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Una revolución sin líderes

convulsión en el mundo árabe La falta de dirigentes de peso es una bendición y una maldición

Los jóvenes protagonistas de las revueltas en los países árabes están llenos de entusiasmo por los cambios pero les falta experiencia para la transición política

Jóvenes yemeníes participan en las protestas contra Saleh vigilados por militares armados de material antidisturbios
A. B. Clasmann (Dpa) / Estambul

24 de abril 2011 - 05:03

Ni a los rebeldes libios ni a los manifestantes yemeníes o a los jóvenes tunecinos les falta fervor revolucionario. De lo que parece adolecer la llamada "primavera árabe" es de una marcada falta de personalidades dirigentes creíbles. Hasta ahora, para llevar a cabo una verdadera revolución en el mundo árabe era necesario un líder revolucionario carismático. Así fue en Egipto, donde Gamal Abdul Nasser con una ideología de nacionalismo árabe desataba euforia entre las masas, y también en Libia, donde en su día un joven Muamar el Gadafi prometía una nueva era de la soberanía del pueblo.

Las nuevas revueltas y revoluciones árabes, en cambio, se las arreglan sin dirigentes o visionarios. "Son revoluciones sin líderes", señala el activista jordano Mohammed al Sunnaid. "Este tipo de revolución lo ha posibilitado internet, ya que permite a las personas reunirse rápidamente".

El hecho de que los árabes carezcan en esta fase de cambio radical de visionarios y líderes populares se debe en parte a que los déspotas árabes quitaron de en medio a potenciales rivales en las últimas décadas. En Siria en algunos momentos hubo más opositores en las cárceles que en libertad. La búsqueda de críticos al régimen era hasta ahora más sencilla en Londres que en Trípoli.

El presidente yemení Ali Abdula Saleh no ha actuado de forma diferente a la de los monarcas del Golfo y puso al frente de la mayoría de puestos importantes en la administración pública y en el Ejército a miembros de su clan. De este modo intentó evitar que alguien le disputara el poder. Sin embargo, las cosas no salieron como deseaba. Ahora le desafía su hermanastro, el general Ali Mohsen al Ahmar, que se ha pasado al bando de los manifestantes.

Observadores independientes consideran, sin embargo, que Al Ahmar, no tiene madera de líder, porque tiene demasiados antecedentes turbios.

Sin dirigentes es más fácil evitar disputas entre distintos grupos de opositores descontentos. Eso, a su vez, facilita que salgan a la calle muchas personas descontentas que suelen convenir en establecer como eslóganes consignas como "libertad y democracia". No obstante, en los momentos posrevolucionarios la ausencia de dirigentes en la política puede llevar a problemas graves, porque de pronto los diferentes grupos que durante las protestas estaban unidos creen que "nosotros somos el Pueblo".

"El hecho de que la revolución tunecina fuera espontánea -no fue planeada por una cúpula, ni provocada por unos dirigentes- es una bendición, pero al mismo tiempo es también una maldición", valora la fundación Carnegie para la Paz Internacional. Porque dos meses y medio después del vergonzoso final de la era del presidente Zine el Abidine Ben Ali, los revolucionarios tunecinos todavía no han logrado llevar a término un proceso ordenado de reformas.

Muchos tunecinos que daban gritos de júbilo cuando Ben Ali abandonó el país, ahora padecen la resaca de la revolución. Incluso en Egipto, donde la libertad de opinión en los últimos años fue mayor que en Túnez o Libia, la cuestión en torno a la sucesión de Hosni Mubarak está resultando muy complicada de resolver. Un presidente del entorno de los Hermanos Musulmanes sería para cristianos y egipcios liberales un motivo para emigrar. Por su parte, el premio Nobel de la Paz Mohammed el Baradei no tiene suficientes apoyos porque residió largo tiempo en el extranjero.

Y aunque Amro Mussa, secretario general de la Liga Árabe, es popular, hasta ahora los líderes de los partidos opositores no le apoyaban, lo que seguramente tenga que ver también con vanidades personales.

La juventud que con sus llamamientos en internet y por sms a manifestarse ha contribuido esencialmente al éxito de las revueltas árabes, es por lo general escéptica. Como estos jóvenes árabes han crecido con jefes de Estado que deseaban conservar sus mandatos de por vida, muchos de ellos aspiran a una democracia parlamentaria que reparta las responsabilidades. Al mismo tiempo, sin embargo, no están dispuestos a formar sus propios partidos y a asumir responsabilidades.

"La juventud-Google todavía se encuentra en un estado de inocencia política", cree el politólogo egipcio Abdelmoneim Said. Él mismo ya ha perdido su inocencia. Tuvo que renunciar hace unos días a su puesto como presidente de la junta directiva del grupo mediático estatal egipcio Al Ahram, después de ser acusado de cercanía al hijo del ex presidente Gamal Mubarak.

La era de los hijos de presidentes árabes que se perfilan como sucesores de sus padres, tal y como intentó Gamal Mubarak, parece ser historia. El presidente sirio Bashar al Asad, que fue elegido como sucesor de su padre por el partido en el gobierno tras la muerte de aquel en 2000, podría ser el último de su especie.

Sólo Nur Seif al Islam, el ambicioso hijo del revolucionario libio Muamar al Gadafi, sigue creyendo que él mismo puede liderar la transición de Libia a una democracia.

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