Adiós al coleccionista que engrandeció la pintura sevillana
Mariano Bellver
El empresario de origen bilbaíno muere a los 91 años, apenas un mes después de inaugurar el museo de la Casa Fabiola que acoge 400 obras del conjunto que ha donado a su ciudad
Mariano Bellver (Bilbao, 1926-Sevilla, 2018) cumplió su sueño y un mes después, descansó para siempre. Esta mañana ha fallecido el mecenas y coleccionista que el 11 de octubre inauguraba el museo de la Casa Fabiola que recoge lo mejor de la colección que ha donado a la ciudad de Sevilla, un conjunto de 400 piezas donde abundan las pinturas del siglo XIX sevillano (de los Bécquer, Jiménez Aranda o Sánchez Perrier) para contagiar a los públicos venideros la pasión por el arte costumbrista que él y su esposa, Dolores Mejías, convirtieron en un pilar de sus vidas.
Bellver era también propietario del colegio concertado San Juan Bosco, donde todo el claustro de profesores lloró hondamente a este hombre de profundas convicciones al que los problemas de salud que padecía en los últimos meses le dieron una tregua para estrenar la Colección Bellver. "Ha venido hasta el final a su colegio, que era lo que más quería. Tenía una mente prodigiosa y estaba tan activo e ilusionado por la vida que parecía que este fatal momento nunca iba a llegar", declaraba a este medio María del Carmen, la directora del centro.
Mariano Bellver Utrera -cuyo responso se oficiará este sábado (13:00) en el tanatorio de la SE-30- hubiera cumplido 92 años el próximo 5 de diciembre y, emocionado, afirmaba el mes pasado que le hubiera gustado inaugurar "mucho antes" su museo. Problemas administrativos, económicos y de toda índole -también su reticencia a desgajar la colección y exponerla parcialmente- retrasaron durante 19 años el que Sevilla recibiera y exhibiera un conjunto valorado en 14 millones de euros, una operación que estuvo a punto de naufragar en varias ocasiones.
Las tentadoras ofertas para acoger su donación llegaron de Bilbao, de Málaga y hasta de Azerbaiyán, aunque él siempre tuvo claro que el destino sería Sevilla, contra viento y marea. La Junta de Andalucía, primero, y el Ayuntamiento, después, le propusieron distintas sedes que se presentaban en actos públicos con muchos focos y flashes pero que nunca salían adelante: primero el Palacio de Monsalves, luego el convento de Santa Inés y hasta la sede de la Fundación Cajasol en Chicarreros. Tras ver cómo se frustraba también el Pabellón Real en la Plaza de América -fijado como sede en el protocolo de intenciones que rubricó en 2014 con el entonces alcalde Juan Ignacio Zoido- Bellver llegó a plantearse donar la colección a la Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría, institución en la que ingresó como académico de honor en 2015 "por su labor de mecenazgo y generosidad en la donación de su colección artística a la ciudad".
Ese mismo mes de mayo de 2015 fue condecorado con la Medalla de la Ciudad y dos años después con la Encomienda de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio que otorga el Ministerio español de Cultura. Su última distinción se la entregó el mes pasado la casa de subastas Isbilya, de la que era cliente, por su histórica donación. Si España hubiera tenido una ley de mecenazgo la gesta de Bellver no hubiera dejado indiferente a nadie y él hubiera disfrutado por más tiempo de su sueño.
Porque no fue hasta diciembre de 2017 cuando el actual alcalde, Juan Espadas, presentó el proyecto que finalmente convertiría la Casa Fabiola -que el Consistorio había comprado meses antes a la Fundación Lara por 4,5 millones- en el museo que soñaba Bellver, y que finalmente abrió sus puertas en el barrio de Santa Cruz en un acto al que acudieron todas las autoridades de la ciudad. A la conservación y difusión del Museo Bellver se destinará parte del millón de euros que el Alcázar debe transferir anualmente al ICAS como parte del programa municipal de inversión en patrimonio.
Bellver, nieto del escultor Ricardo Bellver, había llegado a la capital andaluza con 12 años. Aquí realizó estudios de profesor mercantil y actuario de seguros e hizo fortuna en los años 50 gracias a sus inversiones inmobiliarias. Pero el centro de su vida profesional fue la docencia desde que en 1959, con sus propios ahorros, fundó el colegio San Juan Bosco. "Quería transmitir no sólo conocimientos sino también valores y excelencia a los niños sevillanos", recuerda el conservador del Bellas Artes Ignacio Cano, que se ocupó de catalogar la colección Bellver cuando su destino inicial iba a ser Monsalves, sede de la paralizada ampliación del Museo, cuya puerta principal mira al hogar de Bellver. Allí reunió la colección que regaló a Sevilla y allí ha fallecido, en una casa cuyo balcón identifica la bandera española que él colocó.
Valme Muñoz, directora de la pinacoteca, también conoce bien ese legado. "El Museo de Bellas Artes de Sevilla ha mantenido una estrecha relación con el matrimonio Bellver-Mejías desde hace años. Siempre fueron muy generoso cuando solicitamos su colaboración en diversos proyectos expositivos, especialmente el que tuvo como objeto la muestra sobre su colección de pintura en 2011. Y personalmente mantuve una relación de amistad con don Mariano pues ambos compartíamos la afición y el aprecio por la pintura sevillana del siglo XIX", reconocía Muñoz a este medio.
En la colección destaca la cualidad narrativa de la pintura porque "Bellver compraba lo que le parecía agradable y propicio para contemplarlo y decorar la vivienda. Por eso hay tantas obras de García Ramos en su colección. Nunca dejó de comprar y en los últimos tiempos adquirió dibujos originales de Hohenleiter", recordaba Ignacio Cano, que enfatiza también la notable colección de esculturas y la calidad de la colección de Niños Jesús de Dolores Mejías.
En la Casa Fabiola un libro de condolencias permite a los visitantes dejar su tributo al principal mecenas que ha tenido Sevilla en el siglo XXI. La colección Bellver siempre tuvo un carácter personal y heterogéneo. De ahí que junto a lienzos soberbios de José Rico Cejudo, paisajes de Emilio Sánchez Perrier o escenas costumbristas y galantes de Gonzalo Bilbao, José Gutiérrez de la Vega o Antonio María Esquivel, convivieran otras más discretas, así como esculturas, piezas de mármol, cerámica, porcelana, orfebrería y mobiliario.
Nunca flaqueó, sin embargo, la pasión de Bellver por esa visión de Sevilla que enamoró a los viajeros románticos y a la que se rinden tantos coleccionistas, una pintura que nunca se mostró con tanto orgullo en esta ciudad hasta que se abrió su museo, que es ahora también el legado de una vida plena.
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