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Aires de España

'Escuela de rebeldía'. Salvador Seguí. Periférica. Cáceres, 2012. 70 páginas. 11,50 euros.

Aires de España
Manuel Gregorio González

12 de septiembre 2012 - 05:00

Escuela de rebeldía se publica en 1923 en La Novela de Hoy, modesta colección donde pudo leerse, por unos céntimos, a Barbey D'Aurevilly, Manuel Bueno, Hoyos y Vinent y muchos otros autores de valía, hoy devorados por el olvido. Aun así, esta pequeña obra de Salvador Seguí, célebre sindicalista, no es exactamente una nouvelle; o no es una nouvelle de singular importancia literaria. Su interés estriba en la sencilla amargura y el nefasto augurio que se encierra en sus páginas. En efecto, Seguí muere tiroteado como el protagonista de su obra. Pero son la pobreza de los obreros barceloneses, junto al pistolerismo de la patronal catalana -vale decir, su valor documental-, los que dan relevancia a esta Escuela de rebeldía.

No es difícil relacionar la obra de Seguí con La verdad sobre el caso Savolta de Mendoza. También acuden a la memoria, desde mayor distancia, La forja de un rebelde de Arturo Barea o las Crónicas del alba de J. Sender. Con todo, es en la obra de Valle, en sus Luces de Bohemia, donde esa España mendicante y bárbara ("en un Madrid absurdo, brillante y hambriento", acota don Ramón), alza sus raídos penachos. En la Barcelona de Seguí maduran, a un tiempo, el sindicalismo, la explotación y el magisterio de Bakunin. No obstante, Seguí defenderá la educación, no la violencia, como mejor herramienta de las clases populares del año 20. En esa década, junto a los matones de la patronal, tendrán su hora de esplendor los pistoleros de Chicago, aplicados alumnos de la Pinkerton. Esa misma situación de intolerable penuria convertirá a Europa, en unos años, en un pavoroso campo de batalla. Lejos de eso, Seguí aún cree que la cultura, que una sólida formación, salvará al hombre de su natural recaída en la estulticia. Lógicamente, Seguí no es nacionalista. Y tampoco un émulo de Nietzsche. Seguí es sólo un reformador, un voluntarista; quizá un buen hombre. El candor con que fueron escritas estas páginas no puede dejar de conmovernos.

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