"Cinco votos más y le robamos un delegado a Hillary Clinton"
Los 'caucus' son un sistema de elección arcaico, complicado y poco fiable, pero se trata, sin duda, de una de las formas más peculiares de practicar la democracia
Arcaico, complicado y poco fiable; único, apasionante y divertido: tantas cosas buenas como malas se pueden decir de los increíbles caucus de Iowa hacia la presidencia de Estados Unidos, que en la noche del jueves encumbraron a Barack Obama y Mike Huckabee.
Como cada cuatro años y durante apenas unas dos horas, los ciudadanos del rural Estado del Medio Oeste se reunieron en escuelas, recintos deportivos, iglesias, bibliotecas e incluso casas particulares para su cita con la política. La teoría dice que el objetivo es elegir a los delegados a las convenciones de los partidos republicano y demócrata. Pero la práctica deja claro que en realidad se trata de marcar la pauta a todo el país. No en vano es el lema que repite orgulloso todo el Estado: "Los primeros de la nación".
El auténtico espectáculo está en los demócratas, porque los republicanos hace tiempo que variaron hacia una votación convencional.
En el gimnasio de la escuela de enseñanza Meredith, en un barrio de Des Moines, Don Krause da más espectáculo que nadie. Suda, grita, corre, negocia y sobre todo disfruta. "Llevo haciéndolo desde que tengo 21 años, y ahora tengo 56. !Y sigue siendo divertido!".
Krause es el representante de Joe Biden en su área. Su candidato tenía las horas contadas en la carrera presidencial tras obtener sólo el 0,9 por ciento de los delegados, pero el electricista de profesión no sabía aún eso, y lo defendía con tanta pasión que arañó uno de los únicos 23 delegados que el senador por Delaware sumó en todo el Estado.
Para conseguir el ansiado delegado, Krause necesitaba convencer a la candidatura de Barack Obama para que le cediese cinco personas. "Les sobraban -explica- porque ya tenían claramente dos delegados y estaban lejos del tercero". En Meredith se repartieron seis delegados.
Después de media hora de deliberaciones, de paseos frenéticos por el parquet de la cancha de baloncesto, de gritos de una esquina a otra, el representante de Biden decidió quemar su último cartucho. "Mis queridos compañeros, no tenemos suficiente gente, así que voy a negociar un trato con los de Hillary", les dijo a sus seguidores.
La amenaza, casi a gritos para asegurarse de que llegaba a oídos de los que apoyaban a Obama, surtió efecto. Jeffrey Weiss, jefe de los mayoritariamente jóvenes partidarios del senador de Illinois, entendió finalmente el plan y lo anunció con mal disimulada alegría: "Necesitamos que cinco personas apoyen a Biden, así evitamos que Clinton gane un segundo delegado".
En la otra esquina del gimnasio, los seguidores de Clinton, entre ellas numerosas mujeres de avanzada edad, languidecían sin saber muy bien qué ocurría. En realidad habían sido manipulados, porque tras el primer recuento tenían 55 personas, y en el último 45. Algunas, sorprendentemente, acabaron incluso junto a Krause apoyando a Biden. Mientras tanto, el resto de las csi 250 personas que se encuentran en la sala seguían moviéndose, cambiando de posición y hablando entre sí.
El caos es tal, que los que conocen como Krause al dedillo el complicado sistema tienen una enorme ventaja sobre los demás. "Esto es insano", comentaba Debbie Di Chinitso, una voluntaria llegada desde el vecino Illinois para ayudar a Clinton.
Para ella, como para casi todos los no residentes de Iowa, el sistema es mejorable. Y ciertamente en algunos aspectos está lejos del ideal democrático. Los recuentos, por ejemplo, se basan en la confianza, porque nadie los comprueba. Igual que nadie vigila siquiera la puerta, y las personas entran y salen sin control de la sala.
Pero los votantes, los candidatos y el resto del país se fían. Y los habitantes de Iowa defienden con pasión una tradición que se remonta a comienzos del siglo XIX. Y pese a las críticas, el sistema tiene también su parte entretenida, sin duda una de las más peculiares formas de democracia.
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