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Alain Resnais: pensar, crear y cantar

El autor francés, patriarca de la 'Nouvelle Vague' pero no 'militante' en ella, fallece en su casa de París a los 91 años.

Alain Resnais: pensar, crear y cantar
Carlos Colón / Sevilla

02 de marzo 2014 - 16:49

Jean Dubuffet anotó en su diario que desearía que el público acudiera a ver sus exposiciones con la misma naturalidad con la que iba al cine, en vez del encorsetamiento con el que se acude a los museos y galerías de arte. El genio de Alain Resnais -fallecido el sábado a los 91 años- se desplegó en los años en que sucedió lo contrario: un cierto público -no tan minoritario y muy influyente en las modas culturales- empezó a ir al cine con el mismo talante con el que se acudía a los museos y galerías de arte. Exigiéndole a las películas que tuvieran la misma capacidad de transgresión, libertad creativa, puesta en cuestión de los códigos establecidos y ruptura con el público mayoritario que la literatura, la música y el arte se permitían desde las revoluciones de las vanguardias.

Se trataba de ignorar la naturaleza industrial y comercial del cine, su dependencia de ese mecenas múltiple que es el gran público y su carácter de entretenimiento. Olvidando que ninguna de estas limitaciones cercenaban sus posibilidades artísticas. Más de medio siglo antes Dickens, Dostoievski o Balzac habían alcanzado las cimas de la excelencia literaria trabajando para las industrias editoriales en el formato de las novelas por entregas. Pero era esa narrativa burguesa (que inspiró el primer y más influyente lenguaje cinematográfico) lo que estaba en cuestión. "Romped todo. Sois los amos de todo lo que rompáis", escribió Louis Aragon.

Durante los años de las vanguardias históricas (1905-1939) todas las experiencias cinematográficas (abstracción, surrealismo, futurismo) fueron minoritarias, salvo el expresionismo alemán y el cine soviético. Pero a partir de la posguerra de 1945, en un clima de expansión del cineclubismo, creación de las cinematecas, desarrollo de la crítica y del ensayismo cinematográfico con amplia repercusión a través de libros y revistas especializadas y auge de los festivales, se creó un clima propicio para que la experimentación cinematográfica se desarrollara ante un público creciente. La discusión teórica sobre la esencia del cine, su libertad creativa y su compromiso con la realidad tras los horrores de la guerra tuvo una antes desconocida proyección pública. El debate sobre el neorrealismo en Italia fue una cuestión nacional que llegó al Senado y a la prensa diaria. Los encontronazos entre las posiciones críticas de Cahiers du Cinéma, Positif y Cinema Nuovo (las tres publicaciones nacidas entre 1951 y 1952) trascendieron a la opinión pública. En 1950 nacía Antonioni con Las amigas, en 1951 y 1952 se descubría el cine japonés a través de los éxitos de Kurosawa y Mizoguchi en el Festival de Venecia, en 1953 Bergman triunfaba con Un verano con Mónica, en 1954 Fellini, Rossellini y Visconti daban el giro posneorrealista con La strada, Viaggio in Italia y Senso, en 1956 nacía el Free Cinema inglés y en 1959 estallaba la Nueva Ola francesa. Un creciente público joven ávido de novedades apoyaba a directores y movimientos que desbordaban los ámbitos cineclubísticos para vivir tan cómodamente en el mercado que generaron el nuevo Star System europeo.

De este clima (estudió en el Institut des Hautes Études Cinematográfiques creado en 1945) surgió Alain Resnais como un elemento unificador entre la vanguardia literaria (el nouveau roman de Robe-Grillet, Duras, Butor, Simon o Sarraute) y el cine experimental. Adscrito a la Nueva Ola -más etiqueta que movimiento cohesionado- al ganar con Hiroshima mon amour el premio de la crítica en Cannes, empatando con Los 400 golpes de Truffaut, su lugar estaba más bien en la zona indeterminada que compartieron con él realizadores de mayor edad (Bresson o Melville), de su misma generación (Astruc o Rohmer), o más jóvenes (Malle). Tras adquirir prestigio como un muy creativo documentalista entre 1946 y 1953, el nombre de Resnais se hizo famoso con el documental sobre el Holocausto Noche y niebla (1955, Premio Jean Vigo), que por primera vez mostraba al gran público imágenes reales de los campos de exterminio.

En 1959 su primer largometraje, Hiroshima mon amour, triunfó en Cannes convirtiéndole junto a Truffaut y Godard en uno de los padres de la Nueva Ola. Pero la etiqueta le quedaba chica. Que Marguerite Duras fuera la guionista de Hiroshima mon amour y Alain Robe-Grillet (basándose en un relato de Bioy Casares) de su siguiente El año pasado en Marienbad (1961), sitúa a Resnais más en los territorios experimentales del nouveau roman trasladado al cine que en los de Truffaut o Godard. El trabajo que firmó a continuación, Muriel (1963), escrita por el poeta vanguardista Jean Cayrol, puso fin a su etapa más experimental. La guerra ha terminado (1966), con guión de Jorge Semprún, le aproximó al gran público. Tras el fracaso de Je t'aime, je t'aime (1968) y un largo silencio volvió al cine con Stavisky (1974), iniciando una última etapa de gran proyección pública que, sin renunciar a su estilo aunque atemperando su experimentalismo, le aproximó a audiencias cada vez más amplias: Providence (1977), Mi tío de América (1980), La vida es una novela (1983) o Mélo (1986). Desde los años 90 hasta su última película, Amar, beber y cantar, presentada a concurso en el último y reciente Festival de Berlín cuando contaba 91 años, demostró un asombroso vigor creativo que le llevó a recuperar en plenitud algunos de sus rasgos más vanguardistas, nunca del todo dejados. A la vez que permitirse ejercicios tan inteligentemente nostálgicos como On connait la chanson, emocionado y emocionante homenaje a la canción francesa desde Arletty hasta Hallyday, pasando por la Piaf, Becaud, Montand, Aznavour o Ferré.

Víctima de los pedantes que lo sufrieron por seguir la moda sin entenderlo, y por eso después se vengaron detestándolo, el tiempo ha liberado su obra de adherencias intelectualoides. Él sí fue un verdadero intelectual desembarcado en el cine, y por ello muy dado al film-ensayo. Pero también un artista puro, un poeta de las imágenes, un fino experimentador con las posibilidades creativas de la música en el cine, un espíritu libre y uno de los mayores maestros de la última edad de oro del cine europeo.

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