‘1922’: la genialidad y el desarraigo

Literatura

Antonio Rivero Taravillo recrea en una novela el año prodigioso de la literatura en que vieron la luz el 'Ulises' y 'La tierra baldía'.

El autor presenta hoy el libro en Sevilla.

El escritor Antonio Rivero Taravillo.
El escritor Antonio Rivero Taravillo. / José Ángel García

"Acaso crear sea buscar nuevas raíces o no echarlas en lugar ninguno", se dice en 1922, una deliciosa novela de Antonio Rivero Taravillo que publica Pre-Textos y en la que la literatura y la vida se entremezclan en el relato de un París efervescente y desprejuiciado que alumbró, entre otras, las obras maestras de Ulises y La tierra baldía. James Joyce, T. S. Eliot y Ezra Pound protagonizan esta vibrante y amena crónica sobre el arte y el desarraigo, porque "a fin de cuentas", se lee en sus páginas, "¿qué artista verdadero no es por definición un exiliado?".

"De hecho, ese es el título de una pieza teatral de Joyce, Exiliados", señala Rivero Taravillo, que presenta hoy (19:30) en Sevilla, en el Centro de Investigación y Recursos de las Artes Escénicas, dentro del ciclo Letras capitales y acompañado por la directora del CAL Eva Díaz Pérez, este 1922. "Se daba la paradoja de que en aquel momento la capital de la literatura anglosajona era París, un hervidero de gente que estaba transterrada. Toda la literatura importante, por vanguardista, que se está haciendo es obra de autores que están fuera de su país. Pound y Eliot son americanos; Joyce ha dejado Irlanda porque le asfixia, y otros tantos escritores andan por aquí. Muchos creadores rusos, por ejemplo, han tenido que dejar su tierra por la Revolución bolchevique. Hay un exilio tanto físico, geográfico, como íntimo, personal, porque hablamos de tipos que muchas veces, por su comportamiento no convencional, por su rebeldía, no encajaban bien en sus respectivas sociedades", apunta el narrador y poeta, biógrafo de Cernuda y de Cirlot y director de la revista Estación Poesía.

Estas "estampas del año milagroso de la literatura", como las define Juan Bonilla, reivindican a Ezra Pound como el "catalizador de toda la energía literaria que corría por aquel París", un espíritu generoso que presta más atención a la obra de los otros que a la suya propia. "Se desvivía para conseguir mecenazgos, ayudas, publicaciones para aquellos que aportaban algo novedoso, porque su gran lema era Hazlo nuevo", asegura Rivero Taravillo. "Esa filosofía iba acompañada de un matiz, para él era importante que los autores conocieran la tradición. Pound no es un cantamañanas que cree que no hay nada antes que él. Como sabe lo que le precede, trata de cambiarlo. Así ayudó a todos. Sin un nexo como él tal vez ese potencial se hubiese desperdigado, y, en algún caso, desperdiciado".

“Yo quería que el lector sintiera que observaba por la mirilla de las casas”, explica el autor

1922 despliega un apasionante atlas literario con el epicentro en París y por el que desfilan celebridades que pasarán a la Historia: Hemingway, Girondo, Stein, Woolf, Cummings, Picasso, Brancusi... "He tratado, como procedimiento narrativo de la novela, mostrar cómo se van cruzando unos y otros, cómo conviven en los mismos cafés, cómo las calles son testigos de esta mezcla. Por formación, yo he leído y estudiado a los anglosajones, pero no quería por otra parte obviar a los franceses. Así aparece Breton, que ya está a punto de lanzar el movimiento surrealista; los episodios que se cuentan de escritura automática me parecen muy interesantes y conectan con Yeats, los médiums y la visión muy extendida en aquel momento de que uno se podía comunicar con los muertos..."

Cubierta de '1922'.
Cubierta de '1922'. / D. S.

El libro avanza entre maravillosas anécdotas, con un Joyce obsesionado con que Irlanda le persigue –"lo que tiene algo de cierto"– y que cree que no es casual que un ómnibus verde como la bandera de su país esté a punto de atropellar a Nora, o un Proust que tiene como extravagante costumbre batirse en duelo con la gente. "Quería que el lector aprendiera como yo, que he aprendido mucho mientras investigaba, pero que se tomara esta obra como lo que es, una novela con una base real, y en la que suceden cosas y hay humor", analiza Rivero Taravillo. "Lejos del ensayo, la novela te permite que los personajes cobren la tercera dimensión, que sean de carne y hueso. Es como si abriéramos una mirilla en las casas de unos y otros, como si tuviéramos una cámara que sigue por las calles a los escritores. Funciona mejor que un ensayo", opina el autor, que cree que "los manuales de literatura te cuentan cosas vagas, abstractas... Que la mujer de Pound se cortara un dedo, que de esa pareja fuera él quien cocinaba, son datos que habitualmente pasarían desapercibidos, pero aquí contribuyen a que sea más veraz el retrato".

La aparición del Ulises, del que se conmemora este mes el centenario, "como a final de año se celebrará el de otra obra extraordinaria, La tierra baldía", cobra un gran protagonismo en la acción, pero Rivero Taravillo describe aquel acontecimiento lejos de la solemnidad: ese hito de la literatura universal saldrá lleno de erratas, "que obedecen, además de al hecho de que los impresores no saben el más mínimo inglés, a que las correcciones son de un casi cegato Joyce que cuando tiene que anotar algo necesita acercarse mucho al papel y no tiene, en consecuencia, la más clara de las caligrafías. Sylvia Beach [la mítica editora de aquel volumen] hace sus cálculos, y sentencia que hay entre una y media docena de errores tipográficos en cada una de sus varios cientos de páginas", se relata en 1922.

Para Pound, "el problema del artista contemporáneo es sobrevivir sin convertir su obra en basura", y Joyce encarna la integridad del creador que no sucumbe a las concesiones. " Un verdadero autor", sostiene Rivero Taravillo, "no escribe ni para el mercado ni para el lector, escribe porque considera que ese libro debe ser escrito. A Joyce se le puede discutir su logro, pero está claro que no hizo nada para acomodarse al gusto, para domesticar su narrativa. Ulises se publica por los esfuerzos de algunos valientes, como Beach, que pensaron que había que apoyar la rebeldía de un autor frente al canon".

1922 se remonta a un año de "encrucijada" para los investigadores, un instante prodigioso en el que la creatividad está en el aire y en el que surgen fenómenos apasionantes en toda Europa. "Lo mejor de Rilke se produce ese año: el poeta termina entonces las Elegías de Duino y escribe los Sonetos de Orfeo. Pessoa, de una forma muy callada, porque ha trascendido después, está haciendo una obra que conecta mucho con Yeats, con el mundo de lo esotérico", enumera Rivero Taravillo. "Yo he querido mostrar una panorámica general, pero centrarme en una serie de personajes para recalcar que, por muy genios que fueran, había también un ambiente de época que se sobrepone a la individualidad de cada uno de ellos".

Para el autor, la cosecha fértil y única de ese año "nos enseña que las revoluciones no surgen de la nada. Yeats conoce perfectamente la tradición irlandesa; Pound la europea, desde la española a la italiana, e incluso amplía miras y se va a la china; Joyce adapta muy libremente la Odisea... Hoy que hay tanto escritor que cree que está inventando algo de la nada, que peca de adanismo, quizás sea ésta la lección que podríamos sacar de ese momento".

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