Lo que se temía
Si hubiera sido un día normal la estación de metro de Maelbeek habría seguido su curso como siempre. La gente habría entrado con calzador en los vagones para llegar al trabajo, arracimándose en las líneas 1 y 5, que habrían estado toda la mañana desplazando habitantes de toda Bruselas entre Art-Loi y Schuman, justo por debajo de Rue de la Loi, columna vertebral de la capital belga, donde se encuentran las principales instituciones europeas, incluida la Comisión y su famosa fachada. Miles de funcionarios, estudiantes y trabajadores habrían poblado el metro y las calles del barrio europeo durante todo el día. Si hubiera sido un día normal, habría sido ese típico martes antes de Pascua en el que todos cogen sus vuelos en el aeropuerto internacional de Zaventem sin problemas y regresan a casa junto a sus familias.
Pero no fue un día normal y pasó "lo que se temía", tal y como afirmó el primer ministro belga, Charles Michel, en rueda de prensa. Bruselas amaneció con mensajes de congoja, preocupación y consternación en los móviles. Con las redes sociales llenas de fotos, mensajes, periodistas intentando informar de lo que pasaba y muchos otros haciendo todo lo contrario. Familiares, amigos y conocidos preguntando si todo el mundo estaba bien.
Los alumnos empezaron a abandonar las aulas, poco a poco, pendientes de sus móviles, intentando contactar con esa amiga, ese novio, ese familiar que ayer por la mañana debía coger un vuelo dirección a casa. Los funcionarios, retenidos en los edificios, esperaban a que la Policía y los Bomberos despejaran la zona y devolvieran la tranquilidad a Rue de la Loi. Los pasajeros del metro, atendidos en medio de la calle y en los hoteles colindantes, sangraban las consecuencias de un ataque indiscriminado, suicida y cruel. El tráfico y la respiración estuvieron durante todo el día de ayer cortados hasta nuevo aviso. Las calles, paralelas a la Comisión o el Parlamento, vacías, mientras Bruselas se tomaba el pulso.
A eso de las doce del mediodía la capital empezaba a palpitar de nuevo. El tráfico volvía a Schuman. En una de las calles colindantes, Rue Franklim, donde alternan la mayoría de funcionarios y eurodiputados de la Comisión, la gente volvía a la calle y los bares retomaban su actividad. En la Piola Libre, refugio literario y gastronómico para italianos expatriados, volvían a servir cafés. Una mujer decía, "me han intentado entrevistar al menos cuatro veces, es una locura". Los únicos habitantes de Rue de la Loi hasta entonces eran la Policía, los Bomberos y las víctimas. A su alrededor, decenas de periodistas intentando conseguir algún dato oficial que les diera una pista de cuán grave era la situación.
Los colegios, las oficinas, la universidad y toda la ciudad contuvieron la respiración hasta bien entrada la tarde. Poco a poco Bruselas empezó a llenarse de coches y de vida pero seguía gravemente herida.
A eso de las cuatro, los colegios avisaban a los padres para que recogieran a los niños y les advertían: hoy no habrá clase y puede que mañana tampoco. Los funcionarios, aliviados, empezaban a salir de las oficinas y poblaban de nuevo Rue de la Loi, tras una jornada horrible y caótica. El tráfico bloqueó la ciudad durante horas y algunos ofrecían sus casas para aquellos que veían imposible regresar para la noche y que, así, pudieran al menos pernoctar con tranquilidad.
Pero Anna no sabe si mañana saldrá su vuelo. Laura y Lucía saldrán al final desde el aeropuerto de Charleroi. Jeevan puede que cambie su billete para otro día. Todo el mundo quiere volver a casa y estar con sus familias durante las vacaciones. Pero pasó lo que todo el mundo temía que iba a pasar.
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