ARCO 13, los caminos que abren las mujeres
La 32 edición de la feria apuesta, frente a los recortes, por los valores seguros y el coleccionismo riguroso.
El reloj de arena se rompió. Su cono inferior no aguantó la presión y como el tiempo, imperturbable, siguió corriendo, la arena acumulada ha formado un montón de más de dos metros de altura y casi cuatro de diámetro en la base. Esa es la obra de Glenda León. Su título, Tiempo perdido, es un aviso para caminantes: la antigüedad no es un mérito. A veces el tiempo sólo acumula pérdidas y es propio de sabios cambiar el rumbo a tiempo
No es éste el problema de ARCO. La feria sufre la tozudez ajena, la de quienes mantienen el piñón fijo en los recortes. ARCO recoge los ecos, ofreciendo valores seguros: obras excelentes de Tàpies, Guerrero, Millares o Palazuelo, pero también de Judd, Halley, Jesús Rafael Soto, el irónico erotismo pop de Mel Ramos y Allen Jones y obras conceptuales como las de Allen Ruppersberg. Es ésta una consecuencia de la crisis que agradece el espectador. No es la única: también es satisfactorio que el glamour de otros años ceda en estos últimos el testigo al coleccionista riguroso y al aficionado que aún cree que el arte merece la pena.
Esta edición puede analizarse, sin duda, desde muchos puntos de vista. Pero uno de ellos es sin duda la contribución de mujeres artistas. Comenzando por Esther Ferrer y Elena Asins: las variaciones, musicales, por ser matemáticas, de Asins forman un atractivo contrapunto con las construcciones de Ferrer en las que la exactitud del análisis contrasta con la presencia de la mano en el trazo y en los sencillos materiales utilizados. A destacar también la pintura abstracta de Ana Sacerdote (exactos planos de color en sereno compás) y los collages, muy en el radicalismo de los años 70, de Sarah Grilo. La obra de Iris Schomaker, joven autora alemana, hace pensar sobre todo en la especificidad de los mundos femeninos: no los evocan tanto sus figuras cuanto el modo en que éstas ocupan el espacio, en mutua alianza de vigor y silencio.
Del espacio se ocupan muchas artistas en la feria. Zaha Hadid concita entusiasmos con una obra que reúne diversos fragmentos de las maquetas de un proyecto arquitectónico. Es un trabajo brillante. Pero hay una propuesta más silenciosa y de gran fecundidad: la de Carme Nogueira que estudia los deplazamientos que ocurren en las ciudades históricas, que alteran en ellas los núcleos de habitación o de concurrencia, o los centros de decisión. Nogueiras lo hace interrogando a las gentes de una ciudad como Berlín, estimulando en ellas la memoria y la palabra. Quizá sea similar esta iniciativa a la de Françoise Vanneraud que ha rastreado el barrio madrileño de Tetuán para saber cómo se vivía en él en los 50. Concreta sus indagaciones en dibujos en planos superpuestos, una mirada múltiple que forma realmente una cartografía turbia, título que la autora da a la obra. De interés es, igualmente, el programa de una joven peruana, Daniela Ortiz, que estudia el espacio que proyectos de viviendas realizados por destacados arquitectos conceden a las personas empleadas en el hogar: la fría comparación entre superficies es casi escandalosa. Alejandra Laviada, a su vez, fotografía restos de obras públicas proyectadas, iniciadas y en seguida abandonadas.
En una dirección algo diferente las obras de Hisae Ikenaga, que comprime muebles como si propusiera una síntesis de cómo se relaciona el cuerpo con ellos, qué memoria logran sedimentar en nuestros gestos y qué vinculaciones despiertan en el afecto. Algo parecido suscita Do ut des, una proyección de Eulalia Valldoseradonde espacios y objetos cotidianos conforman una sugerente poética.
A lo dicho hay que añadir algo de singular importancia y son determinadas contribuciones del país invitado, Turquía, dentro y fuera de las galerías venidas expresamente a la feria por su dedicación a ese país. Nezaket Ekizi presenta sus trabajos dentro de la galería DNA con la que habitualmente trabaja en Berlín. La figura de la mujer que se esfuerza en leer y conocer y ha de hacerlo contra la corriente (colgada de los pies la presenta una escultura) o la muchacha de una vídeo-performance ataviada con un traje lleno de púas, como una chumbera, son lo bastante claras. Hay sin embargo lugar también para la ironía: es el de Canan cuya Ceremonia del velo es una suerte de retablo kitsch. En esta última galería, que sí es una de las invitadas, X-ist, pueden verse obras de otra autora, Ceren Oykut, excelente dibujante con registros muy distintos que no rehúye la crítica social y política.
Dije más arriba que cabían muchos enfoques posibles de ARCO 2013, pero es fácil ver que los surcos que en esta feria abren las mujeres permiten un recorrido fértil.
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