène -no estoy seguro de que existan- no sólo son hermosos y fuertes en sí mismos. Propagan el sentido de la belleza y dan la fuerza a los que saben comprender", escribió el citado Morawiecki, conmovido, cuando tuvo ocasión de leer el manuscrito. Esa fuerza y esa belleza han sobrevivido a la tragedia como un triunfo póstumo frente al mal en estado puro.
Nacida en el seno de una familia judía acomodada, Hélène Berr era, como sus padres, francesa, pero después de la ocupación pasó a ser considerada, como tantos otros ciudadanos, una extranjera en su propio país. Estudiante de Lengua y Literatura Inglesa, se licenció en la Sorbona con una disertación sobre La interpretación de la historia romana en Shakespeare, pero su carrera académica se vio interrumpida por las leyes de Vichy, que prohibían a los judíos el ejercicio de la docencia. Iniciado a los 21 años, el Diario abarca casi tres años de la vida de Hélène, entre abril de 1942 y marzo de 1944, cuando la joven es deportada, junto con sus padres -posteriormente gaseados en Auschwitz-, al campo de tránsito de Drancy. El comienzo no puede ser más luminoso: la joven cuenta su visita a la portería de Paul Valéry, adonde ha ido a recoger un libro dedicado en el que el poeta ha escrito, junto al nombre de su admiradora, la frase: "Al despertar, tan suave la luz y tan hermoso este azul vivo". Hélène celebra las mañanas de sol y la belleza de París y su noviazgo con Jean, que huye de la ciudad para unirse a las fuerzas de la Francia Libre en el norte de África. Comenta sus lecturas, sus relaciones afectivas y familiares, sus proyectos e ilusiones. Pero la amenaza de la barbarie se va haciendo más y más presente, y frente a ella la joven, que presiente sus consecuencias, proclama un ilimitado amor por la vida.
La imposición de la estrella amarilla, las detenciones, la indefensión de los niños de las familias deportadas, los rumores de crímenes atroces. Es una historia sabida, pero el relato de Hélène, sobrio, delicado, compasivo, está enriquecido por reflexiones de alcance filosófico -Modiano la compara a Simone Weil, hay quien se ha referido a Berr como precursora de Hannah Arendt- acerca del dolor, el desamparo, la religión o la naturaleza del mal. "Me hace feliz pensar que, si me apresan, Andrée habrá guardado estas páginas, algo de mí, lo que me es más precioso, pues ahora es ya lo único a lo que tengo apego material; lo que hay que preservar es su alma y su memoria". Así ha sucedido, por desgracia y felizmente. Ella aún no lo sabía, pero las últimas palabras del Diario, "¡Horror! ¡Horror! ¡Horror!", anticipaban el final de su propia historia.
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