AC/DC, cuando el rock es perfecto
AC/DC | Concierto
La banda liderada por Angus Young y Brian Johnson despliega su artillería pesada en una noche enérgica, emocionante y plagada de himnos
Las imágenes del primer concierto de AC/DC en Sevilla por su gira 'Power Up Tour 2024'
Búscate en el concierto de AC/DC en Sevilla
Quienes quisieran ver a AC/DC en directo en nuestro país durante esta gira, de nombre Power Up, tenían que venir a Sevilla. Disponían de dos oportunidades, la primera de las cuales ya se disipó anoche. Volverán al Estadio de la Cartuja el sábado, con el quinto de los 24 espectáculos europeos que van a brindar. Todos juntos, varias generaciones de fans disfrutamos a tope de un concierto en el que la inmensa mayoría de las canciones fueron compuestas por la banda antes de que casi ninguno de los presentes hubiese nacido siquiera. Prácticamente solo sonaron éxitos clásicos del grupo, que con la excepción de Demon Fire y Shot in the Dark, concesiones al disco que da nombre a la gira, además de Stiff Upper Lip, Rock 'n' Roll Train y Thunderstrucks, todas las demás eran anteriores a 1981.
A través de la autopista sónica por la que nos guio el hot rod rojo de Angus Young, todos íbamos directos al averno desatado en nuestra ciudad. No necesitábamos siquiera que Brian Johnson nos convenciera, como hace siempre, gritando de forma desaforada que El infierno no es un mal sitio para estar, y esa fue una de las canciones que nos birlaron. Y menos aún si aquí iban a estar también los AC/DC. Aunque casi nos sobraba con dos de ellos, porque enseguida quedó clarísimo que esto iba a ser un espectáculo basado solamente en Angus y Brian. Y eso es lo que importa; Angus todavía tiene mucho empuje y Brian ha recuperado el sitio que ocupó Axl Rose en su anterior visita, una vez que su debilitante pérdida de audición fue solucionada por los cirujanos; y si su voz ya no es la fuerza de la naturaleza que alguna vez fue, tuvo a más de 60.000 personas ayudándolo. Los dos se movieron incansables arriba y abajo, a un lado y al otro del escenario, en ocasiones más contadas por la pasarela que los acercaba a la gente de la pista. Stevie Young, el otro guitarrista, y Chris Cheney, el bajista debutante en esta gira, apenas se movieron en toda la noche más allá de dos metros del batería Matt Laug y las pocas veces que lo hicieron fue tan solo para respaldar vocalmente a Brian y volver inmediatamente a su secundario lugar al unísono.
En cuanto las pantallas gigantes que se extendían por el escenario cobraron vida, Brian nos anunció su declaración de intenciones con If You Want Blood (You've Got It), la canción inicial: si queréis sangre, la vais a tener. Pero todavía quedaba una vuelta de tuerca más en el entusiasmo de la multitud, porque la segunda canción que atacaron fue Back in Black, la que le daba nombre a un disco de hace ya cuarenta y cuatro años que merecería una revisión completa en directo por parte de sus creadores. Su icónico riff de guitarra nos hizo tener la seguridad de que Angus tenía los dedos en forma para lo que todos esperábamos que nos ofreciese a medida que la noche avanzara. De ese disco salieron varias de las canciones de la primera parte del concierto, junto a otras que también interpretaba Brian en su origen, para cambiar el guion en la segunda mitad y centrarse en los años de Bon Scott: Sin City, Dirty Deeds Done Dirt Cheap, High Voltage, Whole Lotta Rosie, TNT, todas tan familiares a nuestro oído como lo eran a nuestra vista los vaqueros con el bolsillo rasgado y agujeros en el culo que Bon se gastaba.
A la nueva, por así decirlo, Demon Fire, le siguió otro profundo tajo a la nostalgia, Shot Down in Flames, que mantuvo a los más antiguos seguidores cantando felices hasta que todo el estadio a la vez se unió en un trueno, porque llegó el momento de Thunderstruck y una de las veces en las que el griterío de la masa llegó a imponerse por instantes al estruendo de los vatios que escupían los altavoces. Con Have a Drink On Me nos dimos cuenta de que, en el fondo, AC/DC es una banda de blues de garito, con el botón del volumen de sus amplis puesto en el 11. Se agrandan en la mezcla del básico y desnudo sonido del blues con el ampuloso exceso del rock duro, catalizada principalmente por la fuerza motriz de la Gibson SG de Angus, que toca en una forma que consiste sobre todo en martillearle y arrancarle simultáneamente una nota, y estirar las cuerdas como si estuviesen hechas de chicle. Y luego todo fue diluyéndose en un fundido en negro, mientras descendía la campana. Pero Brian ya no corre ni salta hacia ella. En realidad, con la excepción de los cañones y de esa campana gigante que desciende del techo para marcar el comienzo de Hells Bells, los accesorios físicos de antaño, aquellas bolas de demolición gigantes, las muñecas hinchables de Rosie, se han quedado guardadas en algún almacén. Casi toda la acción visual tuvo lugar en las pantallas: la banda representada en blanco y negro durante Back In Black, las imágenes rojas que le daban al estadio un aspecto infernal durante Demon Fire, Angus asado a la parrilla durante Shot Down in Flames y Highway To Hell. Pero las canciones siguen siendo igual de significativas. Y siguieron sonando todas las que estábamos esperando, aunque tuvimos que aguardar un poco porque siguieron con Shot in the Dark y Stiff Upper Lip, ambas de este siglo.
Había que volver de nuevo a los grandes himnos del Back in Black: sonó Shoot to Thrill y hasta que lo hiciera You Shook Me All Night Long fueron entremetiendo Sin City… el sudor… el sudor… Angus se quitó la corbata, no sin antes ayudarse de ella como arco de violinista y pasarla repetidas veces por el mástil de su guitarra; Rock 'n' Roll Train, Dirty Deeds Done Dirt Cheap, High Voltage y Riff Raff, sin sutilezas que valgan; las rúbricas tan reconocibles del grupo para hacer que reventaran las costuras del cemento del estadio. Para la recta final dejaron la mejor combinación de canciones de lo que iba de concierto; desde que se destacó Angus tocando lo que todos reconocimos como el comienzo de Highway to Hell, la rendición de esta mítica canción fue algo estelar. El recuerdo de que, más allá de su trascendencia, el rock es algo que perdura para siempre; el recuerdo de lo poderoso y perfecto que puede llegar a ser. Después llegó Whole Lotta Rosie; mientras la cantaba, Brian prácticamente respiraba testosterona, su forma de hacerlo es la perfectamente imperfecta forma de poner voz a una banda que es la más pura destilación de virilidad imaginable. El repertorio entero de los AC/DC, como bien nos estaban demostrando esta noche, igual sirve para pelear que para follar, porque sus canciones están envenenadas de sexo, volumen, violencia, y más sexo todavía. El set terminó con Let There Be Rock. La canción no terminaba nunca, mantenida por Angus interpretando el padre de todos los solos, quedándose sin respiración tanto en la esquina más recóndita del escenario como en una plataforma que se elevó desde el centro del punto más alejado de él, como en otra, por encima de los demás músicos, a la que accedió correteando por unas escaleras a los lados y desde donde nos pedía más fuerza en los gritos y en las palmas. Pero sus dedos tenían vida propia porque los manejaba el diablo, y todos los primitivos bluesmen que hicieron un pacto con la bestia se metieron en el corazón de Angus para que no necesitase respirar mientras se recorría una y otra vez, y otra, y otra más, su territorio escénico. En la medida de sus fuerzas, Angus corriendo, Angus saltando, Angus revolcándose por el suelo… pero sus dedos seguían y seguían… mientras su cuerpo y su cara se cubrían del confeti que exhalaban los tubos que en pocos segundos inundaron todos los rincones del estadio de papelillos que habían acariciado el cuerpo de Angus antes de hacerte llegar con ellos a ti, donde quiera que estuvieses, una pequeña parte del sudor que estaba derramando.
Tras irse del escenario, no tardaron en aparecer de nuevo para los bises. TNT para el estallido final, que llegó con el saludo para todos los que estábamos aquí por ese rock: For Those About to Rock (We Salute you). Seis cañones disparaban las salvas de despedida… os saludamos… fuegooooo… os saludamos… fuegooooo… nosotros os saludamos, Sevillaaaaaaa… y el estruendo de los cañonazos era mayor que la música, mayor que la pasión de la gente convertida en decibelios… fuegooooooo… el sonido ensordecedor de los seis cañones explotando desde lo alto de los amplificadores y el último estallido permaneciendo largo rato en nuestros oídos transfigurado en aplausos y en más estallidos de fuegos de artificio.
Un concierto como este es una oportunidad de cambiar el proceso de la vida, de ir de abuelo sesentón a joven de veinte años por unas horas; y en el corazón de cada adolescente habita el amor por las explosiones y por ver como todo se consume devorado por el fuego. La artillería pesada, como los propios AC/DC, nunca pasa de moda. Anoche fueron ellos los que encendieron la chispa. Esa misma chispa que a través de las grandes pantallas se veía en los ojos de Angus después de hacer su último sprint; en una mirada en la que, después de todos estos años, y de las últimas dos horas y pico, solo se leía una cosa: ninguno de vosotros, malditos cabrones… ninguno de vosotros, se va a ir de aquí sin decir que esta ha sido la mejor noche de su puta vida…
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