Alegría galana

La granadina Gema Caballero, habitual en las compañías de Rocío Molina o Sara Calero, publica su primer disco.

La cantaora, en un recital reciente.
La cantaora, en un recital reciente.
Juan Vergillos

14 de noviembre 2012 - 05:00

De paso en paso. Gema Caballero. Guitarra: Pedro Barragán. Producido por Antonio Benamargo.

Su voz es natural, fresca, sentimental pero sin excesos melodramáticos. Voz clara, afinada, de fraseo pulcro y trazo fuerte, como demuestran los abandolaos que abren la pieza. Poderoso también el fino trenzado armónico de las dos guitarras (Barragán y Eduardo Pacheco) en la pieza que comento: elegante, sutil, es la base necesaria de este edificio delicioso. En esto consiste precisamente la magia de lo jondo: estamos ante melodías compuestas hace cien años, pero suenan como si acabaran de nacer. No estamos en un museo sino con las emociones a flor de piel. Lo que cuenta es poner la carne en el asador, esto es, remozar los afectos del compositor pasado con los propios para buscar la universalidad del mensaje: todos hemos gozado alguna vez, como hemos sufrido, como hemos amado y aborrecido. Lo demás no importa.

Los tangos granadinos son la única pieza de nuevo cuño del disco, el de La Tremendita. Son cantes festeros, con estribillos y con la voz doblada, en alguna ocasión, gustosos, amables y en la línea tradicional del Camino, con algunas citas textuales de parte de las guitarras a las melodías tradicionales y al maestro Juan Habichuela. El recuerdo de Enrique Morente es ineludible en la pieza.

Las panaderas son una canción popular de ritmo ternario de eso que desde el siglo XIX llamamos folclore: son cantos de ronda, de galanteo, de los que Caballero ha hecho un arreglo valiente, elegante y lozano, con el único acompañamiento de pandero y palmas. La pieza demuestra a las claras el trasvase melódico y literario que ha habido siempre entre lo que el pueblo canta y lo jondo que canta el profesional. Caballero se muestra aquí entregada y rompe la voz cuando es menester pero siempre dentro de esa línea íntima, sentimental, afinada. Es acaso la pieza más sorprendente y airosa de este disco.

Con la misma naturalidad despoja Caballero a la taranta de la hojarasca en la que la envuelven muchos de los intérpretes actuales de este cante, influidos por Marchena, pero menos dotados vocalmente que el sevillano. Hace Caballero una letra trovera tradicional, una décima, que popularizó el propio Marchena y que se ve aquí sutilmente acompañada por una guitarra que es un suspiro. Otra obra maestra de este primer disco de Gema Caballero.

Marchenera es también la versión de la Milonga. En ella puede la cantaora mostrar los impresionantes colores vocales que la adornan, ocultos en ocasiones tras una visión austera de la tradición flamenca. Pronto el ritmo se inclina hacia el vigor rítmico del tango porteño y de la danza antillana. Impresionante el trabajo de los dos músicos, Caballero y Barragán, cuya labor se ve aquí potenciada por el violonchelo de Sergio Medem. Por las Antillas llegamos a la guajira, que Barragán convierte en un delicioso baile de salón decimonónico en su introducción para luego, en la voz de la cantaora, imponerse la tradición libérrima de Escacena-Marchena-Valderrama a la que sucede la versión bailable de finales del siglo XIX, es decir, La Rubia, El Mochuelo y demás, o sea, la primera guajira que en la historia de lo jondo fue. Esta guajira primigenia, que hoy parece más moderna por eso de los vaivenes estéticos, está interpretada de una manera prodigiosa por este dúo, Barragán y Caballero, plena de entusiasmo y seguridad flamenca, que remata en un tarareo muy contemporáneo. Campo y cabal son tonás campesinas y cantes que la tradición atribuye a Silverio que aquí se hacen a ritmo bailable, tal como los popularizó Morente, siguiendo a Vallejo.

Solemnidad en la soleá y exactas, neoclásicas, cristalinas las seguiriyas. Sin falsos arcaísmos, sin efectos premeditados, sin forzar, sin impostar la voz ni el espíritu. ¿Para qué impostar si, al cabo, humanos somos todos? ¿Quién no ha sufrido alguna vez la pasión de un querer contrariado?

El arreglo de la granaína prescinde de la falseta de introducción para irse por lo recto hacia el cante de Chacón y hacer así los difíciles graves del jerezano. La falseta es el paseíllo clásico de este toque, el de Montoya, que Barragán se trae a las formas y sentires de hoy. Es el preludio del cante poderoso, superlativo, de Vallejo. Cada segundo del melisma es pura entrega, darse sin condiciones, nada de transiciones forzadas o fórmulas de pura convención. Galanura, naturalidad y poderío para hablarle de tú a los clásicos.

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