El padre de todos los martes
Elecciones en EEUU
Los comicios de los que saldrá el próximo presidente se celebran en medio de una profunda división y con el país muy lejos de ofrecer la imagen de liderazgo mundial de otras épocas
Hoy es el primer martes después del primer lunes de noviembre. No es un día cualquiera en Estados Unidos. Se elige al presidente de la nación. Es un país que gusta de las tradiciones y de las costumbres, aunque una inmensa mayoría no tenga ni idea de por qué las elecciones son este día y no otro. No son pocos los dirigentes políticos que responden no cuando se les pregunta si conocen el origen de esta norma.
Está en el campo. Y en la religión. Cuando se aprobó esa ley, en 1845, EEUU era un país agrícola con la población concentrada en zonas rurales. En noviembre ya había terminado la época de cosechas y antes de que llegara el invierno con sus heladas aún era posible el desplazamiento a la capital del condado para depositar el voto. Algunos tenían que echar hasta un día de viaje. Y se evitó el sábado y el domingo, días de rezo, para los judíos el primero y para los cristianos el segundo. Y así surgió el martes de todos los martes. Desde hace años hay un movimiento que propugna el cambio.
Sumido en una crisis global y sin ofrecer señales de mejoría, el mundo, devastado sin escombros, pone hoy los ojos en Estados Unidos. Si casi siempre lo han sido, los comicios de este noviembre de 2020 son determinantes no sólo para el país que elige hoy a su presidente. Lo son también, en buena medida, para el futuro más inmediato y para el que irá convirtiéndose en presente en las décadas venideras en toda una comunidad internacional que echa de menos, en este año de pandemia, el liderazgo indiscutido que en otros momentos de la Historia ejerció la Casa Blanca. Así que durante unas horas el resto de los países dejarán a un lado sus más que gravísimos problemas y atenderán las noticias de lugares que a la mayoría les suena a escenarios de cine: Arizona, Montana, Wisconsin, Delaware, Ohio, Michigan...
Y al final, Washington. ¿Quién ocupará durante cuatro años el Despacho Oval?
Estados Unidos pone fin hoy a una batalla encarnizada: la campaña electoral. Donald Trump contra Joe Biden. El primero ha repetido la estrategia que puso en práctica cuando se enfrentó a Hillary Clinton, pero afilándola aún más contra el candidato demócrata. Sabedor de que los sondeos no le son halagüeños –tampoco lo eran hace cuatro años– el republicano ha desplegado una suerte de blitzkrieg electoral con un fin de campaña consistente en nada menos que 16 mítines antes de este martes. Lo ha hecho, además, aumentando el octanaje de sus ataques al rival, a los adversarios. En el caso de Trump, el enemigo: suyo y de “América”. Y entre zarpazo y zarpazo, el show Trump, el espectáculo cargado de histrionismo, sin ningún miedo al ridículo –se arranca al final de los mítines con el YMCA de los Village People para delirio de sus fans–, todo sea por impedir el acceso al poder a esa “izquierda radical”, al “socialista” Biden.
Es más que probable que no la haya leído, pero el candidato a la reelección es un claro ejemplo de lo que sostiene un personaje de la novela de Ethan Canin, América, América: “Uno de los sellos de la política actual es que solemos elegir a quienes tienen dotes para hacer campaña en lugar de los que poseen dotes para gobernar”.
Trump está sobrado de lo primero. Tanto si prefieren a alguien que lo da todo en los mítines y después se dedica a hibernar durante su mandato en el despacho y a no hacer nada o a hacer todo lo contrario de lo que prometió en esos aparatosos y circenses actos electorales, o si por el contrario le dan el sufragio a alguien que se dejará el pellejo en la acción de gobierno, el caso es que ya han sido más de 93 millones de estadounidenses los que han elegido a su próximo presidente, bien por correo bien de forma anticipada. Esta circunstancia hará muy complicado que el nombre del vencedor se conozca esta misma noche.
Todo apunta, salvo sorpresa del tamaño del Monte Rushmore, a que habrá que esperar. Y esto no gusta nada a Trump y a los suyos, de manera que la hoguera de su equipo contra el proceso de votación se ha ido alimentando de más madera hasta conseguir una pira enorme a medida que se ha ido acercando la noche electoral de hoy. “Puedo no aceptar el resultado”, ha llegado a decir Trump en una amenaza sin precedentes en la historia de EEUU. Y los republicanos están dispuestos a la guerra en los tribunales contra el voto anticipado y por correo si los números les son adversos.
Enfrente, Biden y los demócratas esperan que así sea, que al trumpismo no le sean favorables las urnas. Quien fuera vicepresidente con Obama ha agitado durante los días de campaña un cóctel con el que ha intentado que la mezcla moderación-progresismo combine ambos ingredientes sin hacer más fuerte uno que otro. Hay un ala de su partido más a la izquierda que lo presiona para que, en el caso de que llegue al 1600 de la Avenida Pensilvania de Washington, ejecute sin contemplaciones reformas contundentes para transformar el país al que la pandemia del Covid-19 está apuntillando, un sector cuyas exigencias Biden tiene que atemperar, al menos hasta hoy, para evitar que la otra facción y el electorado más moderado de los demócratas acabe sospechando que, como dice Trump, su candidato es todo un “socialista”.
Desde ese equilibrio, el provecto Biden ha estado buscando también el voto más joven y más diverso, con bastante menos ruido y furia que su contrincante. Lo ha hecho desde el convencimiento de que si es proclamado 46º presidente de los Estados Unidos de América será un jefe transitorio, alguien –como él mismo ha dicho– que se dedicará a construir los pilares de un puente para otra generación de dirigentes, de políticos que dejen atrás, al otro lado y para siempre, el modelo de estos últimos cuatro años. Está por ver, volviendo a la cita de Canin, si sus compatriotas prefieren a quien tiene dotes para hacer campaña en lugar de a quien posee dotes para gobernar.
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