Miguel Ángel Campano, un incansable indagador de la pintura
Arte
La vida del Premio Nacional, que se cerró el domingo a los 70 años, fue una búsqueda infatigable sobre las posibilidades del arte
Este domingo nos dejaba Miguel Ángel Campano. La muerte ponía fin a una vida que fue una infatigable búsqueda de las posibilidades de la pintura. Campano nació en Madrid en 1948, cursó estudios de Arquitectura y Bellas Artes, comenzó a exponer en los primeros años setenta y fue Premio Nacional de Pintura en 1996.
Campano tuvo con Andalucía una vinculación breve pero intensa. Tal relación la definen desde luego su trabajo con dos galerías: de modo sostenido, con la de Juana de Aizpuru y más recientemente con la de Rafael Ortiz. Pero su conexión con el sur surge sobre todo por su amistad con José Guerrero. Lo conoció en la inauguración de una muestra del pintor granadino en la galería Juana Mordó y al encuentro siguieron reiteradas conversaciones sobre pintura: pudo ser Guerrero quien convenció al joven Campano a dedicarse plenamente (o como él mismo decía, a perderle el miedo) al arte. De su admiración por Guerrero, Campano dejó constancia en una muestra del año 2002, celebrada en Granada. Impulsada por Yolanda Romero y comisariada por Santiago Olmo (el mejor conocedor, quizá, de la obra de Campano), la exposición se tituló Rojo cadmio nunca muere. Campano abría con sus obras un pausado diálogo con las de Guerrero, en especial con la serie La brecha de Víznar, memoria y denuncia del asesinato de Federico García Lorca.
¿Fueron las conversaciones con Guerrero responsables de un primer cambio de orientación en la obra de Campano? Sorprende el paso que hay entre las contenidas indagaciones geométricas sobre el espacio pictórico, de mediados de los setenta (que algunos llaman Ventanas), y la serie Vocales (en torno al soneto de Rimbaud del mismo título), de inicio de los ochenta, que es gestual y expresiva, y está cargada de emoción.
En cualquier caso, la cultura francesa fue campo de investigación de Campano. Una beca le permitió visitar Aix-en-Provence y estudiar sobre el terreno la obra de Cézanne y posteriormente el cubismo. En esos años, sus cuadros son una meditación sobre la figura (paisaje o bodegón) que en seguida se convierte en reflexión sobre qué puede hacer la pintura. Una intención que después trasladará a Poussin, a la última obra del pintor francés, Las cuatro estaciones. El proceso de trabajo consiste en una reiterada mirada sobre dos de esos cuadros, El otoño (con el gran racimo de uvas) y El verano (la historia de Ruth y Booz) para desentrañar poco a poco (las series son notablemente largas) la estructura y la poética de la gran pintura del pasado.
A estas obras, de considerable riqueza de color, seguira una nueva exploración restringida a los llamados no-colores, el blanco y el negro. No es un regreso a los trabajos de los años setenta, que rozaban lo que entonces se llamaba pintura normativa (porque, al ser experimental, fijaba unos supuestos y no se apartaba de ellos). Es una búsqueda, cercana a Malevich y a algunas obras de Lisitski, de dos temas básicos de la pintura: la definición del espacio del lienzo y el ritmo. Puede que los suprematistas rusos pensaran esta pintura en clave metafísica. Tenían derecho a hacerlo. Hoy detectamos en sus obras y en estas, ascéticas, de Campano, de qué modo el tiempo se introduce en la pintura y hace vibrar la mirada, desmintiendo a quienes se empeñan en llamar a este arte imagen fija. Tal vez el tono mesurado con que se van desarrollando las cadencias se relacionen con la cultura hindú. De hecho estas obras surgen tras el primer viaje de Campano a la India.
Regresó a aquel país. Volvió a sumergirse en él y regresó con un nuevo proyecto experimental: la pintura sobre las telas artesanales de la India. En este caso le interesaba la textura del tejido y las posibilidades que con ellas podía encontrar el color.
Campano fue un viajero incansable al que no asustaba asomarse a otros modos de vida y pensamiento. Quizá porque sabía qué buscaba: las formas de un arte viejo pero fértil, la pintura.
El Reina Sofía prepara una gran retrospectiva de su obra para el año que viene
Miguel Ángel Campano, fallecido en el municipio madrileño de Cercedilla a los 70 años, era uno de los creadores de la llamada renovación de la pintura española de los años 80, junto a Miquel Barceló, José María Sicilia, José Manuel Broto o Ferrán García Sevilla. Independiente, transgresor y experimental, Campano siempre cuestionó la pintura desde dentro de la pintura. "Fiel a la pintura" y creador de un "no estilo", como señalaba él mismo, fue un creador en constante evolución debido a su carácter "inquieto y tormentoso".
Nacido en Madrid en 1948, vivió a caballo entre París y Mallorca, la isla a la que estuvo vinculado desde 1980 y donde tenía estudio y casa, en Soller, a la que dejó de acudir hace unos cuatro años a causa de la pérdida de movilidad que padecía. El artista sufrió un derrame cerebral en 1996 que le mantuvo apartado un tiempo de su actividad pictórica. Una vez superada la enfermedad, volvió a trabajar en algunas obras que consideró "más potentes", según declaraba en 1999 antes de la muestra que inauguró en el Palacio de Velázquez del Retiro, organizada por el Museo Reina Sofía, que prepara una gran retrospectiva de su obra para 2019. Campano cuenta también con obra en el British Museum de Londres; el Centro Pompidou de París; el Museo de Arte Abstracto de Cuenca; los Bellas Artes de Bilbao y Barcelona o la Fundaciones Juan March y Caja de Pensiones, entre otros. / Carmen Sigüenza (Efe)
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