Salir al cine
Manhattan desde el Queensboro
La impresión dominante tras sumergirnos en la programación del próximo Festival de Alcances (Cádiz, del 5 al 12 de septiembre) es la de que el joven documentalista español responde ahora más que nunca a la tipología del bricoleur, del manipulador de imágenes y sonidos ajenos, del recolector más bien lúdico de esos trazos, restos y ruinas que, al decir de Benjamin, conforman los materiales de la Historia. Para más tarde parecen quedar las miradas personales al mundo -todavía tímidas, lo que no deja de tener su lógica-, prefiriéndose para la apertura a lo que nos rodea el modelo de un presente tintado por la ficción o descompuesto en percepciones frágiles sin un estatuto que las segregue verdaderamente del flujo de imágenes que pauta nuestra cotidianidad.
La tendencia a la reapropiación de materiales preexistentes caracteriza, como decimos, buena parte de las propuestas más interesantes de esta edición de Alcances, lo que no supone una uniformidad en los acercamientos a esta práctica: se puede hallar, como en Sin Dios ni Santa María (Delgado y Girón), en cuanto potenciación fantasmagórica de las voces registradas años antes, y en clave antropológica, por Luis Diego Cuscoy, lo que depara, entre Duras y Michelet, una ensoñación sobre la brujería donde se vuelve a advertir que es en la tierra de nadie que separa la imagen del sonido donde tiene lugar la principal aventura del cine desde que es sonoro. En esta línea fascinadora -cerca de algunos trabajos de Ben Rivers o Ben Russell, pero con markerianos pies en el suelo- se encuentra por ejemplo O Descubrimiento de Américo, donde Miguel Mariño, abusando de una voz en off que deletrea demasiado, se transforma en un astuto y sensible receptor de azarosos envíos, los caprichos viajeros de Américo Álvarez Estévez, una ambigua materia prima a ralentizar y remontar en busca de sus agujeros. Otras simas son las que exploran, por ejemplo, Carolina Astudillo en El gran vuelo o Alberto Lobelle en Den Pobedy, la primera ensayando un bucle hipnótico con los escasos materiales biográficos de la militante comunista desaparecida Clara Pueyo, el segundo reutilizando las cintas domésticas de una familia ucraniana para hacer sentir el vértigo de contradicciones históricas que bulle en el pasado y presente de las ex repúblicas soviéticas.
El dilema -y el juego, y la paradoja- que este tipo de documentales establece entre conceptos como el de autoría y creación encuentra su más sugerente concreción en una de las mejores películas a concurso, Trashumantes, en la que su director, Guillermo Carnero, se convierte en una suerte de médium que convoca al verdadero protagonista, al verdadero cineasta, Manuel de Cos, un documentalista que retrató durante tres décadas la vida del país apegado con humildad al destino de los hombres y mujeres con los que se topaba en su autoimpuesta tarea de registrar al prójimo de frente y a la realidad como cristal de supervivencias. Las tomas de este Van der Keuken de provincias, sus planos sinceros, bruscos y a los que las interferencias videográficas producidas por el tiempo han insuflado un plus de autenticidad en el que asimismo se cifra su condición de exceso, de combatividad inasumible por el statu quo audiovisual, suponen el descubrimiento de una mirada en movimiento, al acecho del mundo. Y es el ejercicio constante de esa mirada el que produce momentos tan conmovedores y milagrosos como el que tiene a Manuel entrevistando, en un polisémico cruce de caminos, a una antigua benefactora de sus tiempos de cautiverio, Fermina, en cuyos silencios, palabras y gestos se concentra sin aspavientos el discurso de la resistencia callada; una muestra entre otras muchas de esa oblicua historia de España que supone una obra felizmente amateur.
Y aunque sea el trabajo con el archivo lo que más defina esta edición de Alcances, también comparece una variada selección de trabajos que sondean lo real, quizás más al acecho de realidades o historias singulares que como ejercicio del ojo y el pensamiento. En Malpartida Fluxus Village María Pérez parece seguir los pasos de Rocío Mesa en Orensanz y revitaliza las contradicciones de costumbrismo y arte contemporáneo en su visita a Malpartida (Cáceres) tras las huellas de Wolf Vostell y la revolución Fluxus. Como en su precedente, la labor de documentación y contextualización resulta más provechosa que el producto en sí, que contrasta de nuevo con el propio material, libre y despreocupado, de los Fluxus. Pérez, sin embargo y puede que de manera inconsciente, acaba acertando a la hora de retratar una determinada melancolía -similar a la que en su día Ramón Gaya diagnosticara al comentar el caso Picasso-, la que lleva aparejada, traspasada la edad clásica, la desaparición del genio cuya obra y vida estaban indisolublemente unidas: una experiencia de orfandad e incompletitud que se adhiere al legado del artista. Otra cinta a tener en cuenta es Next, de Elia Urquiza, donde se sigue a un puñado de las decenas de niñas (de los 6 a los 16 años) que se mudan a Los Ángeles persiguiendo el sueño de convertirse en actrices. Si bien el tema no es especialmente original, Urquiza compone un muy sólido producto sobre la deriva siniestra que envuelve a padres e hijos en su aniquiladora obsesión de sueño americano.
Cuando el documental abandona esta esfera más íntima y curiosa (de la que también son buenos ejemplos Game Over, el sismógrafo de un pequeño terremoto familiar de Alba Sotorra, y La fiesta de otros, la road movie alrededor de una banda de verbenas que administra con paciencia y buenos golpes de efecto Ana Serret) y pretende pulsar las teclas de lo colectivo e impersonal, todo se complica un poco más, pues aquí se notan más los resortes del documental como género, como gramática predecible. En Alcances se podrá ver el multipremiado ReMine, el último movimiento obrero, de Marcos Martínez, aunque frente a sus formas de reportaje y su emotiva llaneza prefiramos otros caminos que también confluyen en Cádiz: el anhelo de filmar con dignidad la vejez, con reminiscencias de Pedro Costa y Pierre Creton, en No me contéis entre vosotros, de Isidro Sánchez; o el backstage de las noticias sobre la actualidad de la inmigración, otro blanco y negro poderoso, en la estela ahora de los filmes de Sylvain George, que también apuesta por mostrar un estado de cosas intolerable sin por ello restarle pundonor al registro de los cuerpos, los gestos y las voces. Por su parte, Materia Prima, de Sergio Fernández, que roba instantes, desde la madrugada previa, a la jornada de celebración en Cuba del 50 aniversario de la Revolución, descansa también en una responsabilidad compartida por realizador y espectador a la hora de saber entresacar, del ruido dominante y vigente, los signos de una sociedad en la que, como dijera el polaco Jerzy Lec en uno de sus celebrados aforismos, la gente sólo puede respirar soltando ¡vivas! constantemente.
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