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Abraham Guerrero Tenorio: “Me interesan los que no encajan, los apátridas, las vidas que descarrilan”

Literatura

El poeta que deslumbró con 'Toda la violencia' regresa ahora con ‘Las luces de Hannover’, una novela sobre un puñado de perdedores con la que ganó el Premio Universidad de Sevilla

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El poeta y narrador Abraham Guerrero Tenorio visitó el Bookstock, en Sevilla, hace unas semanas. / Juan Carlos Vázquez

"El restaurante del turco estaba en el barrio de Steintor, epicentro de Hannover para los aficionados a la noche, al streaptease y las putas. Steintor es un barrio muy transitado, con mucho tráfico y muchas luces, luces por todos lados, una histeria de luces que me herían los ojos cuando salía del zulo”. Por ese submundo deambula un inmigrante español que, mientras sobrevive en trabajos extenuantes, se enreda en una relación sin futuro con una mujer griega casada y diez años mayor que él, dos de los personajes del enjambre de perdedores, implicados de algún modo en un secuestro, que el poeta Abraham Guerrero Tenorio (Arcos de la Frontera, 1987) traza en Las luces de Hannover (El Paseo), el texto con el que el gaditano ha logrado el XXVII Premio de Novela Universidad de Sevilla. Guerrero, al que avalaban el Adonáis y el Ojo Crítico obtenidos por su poemario Toda la violencia, se presenta ahora como un prosista dotado al que no le interesan tanto la trama ni las reglas del género negro como explorar la psicología atormentada de sus criaturas. El autor presenta su obra este viernes, a las 18:00, en la Feria del Libro de Sevilla.

–Da la impresión de que el secuestro es una excusa para hablar de otras cosas...

–Cuando ideé la novela tenía un punto de partida que era el capítulo que cuenta el secuestro en sí. Pero yo pensaba en el libro y, en realidad, sentía que el argumento era lo que menos me interesaba. Quería proponer un juego literario en el que los lectores se preguntaran si estaban leyendo un libro de relatos o estaban con una novela. Yo quería explorar cómo afectaba psicológicamente ese suceso del secuestro a un puñado de personajes. Supongo que la apuesta salió bien, porque lo mandé a un premio de novela como el de la Universidad de Sevilla, temiendo que igual descalificaban el borrador por esta estructura peculiar, y lo ganó. Así que ya no tengo dudas con la nomenclatura de Las luces de Hannover: esto es una novela [ríe]. Imagino que me siento inseguro porque vengo de la poesía. Había probado antes con algunos relatos, pero admito que nunca estaba contento con el resultado. Hasta que escribí el cuento que me he comentado, que dio pie a esta historia, y le fui añadiendo a lo largo de los años capítulos. Creo que me ha quedado una estructura muy bolañesca, que se nota mucho la influencia de Roberto Bolaño. En lo que estoy ahora ya me he desprendido de su sombra.

–A través del personaje de Robert se habla de "vidas que descarrilan”. Esa misma etiqueta se le podía adjudicar al resto de personajes.

–No es algo que busque intencionadamente, aunque me ocurre lo mismo con la poesía, que me salen personajes apátridas, gente que por una circunstancia o por otra no encaja bien dentro de la sociedad, que tiene incluso cierto aura fantasmagórico, personajes que no están descritos, se mencionan sus nombres y poco más. Con Anatole, por ejemplo, sí se alude a un detalle de su cuerpo que es importante, pero todos los personajes coinciden en algo más abstracto, en ese sentimiento de fracaso, eso de que sus vidas han descarrilado.

"La Alemania que sale en mi obra no es la de la clase media, sino la de los inmigrantes que buscan sobrevivir”

–A uno de ellos le pesa, años después, el que "no iba bien vestido al instituto”. Cómo te perciben en la adolescencia puede llegar a perseguirte...

–Sí, yo en ese fragmento quería explorar el tema del bullying. Pongo esas vivencias en la piel de Baris, otro personaje, pero ese capítulo es un poco autobiográfico, porque de pequeño era muy delgado y también sufría la mirada de los demás. Algo que me atrae de la literatura es que no hay hechos objetivos: cada personaje se enfrenta a ellos con su bagaje de sentimientos, con todo lo que ha vivido. Las luces de Hannover trata eso.

–La salud mental y sus estragos están muy presentes en el libro. Robert, un portero de fútbol, le dice a sus amigos: "Si pudieseis entrar en mi mente sólo durante una hora”...

–Ese relato es ficticio, pero se inspira en la trayectoria de Robert Enke, un portero que sufría depresiones desde su contrato con el Barcelona. Él tenía pavor al fracaso, además se le murió una hija y acabó suicidándose. Como mi personaje, veía luces en medio del partido. Está jugando en el fútbol de élite, miles de espectadores lo admiran, y él piensa que quiere morir. Su historia me impactó, y cuando me enteré de que en sus últimos años él jugó en el Hannover supe que tenía que meterlo en la novela. Lo terrible de su figura es que no importa la situación en la que estés, que un problema mental puede hundirte por mucho éxito que tengas. Resulta muy doloroso pensarlo.

Abraham Guerrero Tenorio. / Juan Carlos Vázquez

–Es curioso, porque el gaditano Benito Olmo retrata los bajos fondos de Frankfurt en Los días felices y usted hace lo mismo con Hannover...

–Sí, vaya casualidad. Yo fui porque a mi pareja, que es enfermera, le salió un trabajo allí y la acompañé. Tenía mucho tiempo libre, y aproveché para centrarme en la escritura, también para caminar por la ciudad. De Hannover no me sorprendió tanto la buena vida, porque uno ya se imagina allí una clase media asentada, me interesaron más otras calles donde estaba la población turca, o el barrio de Steintor, que no es exactamente el barrio rojo pero sí lo más parecido a eso que tiene Hannover. Como yo debía aprender alemán me apunté a una academia, y ahí conviví con turcos, con griegos e italianos... Ellos son los culpables de que el libro no sea tanto la historia de un secuestro como el retrato de unos inmigrantes que se buscan la vida. Yo no quería escribir de algo que no conociera, de algo que no supiese. Se nota en los personajes españoles que yo también fui un inmigrante con trabajos precarios, y con interés en la literatura.

–Un personaje dice: "Los poetas y las poetas de mi país no se miden porque él o ella hayan escrito algo que te muerda, se calibran por la magnitud de sus premios, y así se presentan, y así los presentan: él es un Adonáis, ella es un Hiperión, ahí va un Loewe. Y yo me pregunto: ¿Dónde el texto, viejito?”.

–Creo que no hace falta aclarar que cuando escribí este capítulo todavía no había ganado ningún premio [ríe], pero no obstante sigo pensando lo mismo. La crítica literaria, pero también nosotros los lectores debemos culparnos un poco, prestamos demasiada atención a los galardones, como si nos importara más lo accesorio que el propio texto. Hay gente que publica en buenas editoriales, que escribe libros estupendos y que pasa desapercibida. Soy consciente de que yo me beneficié de todo esto cuando gané el Adonáis y el Ojo Crítico por Toda la violencia, pero eso no me impide darme cuenta de lo que ocurre.

–En el libro se cuenta que Kafka pensó en la muerte cuando trabajó en la fábrica de su padre, lo que le impedía escribir. ¿A usted le importa tanto la literatura?

–Me temo que sí. De hecho, creo que una parte de mis ansiedades laborales se deben a que el trabajo me deja muy poco tiempo para leer y para escribir. Y cuando puedo leer y escribir, lo hago, pero con la inquietud de no tener trabajo... Si no ando vinculado a esto de las letras me pongo nervioso, lo reconozco. Me siento identificado con Kafka [ríe].

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